La europea Sociedad del Cansancio y la esperanza en la Madre Tierra

La europea Sociedad del Cansancio y la esperanza en la Madre Tierra

Byung-Chul Han y Leonardo Boff, desde mundos tan distintos tal como sus planteos filosóficos muestran.


La realidad nunca es lo que parece. Para explicarla, la filosofía utiliza un conjunto de razonamientos lógicos y metódicos sobre conceptos abstractos –es decir, sobre las materias que van más allá del sujeto- para explicar las causas y los fines de la verdad, la realidad, las experiencias y nuestra propia existencia.

La palabra filosofía parecería haber sido acuñada por Pitágoras, un filósofo fallecido 475 años antes de Cristo. Designa al “amor por la sabiduría”, o a un “amigo de la sabiduría”.

En los tiempos que corren, en los que la contabilidad es la ciencia más practicada, los filósofos son hombres que trabajan casi en la clandestinidad -hay algunas honrosas excepciones-, tal es el desprecio de las élites por una ciencia que profundiza en las ciencias sociales y exactas y desnuda a menudo las injusticias desde puntos de vista irrefutables, a pesar de que la filosofía es hija, por el contrario, del cuestionamiento y de la duda.

La Sociedad del cansancio

Byung-Chul Han es un filósofo surcoreano que reside desde hace muchos años en Alemania y enseña Filosofía y Estudios Culturales en la Universidad de las Artes de Berlín. Se graduó en 1994, con una tesis sobre Martin Heidegger titulada “El corazón de Heidegger – Sobre el concepto de temple en Martin Heidegger” (Heideggers Herz – Zum Begriff der Stimmung bei Martin Heidegger).

Hace unos pocos años publicó uno de sus libros más osados: La Sociedad del Cansancio, un trabajo compuesto por siete textos, en los que el primero funciona como un proemio y el último como conclusión. Los otros cinco desarrollan su tesis.

El Proemio

En el proemio, Han afirmó que el sujeto contemporáneo se entrega al rendimiento, se autoexplota. Rendimiento significa la utilidad que rinde o entrega alguien. Es, asimismo, la proporción entre el producto logrado y los medios empleados para lograrlo. El cansancio es un concepto de sumisión, de humildad o es también la entrega del sujeto a la voluntad de otro, al que sirve o complace. Todo en la línea de La Dialéctica del Amo y el Esclavo, de Georg Wilhelm Friedrich Hegel.

En este sendero, Han considera que el Mito de Prometeo, encarna al aparato psíquico del hombre de estos días, que se violenta y se pone constantemente en guerra consigo mismo. “En realidad, -dice Han- el sujeto de rendimiento, que se cree en libertad, se halla tan encadenado como Prometeo. (…) Así vista, la relación de Prometeo y el águila es una relación consigo mismo, una relación de autoexplotación. El dolor del hígado, que en sí es indoloro, es el cansancio”.

En la mitología griega, Prometeo era un titán que robó el fuego de la forja de Hefestos para entregárselo a los hombres, convirtiéndose en un benefactor de la Humanidad. En castigo, Zeus –que había vedado la entrega del fuego a los humanos- ordenó atar a Prometeo a una roca del Cáucaso por el resto de su vida, donde un águila le comería el hígado todos los días. Como Prometeo era inmortal, su hígado se reconstituiría cada vez, para volver a ser mutilado al día siguiente.

Se pregunta el filósofo, entonces: ¿Es realmente posible aceptar que la libertad actual pueda ser, paradójicamente, una nueva forma de encadenamiento?

1°) La violencia neuronal

En el primer texto, titulado “La Violencia Neuronal”, Han plantea que el mundo actual ha abandonado la interpretación inmunológica de la sociedad, que repele todo lo que le es extraño. Existió antes una época bacteriana y viral, que fue superada por la técnica inmunológica (a pesar del Covid-19). Ésta se caracterizó por la división entre adentro y afuera; amigo-enemigo; lo propio y lo extraño. La sociedad inmunológica rechaza todo lo extraño. De esta manera, plantea Han, “el objeto de la resistencia inmunológica es la extrañeza como tal. Aun cuando el extraño no tenga ninguna intención hostil, incluso cuando de él no parta ningún peligro, será eliminado a causa de su otredad”.

El rasgo fundamental de esta sociedad sería la dialéctica de la negatividad. Estos límites que suponen estos parámetros, consistentes en cruces, zanjas, vallas y muros, impedirían los procesos de intercambio entre los mundos distintos.

El fin de la Guerra Fría habría significado la caída del paradigma de la era de la inmunidad., que también se expresa en el proceso de desaparición de “la otredad y la extrañeza”. Así, la extrañeza se reemplaza por lo exótico, que será mejor aceptado. De esta manera, el consumidor o el turista que llega de afuera ya no son sujetos inmunológicos, que deben ser separados de esa sociedad diferente con la que interactúan. Por eso, “la desaparición de la otredad significa que vivimos en un tiempo pobre en negatividad”. De esta manera, Han infiere que el Siglo XXI, desde el punto de vista patológico no sería ni viral ni bacterial, sino neuronal.

En este sentido, Han plantea que las tres enfermedades características de esta era son el déficit de atención con hiperactividad; el trastorno límite de la personalidad y el síndrome de desgaste ocupacional. Estas patologías no siguen la dialéctica de la negatividad, sino de la positividad. Por eso, el rechazo neuronal –no inmunológico- consiste en “estados patológicos atribuibles a un exceso de positividad”.

El rechazo neuronal está dirigido contra el exceso de lo idéntico y a la falta de negatividad. La superproducción, el superrendimiento laboral, lúdico y sexual o la supercomunicación son parte de una positividad que termina produciendo violencia. El rechazo al exceso de positividad es “una ab-reacción digestivo-neuronal y un rechazo. El agotamiento, la fatiga y la asfixia ante la sobreabundancia tampoco son reacciones inmunológicas. Todos ellos consisten en manifestaciones de una violencia neuronal, que no es viral, puesto que no se deriva de ninguna negatividad inmunológica”.

Por eso, dice Han, “aquella violencia neuronal que da lugar a infartos psíquicos consiste en un terror de la inmanencia”, es decir, a perder aquello que es inherente al hombre de la era neuronal.

2°) Más allá de la sociedad disciplinaria

La tesis que plantea aquí Byung-Chul Han es que “la sociedad del siglo XXI ya no es disciplinaria, sino una sociedad de rendimiento. Tampoco sus habitantes se llaman ya ‘sujetos de obediencia’, sino ‘sujetos de rendimiento’. Estos sujetos son emprendedores de sí mismos”.

Ellos encarnan la negatividad de la prohibición. Se caracterizan por el verbo “nicht-dürfen” (no poder) y por su opuesto, “sollen” (deber). Así, la Sociedad del Rendimiento es sintetizada por el verbo “können” (poder). En ella, “los proyectos, las iniciativas y la motivación reemplazan a la prohibición, el mandato y la ley. A la sociedad disciplinaria todavía la rige el no. Su negatividad genera locos y criminales. La sociedad del rendimiento, por el contrario, produce depresivos y fracasados”.

“La depresión –enfermedad que representa a la sociedad actual- es provocada por la exigencia del rendimiento”.

Dice el coreano que “en realidad, lo que enferma no es el exceso de responsabilidad e iniciativa, sino el imperativo del rendimiento como nuevo mandato de la sociedad tardo-moderna”. En este sendero se pierden, además, los vínculos y se produce la atomización social.

“No-poder-poder-más conduce a un destructivo reproche de sí mismo y a la autoagresión. El sujeto de rendimiento se encuentra en guerra consigo mismo y el depresivo es el inválido de esta guerra interiorizada. La depresión es la enfermedad de una sociedad que sufre bajo el exceso de positividad”. La violencia de estas sociedades se basa en la autoexplotación del sujeto, que aunque se sienta libre es esclavo de esa exigencia. En resumen, “víctima y verdugo ya no pueden diferenciarse”.

3°) El aburrimiento profundo

En este texto, el coreano se centra en el tema de la atención, la fragmentación y la dispersión de la percepción.

Plantea aquí que “el exceso de positividad se manifiesta, asimismo, como un exceso de estímulos, informaciones e impulsos”, que entorpece la atención de las personas y dispersa la percepción. Uno de los paradigmas de esta patología es el “multitasking” (multitareas). Al mismo tiempo que ejecutar varias tareas al mismo tiempo facilita algunos trabajos y los hace más eficientes, el “multitasking” es una regresión del sujeto a la era primitiva, cuando los animales salvajes se apareaban, se alimentaban y, adicionalmente, eludían a sus predadores.

“Los recientes desarrollos sociales y el cambio de estructura de la atención provocan que la sociedad humana se acerque cada vez más al salvajismo”, enumera crudamente Han y explica que la cada vez mayor preocupación por la supervivencia va en detrimento de una buena vida.

La cultura requiere un entorno apto para la atención profunda. Así surgieron los grandes logros culturales de la Humanidad, pero hoy no hay atención, sino hiperatención, por lo que “esta atención dispersa se caracteriza por un acelerado cambio de foco entre diferentes tareas, fuentes de información y procesos. Dada, además, su escasa tolerancia al hastío, tampoco admite aquel aburrimiento profundo que sería de cierta importancia para un proceso creativo”.

De esta manera, Han cita a Friedrich Nietzche, que alguna vez auguró que “por falta de sosiego, nuestra civilización desemboca en una nueva barbarie”.

4°) Vita Activa

Han enfrenta en este capítulo a Hanna Arendt, que planteaba que la sociedad moderna, al degradar al hombre al nivel de “animal laborans”, le impide convertirse en el héroe que desarrolla la acción, adormeciendo así a los humanos.

Han no está de acuerdo con la filósofa alemana y propone como tesis que “la sociedad de trabajo se ha individualizado y convertido en la sociedad de rendimiento y actividad. El animal laborans tardomoderno está dotado de tanto ego que está por explotar, y es cualquier cosa menos pasivo. (…) El animal laborans tardo-moderno es, en sentido estricto, todo menos animalizado. Es hiperactivo e hiperneurótico”, resume.

Han cree que a partir de la pérdida de la fe en Dios, el mundo y la vida humana se convirtieron en algo efímero. “Nada es constante y duradero. Ante esta falta de Ser surgen el nerviosismo y la intranquilidad. (…) El Yo tardomoderno, sin embargo (a diferencia de los animales), está totalmente aislado. Incluso las religiones, en el sentido de técnicas tanáticas que liberen al hombre del miedo a la muerte y generen una sensación de duración, ya no sirven. La desnarrativización general del mundo refuerza la sensación de fugacidad: hace la vida desnuda”

Pero, crítico al fin de lo que percibe, Han plantea que “a la vida desnuda, convertida en algo totalmente efímero, se reacciona justo con mecanismos como la hiperactividad, la histeria del trabajo y la producción. También la actual aceleración está ligada a esta falta de Ser. La sociedad de trabajo y rendimiento no es ninguna sociedad libre”, dispara.

5°) Pedagogía del Mirar

Han encuentra la Pedagogía del Mirar en la vida contemplativa. Aquí, el coreano recuerda a Nietzche, que recomendaba a los maestros: aprender a mirar, a pensar y a hablar y escribir. Así, aprender a mirar es “educar el ojo para una profunda y contemplativa atención, para una mirada larga y pausada. Este aprender a mirar constituye la ‘primera enseñanza preliminar para la espiritualidad’”.

Aun así, aprender a mirar es aprender a decir no a los impulsos. “En cuanto acción que dice No y es soberana, la vida contemplativa es más activa que cualquier hiperactividad, pues esta última representa precisamente un síntoma del agotamiento espiritual. (…) Una verdadera vuelta hacia lo otro requiere la negatividad de la interrupción”, plantea.

Pero el filósofo clasifica los tipos de actividad. Hay la actividad “que sigue la estupidez mecánica”, que es incapaz de interrumpirse por sí misma. Incluso, dice que “el ordenador es estúpido en cuanto le falta la capacidad de vacilación”. Luego aparece la rabia, que “es una facultad de interrumpir un estado y posibilitar que comience uno nuevo”.

La rabia es la capacidad de negar el todo y representa un estado de excepción. La actividad mecánica es un mero ejercicio de cálculo. En cambio, la vida contemplativa regenera el pensamiento, por eso necesita del no, de la interrupción. Aquí, Han trae a Georg Hegel: “la negatividad mantiene la existencia llena de vida”.

Luego, el surcoreano enumera que existen dos formas de potencia. La potencia positiva es aquella por la que se hace algo. La potencia negativa es la potencia de no hacer, de decir que no. No es impotencia, ni incapacidad de hacer, es una potencia del no hacer.

En cambio, dice el científico, “la hiperactividad es, paradójicamente, una forma en extremo pasiva de actividad, que ya no permite ninguna acción libre. Se basa en una absolutización unilateral de la potencia positiva”.

En ese sentido, retoma Han, la negatividad del no, el “nichtzu”, es un rasgo característico de la contemplación, que es inherente a la filosofía y al pensamiento científico.

6°) El Caso Bartleby

Toma una historia de Herman Melville, también autor de Moby Dick, llamada “Bartleby, el escribiente – Una historia de Wall Street”. Este hombre entra a trabajar como escribiente en una oficina de abogados de Wall Street y se aferra a su lugar de trabajo, en el cual, aparentemente, hasta se queda a vivir. Cuando su jefe le pide algo diferente a lo que hace cotidianamente –copiar cifras y textos- él contesta invariablemente: “preferiría no hacerlo”, hasta que finalmente se niega a seguir trabajando. Lo echan, pero se aferra a su escritorio. Molesto, el abogado se muda del lugar. Los nuevos inquilinos se quejan por la presencia de Bartleby y finalmente lo hacen encarcelar, acusándolo de ser un vagabundo. En la cárcel, triste y sin destino, Bartleby se deja morir de hambre. Alguien le atribuye su extraña actitud a su empleo anterior, en la oficina de cartas muertas, las que no son reclamadas, en Washington DC.

Para Han, el relato “refiere a un mundo de trabajo inhumano, de habitantes reducidos a animal laborans”. Así, Bartleby representa a una sociedad disciplinaria, basándose en que en la historia aparecen las palabras Muro y Muerte. El escribiente representa a un sujeto de obediencia, por lo que no posee síntomas de depresión, que es el sentimiento de insuficiencia e inferioridad o de miedo al fracaso, que sufren los sujetos de rendimiento. Su actividad no permite la iniciativa, sólo copia textos de otros. “No se ve confrontado con el imperativo de ser él mismo, signo característico de la sociedad de rendimiento tardo-moderna. Bartleby no naufraga ante el proyecto de ser Yo”, describe Han.

Finalmente, el surcoreano afirma que la frase central, que le da sentido al relato es: “on errands of life, these letters speed to death” (en los recados de la vida, esas cartas se apresuran hacia la muerte).

7°) La Sociedad del Cansancio

Aquí, Han habla de la droga. “La sociedad de rendimiento, como sociedad activa, está convirtiéndose paulatinamente en una sociedad de dopaje”. Han se refiere a la cosmética neurológica, conocida como “neuro-enhancement” o “neuro-mejora”. El dopaje cerebral buscaría la mejoría del rendimiento laboral, ampliaría la memoria, mejoraría la percepción sensorial y desarrollaría la agilidad mental. Existen drogas nootrópicas o drogas inteligentes y artilugios tecnológicos, como la estimulación eléctrica y el implante de microchips. Según Han “el dopaje, en cierto modo, hace posible un rendimiento sin rendimiento”.

La sociedad disciplinaria hubiera intentado potenciar la salud y el cuerpo, en cambio la neuro-mejora busca que “el ser humano en su conjunto se convierta en una ‘máquina de rendimiento’, cuyo objetivo consiste en el funcionamiento sin alteraciones y en la maximización del rendimiento”.

El filósofo plantea que el aumento del rendimiento y la actividad “producen un cansancio y un agotamiento excesivos”, que son estados psíquicos que caracterizan a un mundo “pobre en negatividad”. Por esta razón, “el exceso del aumento de rendimiento provoca el infarto del alma”, aunque es posible que eso también ocurra en el área cordial. Por eso, Han define al cansancio en este contexto como un “alleinmüdigkeit”, que equivale a un “cansancio a solas, que aísla y divide”. Han define que “estos cansancio son violencia, porque destruyen toda comunidad, toda cercanía, incluso en mismo lenguaje”. Siguiendo al escritor austríaco Peter Handke, que escribió “Ensayo sobre el cansancio” en 2006, hay dos tipos de fatiga, uno que tiene la capacidad de mirar y reconciliar y otro, que no tiene mirada, ni habla y está aislado. Este último lo provoca la “positividad” (que no es tan positiva, simplemente no tiene detractores de fuste) y es el que se vive al borde del agotadamiento, como autoexplotación y como una constante superación buscada sin mirarse a sí mismo.

El primer cansancio, en cambio, es un aminoramiento del Yo. Este tipo de cansancio se abre como “un espacio de amistad, como indiferencia”.

“Es ese cansancio que hace posible que uno se detenga y se demore. La aminoración del Yo se manifiesta como un aumento del mundo”. Menos Yo y más Nosotros, quizás sea la salida.

Nuevamente buscando el concepto del sosiego de Nietzche, Han plantea que “el cansancio permite al hombre un sosiego especial, un no-hacer sosegado”. Por eso, el cansancio “hace posible la concepción de una comunidad que no precise pertenencia ni parentesco”. Como este cansancio puede reunir al sujeto con los demás, Han plantea, con Handke, la posibilidad de una “inmanente religión del cansancio”, para que exista la posibilidad de que se forme una comunidad que vaya más allá de los lazos de sangre. Es decir, los que se cansan juntos.

Leonardo Boff: Esperançar a la luz del sol

Como buen filósofo surgido desde las tierras ríspidas del Tercer Mundo, el brasileño Leonardo Boff no cree en el cansancio, ni en la sociedad del “neuro-enhancement”. No se anda con chiquitas el exclérigo franciscano, que se permitió denunciar que “la genialidad del capitalismo, respecto a la pandemia, provocó que la clase capitalista transnacional se reestructurara a través del Gran Reseteo, expandiendo la reciente economía digital a través de la integración de los gigantes: Microsoft, Facebook, Apple, Amazon, Google, Zoom y otros con el complejo militar-industrial-seguridad. Este evento representa la formación de un inmenso poder, nunca antes visto. Nótese que se trata de una potencia económica de carácter capitalista y que, por tanto, cumple su propósito esencial, el de maximizar las ganancias de forma ilimitada, explotando sin consideración al ser humano y a la naturaleza. La acumulación no es un medio para vivir bien, sino que es un fin en sí mismo, es decir, la acumulación por la acumulación, que es irracional”.

Planteando una realidad diametralmente disímil a la que circunda la plácida Berlín, en la que reside Byung-Chul Han, Boff anunció que “se están debatiendo diferentes modelos de sociedad mundial para la era pos-pandémica. Los más importantes, además del Gran Reseteo de los multimillonarios, son: el capitalismo verde, el ecosocialismo, el bien vivir y convivir de los andinos, la biocivilización de diversos colectivos y del Papa Francisco, entre otros. No hay espacio aquí para detallar este tipo de proyectos, lo que hice en el libro “Covid-19: Mãe Terra contra-ataca a Humanidade” (Vozes 2020). Yo solo diría: o cambiamos el paradigma de la producción, el consumo, la convivencia y, sobre todo, la relación con la naturaleza, con respeto y cuidado, sintiéndonos parte de ella y no por encima de ella como dueños y dueños, o se cumplirá la predicción de Max Weber: de 2030 a 2050 a más tardar, veremos un Armagedón ecológico-social extremadamente dañino para la vida y la Tierra”.

Contradiciendo a otros teóricos europeos, como Zlavok Zizék, que anunciaron que la acción del virus terminaría con el capitalismo por sí misma, Boff advirtió que “mi sentimiento del mundo me dice que quien destruye el orden del capital con su economía, política y cultura no sería un movimiento, ni una escuela de pensamiento crítico. Sería la propia Tierra, un planeta limitado que ya no soporta un proyecto de crecimiento ilimitado. El cambio climático visible, objeto de discusión y decisión (prácticamente ninguno) de la última COP de Naciones Unidas, el creciente agotamiento de los bienes y servicios naturales, fundamentales para la vida (The Earth Overshoot) y la amenaza de romper la principal de las Nueve barreras al desarrollo, que no se pueden deshacer a costa del colapso de la civilización, son algunos indicadores de una tragedia inminente”.

A continuación, el teólogo brasileño se preocupó porque “un número significativo de expertos en el clima dice que estamos retrasados. Con los gases de efecto interno ya acumulados no podremos contener la catástrofe, pero con ciencia y tecnología reduciríamos sus desastrosos efectos. Pero vendrá la gran crisis irreversible. Por eso se han vuelto escépticos e incluso tecno-fatalistas”.

Luego, el exfranciscano se preguntó si “¿somos pesimistas resignados o, en el sentido de Nietzsche, proponentes de una ‘resignación heroica’? Aprecio, como solía decir un presócratico, que debemos esperar lo inesperado, porque si no lo esperamos, cuando llegue no lo notaremos. Lo inesperado puede suceder, desde una perspectiva cuántica: el sufrimiento actual por la crisis sistémica no será en vano si acumulan energías benéficas que, habiendo alcanzado cierto nivel de complejidad y acumulación, saltarán a otro orden superior, con un nuevo horizonte de esperanza para la vida y para el planeta viviente, Gaia, la Madre Tierra. Paulo Freire acuñó la expresión esperançar: no nos quedemos esperando que algún día la situación mejore, creemos las condiciones para que la esperanza no quede vacía, para que con nuestro compromiso se haga efectiva.

Consciente de los peligros, Boff se preocupó porque “un número significativo de expertos en el clima dice que estamos retrasados. Con los gases de efecto interno ya acumulados, no podremos contener la catástrofe, pero con ciencia y tecnología, reduciríamos sus desastrosos efectos. Pero vendrá la gran crisis irreversible. Por eso se han vuelto escépticos e incluso tecno-fatalistas”.

Esperanzado, como siempre, con la militancia de los pueblos, el teólogo que asesora al Papa Francisco en cuestiones de ecología, expresó que “creo que este salto, con nuestra participación, podría darse y entraría dentro de las posibilidades de la historia del universo y de la Tierra: del actual caos destructivo podemos pasar a un caos generador de una nueva forma de ser y de habitar el planeta Tierra”.

Cristianamente, como no podía ser de otra manera, Boff manifestó que “esto es lo que creo y espero, reforzado por la palabra del Apocalipsis que dice: ‘Dios creó todas las cosas por amor, porque es el apasionado amante de la vida’ (Sáb 11:26), no permitirá que terminemos tan trágicamente. Seguiremos viviendo bajo la benévola luz del sol”.

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