La CGT intenta remontar la pendiente de una larga caída salarial

La CGT intenta remontar la pendiente de una larga caída salarial

En un intento de retomar su rol de vocera de los reclamos del mundo laboral, le pidió a Alberto que que atienda al rojo de las obras sociales.


D espués de pasar años prefiriendo los métodos que rodean al diálogo antes que las numerosas herramientas para efectuar reclamos efectivos, la Confederación General del Trabajo se reunió con el presidente Alberto Fernández para plantear sus controversias con la marcha de las políticas laborales y sociales que desarrolla el Gobierno.

Para todos estaba claro de antemano que la pandemia convirtió a Fernández en un hombre que comunica más malas noticias que buenas. En efecto, la inédita crisis que generó la aparición de la pandemia del Covid-19 devastó a la economía mundial y, por contrapartida, al mercado argentino, obligando a todos los mandatarios del mundo –sin excluir a Alberto Fernández- a tomar penosas medidas de seguridad sanitaria, que en todos los casos resultaron en terribles crisis económicas, que arrasaron con las conquistas sociales de sus pueblos.

La dimensión de la crisis hace que las reuniones actuales entre dirigentes sociales, sindicales y territoriales con el Gobierno adquieran un carácter provisional, en las que se suelen plantear medidas que quedan inevitablemente sujetas a la evolución de la pandemia, con la esperanza de que ésta comience a ceder prontamente.

Este realismo extremo no debería hacer olvidar que la relación entre la CGT y el Partido Justicialista no transita tampoco por su etapa de mayor fluidez. En parte, porque en los últimos años algunos sindicalistas se mostraron proclives a mantener una cierta indiferencia que se pareció demasiado a la adhesión con el Gobierno que encabezó Mauricio Macri. Los demás, por otra parte, prefirieron pacificar antes que confrontar, con tal de sostener el statu-quo de interlocutores con el Gobierno, aunque no comulgaran con su política económica.

Paralelamente, las bases de la CGT, si bien respetan a sus representantes, a menudo los sobrepasaron en sus reclamos, urgidos por la política confiscatoria de sus salarios que implementó el Gobierno de Cambiemos. Un paradigma de esta tesis se produjo el siete de marzo de 2017, cuando en un acto de protesta en la Avenida Nueve de Julio, diversos grupos sindicales coparon el palco y urgieron a la conducción sindical a ponerle fecha a un paro general que nunca llegó.

En el camino, las paritarias explotaron en ese mismo año 2017, de la mano de un ajuste que no sólo afectó a los salarios más bajos, sino que convirtió a los sueldos medios en papel pintado. Por aquellos días, la conducción de la CGT se limitó a plantear la protesta de sus bases sin tomar medidas de fuerza, como si fueran cronistas de una realidad adversa. Es necesario recordar en este punto que, según el INDEC, los salarios llevaban hasta el último mes de septiembre, 31 meses consecutivos de caída.

En este contexto, el once de noviembre último, el Consejo Directivo de la CGT, temeroso ante el fin del IFE y las ATP, produjo un duro comunicado, en el que le advirtió al Gobierno por la adopción de “medidas gubernamentales que exteriorizarían restricciones presupuestarias en relación a los programas sociales, ayudas económicas a los sectores productivos afectados por la crisis sanitaria y el apoyo al sostenimiento de los ingresos laborales”.

Además, exigió que “con la pandemia en curso, con la economía empezando a moverse, con muchos sectores de actividad todavía impedidos de funcionar y con las secuelas económicas y sociales a costa, no es posible desarmar el andamiaje social y económico construido con tanto esfuerzo y garantizar que el cambio de fórmula de actualización jubilatoria no perjudique a los beneficiarios del sistema previsional”.

Una vez más, aunque se manejara con prudencia, la conducción del Movimiento Obrero se anticipó a plantear que las consecuencias de la crisis no deben caer sobre los salarios de los trabajadores, que al igual que la CGT, a veces corren de atrás al costo de la vida.

En el encuentro de Olivos que, siguiendo con las mejores tradiciones argentinas, se realizó al calor de las brasas de un asado, los sindicalistas Antonio Caló (UOM); Héctor Daer (Conducción CGT), Carlos Acuña (Conducción CGT) Andrés Rodríguez (UPCN); Armando Cavalieri (Empleados de Comercio); Gerardo Martínez (UOCRA); José Luis Lingeri (Trabajadores de Obras Sanitarias) y Jorge Sola (Sindicato del Seguro) le plantearon al presidente la conformación de un canal de diálogo institucionalizado, que será el Consejo Económico y Social, que Fernández prometió implementar próximamente, primero por decreto y luego por una ley que el Poder Ejecutivo enviará al Congreso.

La delegación sindical pidió que no se discontinúe la ayuda a los sectores más vulnerables, pero que los planes sociales no sean un ingreso permanente, sino que sean la puerta para el ingreso de los beneficiarios al mundo laboral. Al mismo tiempo solicitaron que se extienda la prohibición de los despidos y que continúe, si éstos fueran inevitables, la doble indemnización.

Como colofón, los sindicalistas le regalaron al presidente el último libro de Ian McEwan, “La Cucaracha”, en el que el escritor inglés plantea en clave Kafkiana (el Kafka de “La Metamorfosis”) que un día una cucaracha descubre que se convirtió en un ser humano que, para colmo, es el primer ministro inglés y se llama Jim Sams (¿o Boris Johnson?). hay que recordar que el protagonista de La Metamorfosis se llamaba Gregor Samsa. Sams implementa un abstruso plan económico al que llama “reversionismo”, que consiste en cambiar el flujo del dinero, de modo que el trabajador paga por trabajar, pero a su vez le pagan cada vez que hace una compra. Paralelamente, Sams descubre que no es la única cucaracha que merodea por las altas esferas de la política y la economía, en ese mundo que transcurre entre el Brexit y el naciente populismo político europeo y, en especial, el inglés. Para peor, cuando todo ha pasado, alguien le pregunta al artrópodo blatodeo porqué hizo lo que hizo y se limita a contestar: porque sí. Toda una clase de filosofía.

Es de esperar que La Cucaracha no sea una metáfora trasladable desde el infierno inglés al universo de la argentinidad.

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