Juan Carlos Scarpati: Adiós a El Campito

Juan Carlos Scarpati: Adiós a El Campito

Insobornable luchador, tuvieron que pegarle nueve balazos para detenerlo. Fue uno de los contados sobrevivientes de Campo de Mayo.


El hombre que manejaba el Fiat 125 de color gris, que iba por la calle Hernandarias, de repente fue sorprendido por dos autos que lo encerraron y lo obligaron a detenerse. Supo que seguir no era una posibilidad, por lo que, dispuesto a vender cara su vida, saltó a la calle y empuñó el arma.

El tiroteo fue corto y casi letal. Juan Carlos “Cacho Scarpati yacía en el pavimento, casi muerto. Le habían acertado nueve balazos: dos en la cabeza, uno en la mano derecha, otro en el tórax y el resto en todo su cuerpo.

Lo subieron rápidamente al mismo auto que manejaba y lo recostaron en el asiento delantero derecho. El responsable del operativo le dijo al chofer: “vamos sin apuro, así se muere en el viaje”. Lo llevaron directamente a Campo de Mayo, al predio que llamaban “Las Casitas”. Cuando llegaron, Scarpati se despertó por el dolor. Dos hombres tiraban de sus brazos para bajarlo del auto. Al ver que aún vivía, lo dejaron tirado ahí, en el descampado. Estuvo horas allí, sin poder moverse siquiera. Cada tanto, alguien iba a ver si seguía con vida o no.

Como no se murió, se lo llevaron a “El Campito” el campo de exterminio más grande de la Argentina en tiempos de la dictadura. Por 20 días lo cuidó Adelaida Viñas, “Nenina” la hija del escritor David Viñas, que había sido secuestrada el 29 de agosto de 1976 en el zoológico porteño, en la “cita de los viudos”. Luego quedó a cargo de dos médicas, María –que era en realidad Silvia Quintela Dallasta, cuyo hijo, Francisco Madariaga, fue apropiado por los militares y luego se convirtió en el nieto recuperado 101- y “La Yoli”, que se llamaba Marta Graciela Eiroa. Ambas continúan desaparecidas.

Cuando Scarpati se recuperó –ya había pasado casi un mes desde su detención-, lo llevaron a la sala de tortura y lo castigaron con dureza. El procedimiento se repitió otras veces. Era interrogado sobre el funcionamiento del ámbito que estaba a su cargo, el Área Federal de Prensa, pero según reveló él mismo años después, “mis respuestas estuvieron referidas a la actividad, nombres y lugares de La Plata que no sólo eran ya conocidos por los militares, sino que ya habían ‘caído’ antes de mi detención. De esa manera mostraba mi intención de colaborar, pero sin aportar datos de importancia que pusieran en peligro la seguridad de mis compañeros”.

A El Campito concurrieron oficiales del Ejército y de la Marina. En sus interrogatorios destacaron su valor. No entendían cómo había soportado sus heridas sin quebrarse. “Seguía puteando, aún herido”, dijo el sargento Víctor Ibáñez, que declaró en el juicio de El Campito. Aprendieron a respetarlo, aunque su intención era terminar con su vida, sueño que terminaría frustrando la astucia del Oficial Superior de Montoneros, que se hizo “amigo” de la patota, hasta hacerles creer que no se iba a fugar, lo que los indujo al error, tiempo después.

Además, Scarpati -que había comenzado su militancia en la época de la Resistencia Peronista en los ’60 en la zona de Mar del Plata- les dijo a los militares que había sido trasladado a la Regional Buenos Aires hacía poco tiempo, por lo que no conocía demasiado. Paralelamente, en la zona de La Plata, casi toda la infraestructura organizativa de Montoneros había caído, por lo que su información era poco valiosa.

De todos modos, el ensañamiento de sus torturadores fue al principio tan duro, que en un momento le pidió a Yoli que lo matara, pero ella se negó, debido a “sus convicciones religiosas”.

Una vez pasado el tiempo, toda la información que podía brindarles “Cacho” estaba desactualizada, porque los lugares de funcionamiento –casas, oficinas, “embutes” y citas estancas- ya habían sido desechadas o “levantadas”.

Justo en esos momentos cayó a El Campito un prisionero que estaba “quebrado”, que se hacía llamar Clemente. Cacho le dijo, como al pasar, que él conocía una casa donde había una imprenta. Clemente no tardó en comunicarlo a sus enemigos.

El 17 de septiembre de 1977, cinco meses después de su caída, Cacho y Clemente fueron trasladados a otro “chupadero”, conocido como “Sheraton”, que era como denominaban, irónicamente, a la Subcomisaría de Villa Insuperable, en La Matanza. El objetivo era llevarlos a La Plata para hallar la mentada casa-imprenta.

Salieron del Sheraton en dos autos, con una dotación de tres hombres en cada uno, acompañados por los dos prisioneros. En el camino –craso error- uno de los autos recibió por radio la orden de dirigirse a otro objetivo. Se aparearon con el auto de adelante y avisaron que se desviaban del camino. El automóvil con los secuestrados siguió adelante.

De repente, llegaron a una casa en La Plata, que Clemente –o el propio Scarpati, las versiones difieren en este punto- señaló como el objetivo. Dos de los operativos cruzaron corriendo con Clemente –los primeros en llegar siempre se quedaban con el botín de los vencidos- y Cacho quedó en el auto con el chofer, que miraba a sus compañeros y no al prisionero. Su arma yacía junto a él, en el asiento delantero derecho. Scarpati –que sabía que su destino, si no se fugaba, era la muerte- tomó la pistola y corrió hacia un Opel K-180 negro que estaba llegando, apuntó su arma contra el chofer, lo bajó del auto y se fue. En el Parque Pereyra Iraola, el guerrillero paró para fijarse en los documentos del vehículo y comprobó que el dueño al que terminaba de “apretar” era un policía, que guardaba su arma en la guantera.

En Avellaneda le robó un Peugeot 504 a un puestero del Mercado de Abasto y con él entró en la Ciudad de Buenos Aires. En Constitución comenzó a perseguirlo un patrullero, con el que se tiroteó a lo largo de varias cuadras, hasta que logró perderlo. Abandonó el auto en Parque Lezama e inmediatamente se fue a buscar a su pequeña hija, que estaba en manos de unos familiares.

Temía que la usaran contra él y no se equivocaba, porque en Mar del Plata secuestraron a su suegro y a su cuñado, que habían sido quienes estaban a cargo de su cuidado.

En varias ocasiones anteriores, los militares secuestraron a familiares directos de guerrilleros para obligarlos a entregarse y en algunas ocasiones lograron su objetivo. En ningún caso, el que se entregó, sobrevivió.

Una vez que consiguió reunirse con ella, tres meses después Scarpati se fue del país, pasando primero por Uruguay, luego de allí a Brasil y, finalmente, a España.

Cuando llegó a Madrid, contaron sus amigos, habló con ellos durante 48 horas sin parar, mientras éstos se turnaban para escucharlo. Después, se desmayó y durmió varios días seguidos.

Scarpati reconstruyó cuidadosamente la geografía de El Campito, los apodos de los torturadores, de los oficiales al mando y los vericuetos de las edificaciones. También dio cuenta de los compañeros a los que encontró aún con vida, de los cuales casi ninguno sobrevivió. Es necesario recordar que por ese campo de exterminio pasaron alrededor de 5.000 militantes, de los que sobrevivieron sólo 43. Otra versión da cuenta, en cambio, de que sólo salvaron su vida 18 militantes. Ese era el método que utilizaron los integrantes del Ejército Argentino, que fueron discípulos de la Escuela Francesa de represión, inspirada en la Guerra de Argelia.

Este cronista jamás olvidará una escena en la que la periodista Marie-Monique Robin interrogaba para su película “Escuadrones de la Muerte”, al general francés Paul Aussaresses, inquiriéndole acerca de qué hacían con los detenidos en Argelia. La respuesta de Aussaresses fue antológica: “los matábamos, por supuesto”, mientras sonreía y mostraba sus manos, como si no existiera otra respuesta lógica.

En España, Scarpati denunció los hechos ante la Comisión Argentina de Derechos Humanos (CADHU). Su testimonio permitió reconstruir minuciosamente las instalaciones de El Campito, los nombres de muchos de los que fueron asesinados en ese lugar y los jefes y oficiales que operaron desde allí.

De vuelta en Argentina, Scarpati fundó, junto a varios de sus antiguos compañeros, el Peronismo 26 de Julio, que 35 años después sigue funcionando, como un legado que le dejó a su Patria.

Falleció el 16 de agosto de 2008, a los 68 años, silenciosamente, tal como vivió. Aún se le debe el homenaje que merece, como el insobornable luchador que fue.

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