Inflación: la dolencia de un país en estado de precariedad económica

Inflación: la dolencia de un país en estado de precariedad económica

Las causas pueden ser múltiples, pero es una lucha por la apropiación del excedente (salario + renta). El Estado debe regular el conflicto.


Los manuales de la economía aseguran que la inflación se origina por múltiples causas, pero suelen reducirlas a cuatro o cinco: la excesiva demanda, los aumentos de costos de las empresas, la especulación de las propias empresas (inflación autoconstruida), la emisión o “política fiscal expansiva”, el déficit fiscal, entre otras.

No hablan de la lucha por la apropiación del excedente económico, ni de la distribución regresiva del ingreso, ni de los bajos salarios, ni de la especulación financiera o la de las propias empresas.

La inflación es el aumento a nivel general del precio de bienes y servicios durante un espacio de tiempo determinado.

 

Inflaciones e inflados

Algunos economistas atribuyen la inflación a “su componente inercial (es decir, que viene de lejos) y con el tipo de cambio”. También lo adjudican a los salarios, “que cumplen un rol menor, pero también activo”.

También afirman que “detrás de todo esto, un exceso de oferta de dinero puede impulsar los precios al alza a través de una mayor demanda de bienes o, más probable en el caso de la Argentina, de divisas”.

De todos modos, “la inflación también puede acelerarse por otros motivos, tanto externos como internos, como pueden ser el aumento del precio del petróleo, la sequía en el campo o el incremento de salarios”, por lo que casi cualquier temblor subterráneo de la economía, como lo es el miedo, puede ser una nueva causa. Más para psicólogos que para economistas, pareciera.

Luego, el economista Guido Zack, atribuye los saltos inflacionarios de 2014 y 2016 a sendas devaluaciones, un elemento que suele disparar precios, costos, cañones y hasta malévolas serpentinas.

El economista asegura que “aún hoy, si no aumentaran los precios internacionales, ni el tipo de cambio, ni las tarifas, la inflación no bajaría a cero. Se establecería en torno al 20 o 25%. Porque hay una puja distributiva en la que los salarios quieren recuperar el poder adquisitivo perdido, después los empresarios quieren recuperar la ganancia perdida y nuevamente los trabajadores, y así sucesivamente”.

La puja distributiva, entonces, es considerada como un disparador habitual de los precios.

 

Una trampa argentina

Finalmente, Zack afirma que la trampa de la economía argentina es difícil de eludir. El laberinto se forma a partir de que “tenemos muchas actividades más bien tradicionales: el sector agropecuario, algo de industria relacionada al agro, algunos pocos enclaves más industriales y de servicios y no mucho más. Esta falta de industrialización genera un crecimiento industrial muy demandante de importaciones, las cuales son financiadas, principalmente, por las exportaciones agropecuarias. La industria tiende a crecer a un ritmo más acelerado que el campo, sobre todo por el factor tierra, el cual no es reproducible. Y si tenemos en cuenta que la industria es importadora neta y la producción agropecuaria es exportadora neta, esta diferencia de velocidades hace que, constantemente, la balanza comercial tienda a ser deficitaria”.

Zack (apellido que escrito entre batmanianos signos de admiración equivaldría a un golpe de karate en el cuello, por ejemplo) termina explicando que “podríamos afirmar que un determinante muy relevante de la inflación en la Argentina podría estar en su estructura productiva poco desarrollada. Y que la solución de fondo sería que aumente la producción de bienes transables”.

El problema es que cada vez que se desarrolla un ciclo de crecimiento industrial, sobreviene un período de “crímenes contra las chimeneas” que anulan o ponen en crisis los logros que pudieran haberse acumulado, por lo que se vuelve casi utópico ir en la dirección que plantea Zack, aunque tenga razón.

De todos modos, la inflación siempre aparece en los momentos de mayor bonanza económica, sin que haya ninguna otra causa que la provoque que cierta actitud parasitaria de muchos empresarios que se limitan a aumentar sus listas de precios para generar mayores beneficios, sin estar ligados estos incrementos a presuntas subas en sus costos.

 

Un dólar predestinado

La industria, desde la década del ’90 importa casi todas sus maquinarias e insumos. Para ellos, el tipo de cambio alto compensa su baja productividad, reduce el impacto salarial, abarata el precio en dólares de sus productos, a la vez que encarece los productos importados que compitan con sus productos y les dejan el mercado interno a su disposición.

Lo que viene después se relaciona con la situación actual de los precios, más aún a causa de la concentración en pocas manos de la fabricación de alimentos, por ejemplo. Molinos Cañuelas, Molinos Río de la Plata y Aceitera General Deheza explican el 90,5% de la facturación de los aceites comestibles y el 90,6% del volumen de la producción. En el mercado de las gaseosas, dos empresas –Pepsico y Coca Cola concentran el 98,3% de la facturación y el 97% del volumen de la producción. En las harinas, Molinos Río de la Plata y Molinos Cañuelas acaparan el 82,1% del mercado. En fideos, Molinos Río de la Plata concentra el 79,4% de las ventas al ser la empresa propietaria de las marcas Manera, Mattarazzo, Luchetti, Don Vicente y Favorita.

Los ejemplos son tantos que no expondremos más, pero la información está al alcance de cualquiera en los medios. Estas posiciones dominantes de tan pocas empresas en un mercado masivo, como lo es el de los alimentos, les permite imponer sus precios sin competencia posible. Es necesario aclarar que las marcas de fideos que figuran en el párrafo anterior fueron pymes que fueron adquiridas por Molinos Río de la Plata en las épocas de gobiernos neoliberales.

Las políticas económicas neoliberales de los gobiernos de Carlos Menem, Fernando de la Rúa y Mauricio Macri llevaron a muchas pymes y grandes empresas nacionales (Bagley, Terrabusi, Canale) a la quiebra, por lo que fueron a parar a manos de firmas más grandes a precio vil. Éstas se quedaron, además, con sus porciones de mercado. Hoy detentan un poder de fuego ilimitado, que aprovecharon para diversificarse e imponer sus reglas a todos los gobiernos que durante los últimos años llegaron a la Casa Rosada.

A menudo estas grandes empresas están asociadas o son directamente propietarias o accionistas de entidades bancarias. Esto, en un país a cuya moneda (el peso) le sustrajeron casi todas las funciones del dinero, en especial la de reserva de valor. El dólar ha reemplazado al peso, lo que lleva a que aún los bienes inmuebles se coticen en la moneda norteamericana y se vuelvan inaccesibles para la mayoría de las personas.

 

Dos monedas, un problema

Al “bimonetarismo” se le sumaron los problemas de la desproporcionada e innecesaria deuda pública tomada por gobiernos neoliberales y a la constante fuga de capitales, producto de la evasión y la especulación financiera. Porque hay empresas en las que tiene más importancia el gerente financiero que el gerente de producción.

Otro problema es la conexión constante entre los precios de las “commodities” y la pretensión de los empresarios de vender estos productos al mismo precio la que los colocan en los mercados externos. Esta ligazón alimenta la inflación casi como ninguna otra variable. El caso de los aceites es emblemático.

Lo peor es que en el mercado de las carnes pasa lo mismo. Exportan sin saturar al mercado interno, por lo que la escasa oferta de esos productos en el país los encarece de tal manera que sin la intervención del Estado será imposible ponerle coto (sin alusiones supermercadistas) a tanta sinrazón.

 

Desinversión y fuga

A todas estas penurias se le suma la muy escasa acumulación de capital que existe en Argentina, la llamada “reticencia inversora”. Lo que ocurre es que los recursos de destinan a fugarse al extranjero. Esto ocurre desde los comienzos de la dictadura, cuyos represores se especializaban en las desapariciones forzadas de personas y del dinero que era y es de los argentinos. Y esto último se acentuó en los últimos años, de la mano de las facilidades bancarias, la especulación y las devaluaciones de la moneda nacional.

El alegre festival de bonos que promovió el Gobierno de Cambiemos desde 2015 en adelante, con la excusa de que la emisión era la causante de la inflación, consistía en un mecanismo para absorber los pesos emitidos para comprar los dólares que llegaron en tren especulativo. Algunos lo llamaron “la bomba de las Lebacs”. Todos los dólares que llegaron al país tenían una función especulativa. El negocio que hicieron los bancos, los fondos de inversión y las aves accipitriformes (o buitres) fue portentoso. Cuando perdieron la fe en el país, retiraron sus dólares y provocaron una devaluación que disparó la inflación, que de todos modos, nunca se había mantenido en estado neutral.

La frutilla del postre es la existencia de servicios públicos privatizados, que siempre mantuvieron sus tarifas dolarizadas, amparadas en los marcos regulatorios y la Ley de Convertibilidad que les sancionó especialmente a su medida –y a la de otros- Carlos Saúl Menem.

La presión que estas empresas ejercieron sobre los sucesivos gobiernos para mantener sus ganancias obligaron a éstos a subsidiarlos. Cuando Macri dijo que iba a terminar con los subsidios –cosa que no hizo- aparecieron los tarifazos, que impactaron sobre los precios de todos los productos producidos en el país. Más inflación.

 

Contra los salarios

El salario promedio de los trabajadores ronda los 450 dólares, mientras que en 2017 alcanzaba los 1.350 dólares. Una caída del 200%.

La inflación, en resumen, refleja la lucha entre el capital y el trabajo por la apropiación de la renta (salario + ganancia). El mercado no fija los precios, los precios los fija el productor y luego los incrementan aún más los integrantes de la cadena de comercialización. De estos precios, en especial de las materias primas sin industrialización, los productores reciben apenas un ínfimo porcentaje.

Los tamberos lo saben muy bien, ya que llevan años de míseros beneficios, a pesar de poseer muy buena tecnología y vender un producto de excelente calidad. Las posiciones dominantes de las empresas La Serenísima y Nestlé, entre otras, los condenan en muchos casos a abandonar la actividad y diversificarse hacia otros productos agrícolas.

Sólo la intervención del Estado puede favorecer que en esta lucha por el excedente triunfen los que producen y no los especuladores y los apropiadores de todas las cosas.

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