Imágenes del mundial, la alegría y la imposición del manto de los guerreros

Imágenes del mundial, la alegría y la imposición del manto de los guerreros

Se suponía imposible que cinco millones salieran a la calle y sucedió.


La explosión de la alegría popular tras el triunfo de la Selección Argentina de Fútbol en la Copa Mundial de Qatar tuvo una masividad nunca vista anteriormente. En medio de las continuas adversidades que soporta el Pueblo, era previsible que la euforia futbolera desbordara los parámetros habituales.

Es difícil de definir la alegría. Más aún, cuando los que festejan son los condenados de la tierra, que no suelen cultivar los modales refinados que exigen algunos dudosos artífices de la educación. Según el diccionario de la Real Academia Española, la alegría es un “sentimiento grato y vivo, que suele manifestarse con signos exteriores”. Algo de eso vivimos el martes 20 de diciembre que pasó. Memoria histórica, le dicen. Lo anticipó el gran José Hernández hace 150 años, cuando el Gaucho Martín Fierro describía así una fiesta en la pulpería:

“se enllenó de tal suerte
que andábamos a empujones.
Nunca faltan encontrones
Cuando el pobre se divierte”.

Fue tan enorme la multitud que tomó las calles por su cuenta para celebrar el clamoroso triunfo, que por unas horas cambiaron las leyes. No son las mismas normas las que rigen cuando los Pueblos se movilizan, aún cuando no tengan por consigna enfrentar a las autoridades.

El martes se cumplieron 21 años del fin de la aventura de Fernando de la Rúa, por eso quizás, los censores en esta ocasión son los mismos que censuraban a los rebeldes de entonces. ¿Coincidencia histórica?

En las calles, como para enfurecer a los aspirantes a Catón, el Censor, quedaron todas las huellas que denuncian el paso de las multitudes. Rastros de rancios orines, botellas plásticas abandonadas, envolturas de comida tiradas en el piso y otros desechos que obligaron a las brigadas de limpieza a realizar ímprobos esfuerzos para que todo volviera “a la normalidad”.

Entretanto, algunos periodistas vociferaban que veían “gente pasada de droga, pasada de alcohol, pasada de sol, de calor, de poco dormir”, en tanto que una dama algo soliviantada, devorada por el espectáculo de tanta masa sudorosa festejando una victoria que los incluye de alguna manera, se horrorizaba porque “es un desastre que hayamos visto cientos de miles de personas sin un solo efectivo de policía. Gente borracha, drogada, haciendo vandalismo, rompiendo todo, colgada de los puentes, de los semáforos…un desastre”.

Todos estos dichos, motivados por el terror ante la presencia de millones de argentinos en estado de regocijo -que por un rato postergaron sus penas- expresan con mucha agudeza aquel postulado de Gilles Deleuze, acerca de que “el poder requiere cuerpos tristes. El poder necesita tristeza porque puede dominarla. La alegría, por lo tanto, es resistencia, porque no se rinde. La alegría como potencia de vida, nos lleva a lugares donde la tristeza nunca nos llevaría”.

En clave argentina, Arturo Jauretche expresó, años antes que el francés que “el arte de nuestros enemigos es desmoralizar, entristecer a los Pueblos. Los Pueblos deprimidos no vencen. Por eso venimos a combatir alegremente. Nada grande se puede hacer con la tristeza”.

Y la alegría del Pueblo –para justificar a Jauretche y a Deleuze y para disgustar a tanto aspirante a Goebbels- superó las vallas, aceptó las limitaciones que le impusieron las circunstancias y se expresó limpiamente, matizada por los que saltaron de los puentes, treparon al obelisco o mearon las calles, sin intranquilizarse demasiado.

Mientras esto ocurría, otro sesudo periodista instaba a “hacer un poco de autocrítica como sociedad, ¿no? ¿No podemos festejar respetando al otro?”, para culminar, sumando las risas cómplices de algún colega, preguntándose: “¿es muy ortiva?” ¿Autocrítica personal?

Entretanto, casi cinco millones de argentinos desbordaron todos los pronósticos. El caldero en el que se mezclan los jóvenes, los veteranos, los chicos y los ancianos, así como los valientes, los hábiles, los fuertes, los persistentes y los incansables, obligó a suspender la peregrinación de los jugadores, que se subieron a un helicóptero, para mirar desde arriba hacia esa inolvidable multitud que los honraba con su despliegue.

No hubo caos, aunque sí hubo alguna imprevisión en el operativo de seguridad. Pero, de todos modos, era extremadamente difícil armar un operativo para contener a seis millones de personas. Si existe ese volumen, la sensatez dicta que se los acompañe, se los intente encauzar, se los disuada de realizar algunos recorridos, mientras que los jefes elevan una plegaria para que lo más temido no se produzca.

De todos modos, nada grave pasó. Contabilizar algunos incidentes menores en medio de la multitud más grande jamás reunida en Argentina es casi una bendición. Todos los que presenciamos grandes movilizaciones que culminaron en gases, balas y corridas sabemos que siempre fue la policía la que provocó el caos. El afán de reponer un orden supuestamente perdido es lo que lleva al enfrentamiento entre los uniformes y el Pueblo, una trampa en la que los gobiernos peronistas no suelen caer, aunque esto haya ocurrido alguna vez.

La celeste y blanca vistió bellos cuerpos

La fiebre mundialista contagió a muchos extranjeros, que presos del exitismo y de la idolatría por Lionel Messi, el mejor jugador del mundial (y de la historia, cerca de Diego y de Pelé), se pusieron la camiseta argentina con el 10 en la espalda.

La bella escocesa Katherine Zeta-Jones fue una de ellas. Escribió “no llores por mí ni por nadie más, Argentina”, para terminar con un extemporáneo “Olé”. Otra fan fue la estrella de Avatar, Zoe Zaldaña, que hace años que toma mate, motivada por su maquilladora argenta y antes, por algunos compañeros de colegio. También la hermosa Anya Taylor-Joy (la estrella de The Witch), que vivió en Argentina y tiene familia en nuestro país y el gran Viggo Mortensen –de similar papsado- lucieron la camiseta que elevaron a la excelencia Messi, Julián Álvarez y Ángel Di María.

También Florinda Meza, la popular Doña Florinda, del Chavo del 8, expresó su idolatría. La mejicana subió a sus redes una foto de Messi caracterizado como Quico, otro de los personajes de su programa, junto a su esposa Antonella. Debajo, le escribió: “¡Muy bien jugado, tesoro, eres el mejor del mundo!”, para mandar luego un saludo a “mis amados argentinos de la bonita vecindad virtual”.

Por otra parte, entre el gremio masculino que se pronunció se contaron el protagonista de “Zoolander”, Ben Stiller, que al ver una foto de la multitud en el Obelisco que le envió su amigo, el tenista argentino Diego Schwartzmann, calificó de “insane” (loco) al espectáculo. Lo remató con un expresivo “Congrats, Argentina”. En otro orden de cosas, el salvaje Russell Crowe, actor neozelandés que interpretó a Máximo en la película Gladiador, escribió en la red: “Lionel…icon” (ícono).

El actor de Superbad, Christopher Mintz-Plasse, que tiene amigos argentinos, posó con dos perros con cara de desconcertados en su casa, con la inscripción “Vamoossss Argentinaaaa”, con la camiseta puesta y con varias banderas argentas rodeando su foto.

Un manto sutil

En la ceremonia de premiación, inesperadamente, el jeque qatarí, Tamin bin Hamad Al Thani, le colocó a Messi una capa transparente llamada “bisht” o “abaya”, que forma parte de la cultura de Qatar y se utiliza en las bodas, los compromisos y en celebraciones importantes.

El manto es un símbolo de prestigio, que suelen usar los funcionarios seculares y clericales, los jefes tribales, los reyes y los imanes, que son los representantes del profeta Mahoma, los que ofician las oraciones en las mezquitas.

Pero el bisht tiene un significado épico que trasciende su valor social y jerárquico. Los guerreros árabes lo usaban después de la batalla, para celebrar una victoria, tal como lo usó Messi el domingo último. El mundo árabe consideró que la imposición del manto sobre los hombros de Messi fue una señal de respeto hacia su persona y su país por parte de todos ellos. El líder argentino fue investido de esta manera con la categoría de guerrero.

Contabilizando su trayectoria, un merecido reconocimiento.

Esta caótica Argentina, en la que los patos le disparan a la escopeta, los malos parecen buenos, los corruptos posan de honestos, la comida cada vez tiene menos sabor y las flores no tienen olor, finalmente, pareciera que los más pobres son los culpables de todos los males que trajeron al mundo los más ricos.

María Elena Walsh escribió hace muchos años una canción que tituló “El Reino del Revés”, en la que un ladrón era vigilante y otro era juez “y que dos y dos son tres”. ¿Una profecía?

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