El peronismo rememora la vuelta de Perón y transita su último año en mutación

El peronismo rememora la vuelta de Perón y transita su último año en mutación

Cristina habló en La Plata. Los hombres de poca fe siempre dudan. El caos nace del orden ilegítimo.


Al interior del peronismo, pocos lo dicen abiertamente. Sólo lo hacen los incondicionales ya conocidos. Aún así, ninguno de ellos renuncia a la mesura. Todos utilizan algún condicional: “hoy no es el momento, pero…”; “tenemos que esperar, pero si ella quisiera…”; “tenemos que construir las condiciones para que ella pueda decidir”.

Ella es Cristina Fernández de Kirchner, que ha comenzado a emerger del segundo plano en el que eligió permanecer durante algo más de tres años –desde aquel 18 de mayo de 2019, cuando le pidió a Alberto Fernández que encabezara la lista que ganó las elecciones generales el 27 de octubre siguiente-, a pesar de que persistir en esa actitud casi le costó la vida. Como si un demiurgo furtivo cuestionara su ausencia de los primeros planos.

En estos días, los hombres que conducen al peronismo en todas sus instancias territoriales, se encuentran midiendo el amperímetro político. Y, hasta donde se sabe, en el mundo que circunda a los movimientos sociales, a los sindicatos y a los barrios de trabajadores, la figura de la expresidenta no podrá ser superada por ninguna otra figura.

Hombres de poca fe

Estos mismos que andan amperímetro en mano hesitan acerca de las posibilidades de alzarse con la victoria en 2023. Al menos, avizoran que si hubiera victoria, podría acaecer en condiciones parecidas a la de Lula en Brasil, que apenas le arañó un punto y medio a su rival derechista Jair Bolsonaro.

El actual caos peronista se debe, en especial, a la falta de conducción. La paradoja es que Alberto Fernández se define como un socialdemócrata, no como un peronista. Y que otros sectores consideran que Cristina es casi lo mismo. Esta falta de esencia peronista –real o ficticia- sitúa a una parte del Movimiento Peronista en la anomia política. Pocos se dedican en estos tiempos a discutir política. La anarquía interna diluyó la capacidad de elevar propuestas a una conducción política que no responde a nadie, encerrada como está en su torre de marfil.

De esta manera, el presidente de la Nación, que es además el presidente del PJ, ha ido achatando el accionar político del partido oficialista. Esto, a pesar de que él mismo solicitó asumir esa posición, que muchos dirigentes atribuyen más a su intención de anularlo en defensa propia, que de conducirlo.

Paralelamente, este hecho se complementa con la inoportuna disposición presidencial de ignorar la influencia de su principal socia política, que debió apelar en ocasiones a discursos públicos, cartas y videos para expresar sus desacuerdos con sus decisiones políticas. Este conveniente olvido, a la vez que le permite operar a su voluntad, lo convierte, en su último año en el poder, en el paradigma del “pato rengo”, vaciado de poder e incapaz de convocar a la continuidad del proyecto político que lo llevó a la Casa Rosada.

La cojera del pato

Esto significa que, de persistir el proyecto político del Frente de Todos, será sin el presidente actual, lo que encarna un fracaso clamoroso. Si el primer mandatario debe ceder a otro/a dirigente su cetro para que un segundo período gubernamental sea posible –no se sabe si lo será-, es porque su gestión contuvo más derrotas que victorias.

El problema de Alberto Fernández no fue la inflación, fue la ceguera política. El permiso a los empresarios para que se recarguen de poder y de dólares a su costa es equivalente a un suicidio público. El Producto Bruto Interno es uno solo y quien se echa a la faltriquera sus beneficios, en detrimento del resto, será quien a la postre moldeará la economía a su gusto. Aunque para ello deban cargarse –y lo harán, sin duda- al presidente que los protegió.

A 50 años de aquel día

La cita será en La Plata, a las 18:00 del jueves en que esta publicación brille en las pantallas (Oh!!, las épocas del papel). Allí, la vicepresidenta será la única oradora en un acto en el que se conmemoran los 50 años del regreso del General Juan Domingo Perón a la Argentina, tras 17 años de exilio.

Se espera que asistan unas 50 mil personas, que escucharán algunos anuncios que bridará la figura más importante que puede ofrecer el peronismo. Dicen los que saben que habrá anticipos, pero que Cristina no lanzará su candidatura, que hoy ni ella misma sabe si es pertinente.

Lo que es seguro es que la vicepresidenta está jugando fuerte, como siempre lo hizo. Operando de esta manera, ella demuestra ser la contracara de su timorato compañero de fórmula. Ayer firmó un bono de 30 mil pesos para los trabajadores del Senado y volvió a designar al senador Martín Doñate para integrar el Consejo de la Magistratura. El mismo Martín Doñate al que la Corte Suprema de Justicia le ordenó hace nueve días que cediera su puesto al senador opositor Luis Juez, desatando un conflicto de poderes de imprevisibles consecuencias.

De esta manera, la vicepresidenta se puso al hombro a un Partido Justicialista que carece hasta ahora de conducción. Hasta hoy, ella eligió ser la conductora de un solo sector del peronismo. El desafío será, de ahora en más, asomarse al conjunto, que se encuentra huérfano de política, de militancia y de contenidos doctrinarios actualizados.

Conducir es persuadir, dijo el General Perón alguna vez, aun advirtiendo que eso significa hundirse en el desorden, porque “los que en política quieren manejar un orden perfecto suelen morir de una sed desconocida, porque en política difícilmente existe un orden perfecto. Por eso, el que anhele conducir políticamente, ha de acostumbrarse a manejar el desorden antes que el orden”.

Un caos inducido desde el orden

Estos días en que la teoría de la grieta ha perdido impulso en el seno de la sociedad, mientras que, paradójicamente, sólo la derecha plantea la lucha de clases y alguno de sus exponentes hasta expresa en público que “ningún argentino puede garantizar que la democracia le cambió la vida”, sólo pueden ser definidos como caóticos.

Pero esta vez, quienes promocionan el caos no son bandidos desarrapados, ni atildados intelectuales afectos a la Glock calibre 40. La toma del Capitolio la llevaron a cabo militantes del presidente Donald Trump, de quien nadie supuso jamás que haya simpatizado con la revolución bolchevique.

Hoy se encuentra más cerca de la militancia del caos el fiscal Diego Luciani –a quien el ínclito Jorge Asís rebautizó “strasserita”-, con sus desaciertos jurídicos que el Pollo Sobrero llamando a la huelga.

De todos modos, hasta el preclaro “strasserita”, hombre del derecho punitivo, teme por su destino. ¿Y si no la condenaran?

Predicar el caos mientras se finge impeler la Justicia es tan riesgoso como jugar a la mancha con una yarará.

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