Cualquier acuerdo con el FMI siempre es pésimo

Cualquier acuerdo con el FMI siempre es pésimo

Se firmaron 21 acuerdos y ninguno fue cumplido. Vivimos de refinanciación en refinanciación. Son pactos leoninos.


El Fondo Monetario Internacional fue creado en la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas y Asociadas realizada entre el 1° y el 22 de julio de 1944 en el Hotel Mount Washington, en Bretton Woods, Estados Unidos de Norteamérica. Asistieron a esa conferencia representantes de 44 países, aunque dos de ellos –Estados Unidos e Inglaterra- impusieron a todos los demás las normas que regirían el flujo de capitales en lo que quedaba del Siglo 20 y la actualidad.

Los diseñadores del borrador original fueron el célebre economista inglés John Maynard Keynes y el subsecretario del Tesoro de los EE.UU., Harry Dexter White. De esta manera, la creación del FMI y del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento –hoy Banco Mundial- estuvo enmarcada por la decadencia del imperio británico y por el surgimiento del voraz capitalismo norteamericano. “No hay caída de un imperio sin la búsqueda de la hegemonía por parte de otra potencia”, escribió el historiador Paul Kennedy, que es inglés y sabe bastante acerca de los imperios, su auge, desarrollo y caída.

Argentina, cuando defendía su soberanía

Mientras Juan Domingo Perón fue presidente, jamás firmó los Acuerdos de Bretton Woods. Este hecho inauguró la conflictiva relación del peronismo con el FMI. El general golpista Pedro Eugenio Aramburu, que lo derrocó el 16 de septiembre de 1955 firmó un decreto por el cual adhirió al FMI el 30 de agosto de 1956, casi un año después de inaugurar la Revolución pretendidamente Libertadora.

Paradójicamente, el método que utilizan las potencias para sojuzgar a los países del Tercer Mundo, incluye tanto la represión contra los movimientos nacionalistas como la presión de sus organismos de crédito. En Argentina se utilizaron los dos: el 16 de junio de 1955, la Fuerza Aérea tuvo su bautismo de fuego bombardeando la Plaza de Mayo y los alrededores de la residencia presidencial, mientras que al año siguiente, el dictador de turno adhería al país al FMI.

Desde este fatídico año, el ciclo de la dependencia se sucede una y otra vez. El peronismo nunca tomó empréstitos del FMI, a lo sumo debió negociar las deudas contraídas por los gobiernos de corte liberal, que con el argumento de “las crisis apócrifas” salieron alegremente al mundo en múltiples ocasiones, para regresar con los bolsillos cargados de dólares que jamás se dignaron devolver. La última vez que se acumularon las deudas, Néstor Kirchner pagó anticipadamente 10.000 millones de dólares y luego les pidió a los técnicos del FMI que desalojaran la oficina que ocupaban en el Ministerio de Economía.

Luego se ocupó de diseñar una política económica basada en los superávits paralelos, sin la anuencia ni el asesoramiento del organismo. De esta manera, por primera vez desde 1976 volvió a existir un período de desarrollo económico virtuoso. Como en aquella ocasión, tras el período de crecimiento, un gobierno liberal volvió a poner a la Argentina en manos del sistema financiero, un sector que sólo se enriquece a sí mismo, mientras empobrece al resto de los actores de la economía.

Acuerdos fallidos, préstamos sin sentido…pero caros

Desde 1956, Argentina firmó 21 acuerdos con el FMI, todos tan absolutamente leoninos que ni uno solo fue cumplido. Los cultores de la lapicera alegre, que firma cualquier cosa, en todas las ocasiones pidieron dinero para desarrollar “un programa de estabilización”; para establecer una “reforma del sistema de cambios”; para “restablecer el balance entre los precios internos y externos” y para “sentar las bases para el crecimiento a largo plazo”.

Tantas palabras huecas indican, en realidad, que los préstamos guardaban la misma naturaleza que aquel empréstito que otorgó en 1824 la Banca Baring Brothers, que llegó a Buenos Aires en forma de cartas de crédito a descontar en los comercios de Juan y Guillermo Parish Robertson, Braulio Costa, J.P. Sáenz Valiente, Félix Castro y Miguel de Riglos, entre otros. Así, cuando el Estado necesitaba mercaderías, las compraba a cuenta en los almacenes de ramos generales de estos “patriotas”. El empréstito había sido tomado, supuestamente, para financiar la construcción del Puerto de Buenos Aires, para fundar tres ciudades entre Buenos Aires y Carmen de Patagones y para colocar agua corriente en la ciudad de Buenos Aires. El problema fue que el crédito fue establecido en un millón de libras esterlinas, pero al Río de la Plata llegaron sólo 560.000. Un detalle.

El principal negocio de la banca internacional es el otorgamiento de préstamos a los estados nacionales de los países del Tercer Mundo. Preguntan poco, pagan mucho y nunca pueden salir de ser productores de materias primas. Mientras tanto, siguen comprando manufacturas caras y vendiendo los frutos de su tierra por pocas monedas.

El ciclo de la relación con el FMI lo inauguró Arturo Frondizi, que el cuatro de diciembre de 1958 tomó un préstamo por u$s75 millones. Como la falsa crisis que habían inventado los “libertadores” para desfinanciar el desarrollo había sumido al país en una crisis verdadera, Frondizi y sus sucesivos ministros de Economía, Emilio Donato del Carril, Álvaro Alsogaray, Roberto Alemann,
Arturo Coll Benegas y Jorge Wehbe firmaron tres acuerdos de stand-by en 1959, 1960 y 1961, que elevaron el monto a 100 millones de la verde moneda. Por su parte, José María Guido, que sucedió a Frondizi tras su derrocamiento, firmó en 1962 otro acuerdo en esa alegre ronda de lapiceras veloces.

A Guido le sucedió el radical Arturo Umberto Illia, que no solicitó ningún crédito, lo que explica en parte su posterior derrocamiento, acaecido el 28 de junio de 1966. Por supuesto que el autor de esta humillación a la democracia, el general Juan Carlos Onganía, al que sus camaradas apodaban “El Caño” -recto y duro por fuera, vacío por dentro-, no se privó tampoco de acudir a Washington en 1967 y en 1968, para ir en busca de verdes divisas. El primer mangazo fue de u$s100 millones y el segundo, de u$s125 millones. ¿Los objetivos de tamaño empréstito? Pues, lo de siempre: “detener la inflación” y “sentar las bases para el crecimiento a largo plazo”. El ministro de Economía era Adalbert Krieger Vasena y el presidente del Banco Central era Pedro “Peter” Real.

Posteriormente, María Estela Martínez de Perón, que reemplazó a su marido en el cargo tras su fallecimiento, ocurrido el 1° de julio de 1974, firmó tres acuerdos con el FMI. El primero, firmado en octubre de 1975, fue un “oil facility” por u$s100 millones, para cubrir la crisis petrolera provocada por los países miembros de la Organización de Países Productores de Petróleo (la OPEP), que decidieron subir los precios en 1973, desatando un conflicto sin precedentes. Esta crisis llevó a la viuda de Perón nuevamente a Washington en diciembre de 1975 y en marzo de 1976, para cubrir el desequilibrio de la balanza de pagos, afectada por el fallido intento de Celestino Rodrigo de imponer el neoliberalismo bajo un gobierno peronista.

Después llegó el sangriento golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. José “Joe” Martínez de Hoz puso nuevamente sus esperanzas en Washington, adonde viajó en agosto de 1976 para buscar u$s300 millones. En noviembre de 1977 se firmó un segundo stand-by, para “fortalecer la balanza de pagos”, para “reducir la tasa de inflación” y para “generar las bases para un renovado crecimiento económico”.

Pero entonces llegó Reynaldo Benito Antonio Bignone, general él, que también quería su préstamo. Firmó dos acuerdos con el ínclito organismo de crédito en el breve período de 19 meses en el que fue presidente. El primero, un “compensatory financing facility” por u$s550 millones, pero con el segundo se superó a sí mismo: fue por u$s1.500 millones, que equivalían al 1,4% del PBI.

Raúl Alfonsín intensificó el vínculo con el FMI. Firmó cinco acuerdos entre 1984 y 1988, a pesar de que su primer ministro de Economía, Bernardo Grisnpun, investigó el origen de la deuda de u$s43.000 millones que le había dejado la dictadura y llegó a conclusiones muy conflictivas con el “stablishment” financiero, ya que una gran parte era privada, pero estos querían que se hiciera cargo el Estado. Finalmente, esto sucedió y el Pueblo argentino, “con la nuestra”, se hizo cargo de los dislates bancarios que perpetraron algunos empresarios. Lo reconoció el propio José Luis Machinea, expresidente del Banco Central en tiempos de Alfonsín. Éste describió con sencillez la operación. “La reducción de los pasivos externos del sector privado derivó, en la práctica, en la nacionalización de gran parte de esa deuda externa. La deuda externa del sector público, que era del 53% de la deuda total en 1980, se incrementó a 83% en 1985”. El mecanismo fue sencillo. Se cambiaron los títulos que habían firmado los funcionarios de la dictadura por otros similares firmados por los funcionarios de la democracia, aunque esto parezca una ironía feroz.

Carlos Saúl Menem no le fue en zaga a Alfonsín. Para no ser menos, firmó otros cinco acuerdos y el alegre festival de la eterna hipoteca del futuro siguió adelante con éxito. El último crédito fue tomado en 1998, un año antes de que venciera su segundo mandato, por una suma de u$s2.800 millones, muy lejos de aquellos tímidos u$s75 millones que firmara Arturo Frondizi en 1958, en la inauguración de este ciclo de endeudamiento desmedido e innecesario.

Al riojano le siguió otro apasionado admirador de los bancos. En 2000 firmó un Stand-by por u$s7200 millones. Debían ser pagados en tres años y el primer pago era por u$s1300 millones. Como siempre, el amigable organismo crediticio exigía metas. Había que bajar el déficit al 3,5% del PBI y proceder a la “eliminación de distorsiones en el sistema impositivo”. Como estas metas no se cumplieron, el FMI “apagó” a la Argentina, a pesar de que se le habían concedido el desatinado “Blindaje Financiero” y el desastroso “Mega(r)canje”, que constituyeron un pingüe negocio para los banqueros –cobraron u$s150 millones de comisión- y para Paul Mulford, el exsecretario del Tesoro de los EE. UU., en ese momento directivo del Banco Crédit Suisse, que cobró 20 millones más por un pasamanos de dinero color verde. La estafa le costó al país un aumento en la deuda externa de u$s55.000 millones, según el experto en ingeniería financiera Moisés Resnick Brenner. Hasta ese momento, Argentina debía u$s 80.000 millones y pasó a deber alrededor –esto cambiaba a diario, por el riesgo país, los intereses y más y más comisiones- de u$s126.600 millones.

Finalmente, después de la crisis de 2001, Eduardo Duhalde firmó un nuevo acuerdo de stand-by para refinanciar las deudas, que se acumulaban descontroladamente. Era un acuerdo por tres años, por el que había que pagar u$s12.500 millones. El acuerdo también se cayó.

En 2003 Néstor Kirchner cerró una etapa pagandole anticipadamente, con reservas del Banco Central, al FMI una deuda remanente de casi u$s10.000 millones. A continuación, les solicitó amablemente a los técnicos del organismo que desalojaran la oficina que ocupaban en el Ministerio de Economía.

Por casi 15 años, el staff técnico del FMI se tomó vacaciones de la Argentina, o casi. Extrañamente, en ese tiempo ni siquiera opinaron demasiado sobre la economía nacional.

En junio de 2018, el presidente Mauricio Macri terminó con la época de “relax”. Ni bien llegó a la presidencia ya había comenzado a juguetear con el mercado internacional de créditos. Luis “Toto” Caputo navegó raudamente por los mercados, atrayendo incautos y buitres a la Argentina. La jugada culminó el ocho de mayo de 2018 con una apuesta aún mayor. Ese día, Macri anunció que había iniciado conversaciones con el FMI, en un mensaje grabado que duró tres minutos. Finalmente, Macri firmó un acuerdo por u$s50.000 millones, que poco después se amplió a u$s57.000 millones. Ese dinero se diluyó rápidamente, ya que sirvió para financiar la salida de capitales golondrina, que habían invertido en pesos en el mercado de capitales argentino y no podían salir porque no había dólares. Cuando éstos aparecieron, se apresuraron a fugarse hacia otros paraísos.

El mejor acuerdo siempre se parece al peor

A Martín Guzmán, el primer ministro de Economía del Frente de Todos, le tocó renegociar un acuerdo con el organismo de crédito, ya que los pagos del crédito que tomó Macri eran a corto plazo, sólo a tres años, a partir de 2018. Guzmán encaró una larga negociación, que culminó con un ruinoso nuevo préstamo. El actual ministro de Economía y candidato presidencial de Unión por la Patria, Sergio Massa, sigue negociando diferentes metas con el FMI, pero con este organismo los acuerdos siempre son malos. Guzmán estiró los plazos de pago a diez años, pero dentro de poco habrá que negociar de nuevo.

Desde 1956, la Argentina vive la pesadilla del ciclo de endeudamiento y desendeudamiento, un riesgoso juego en el que nadie gana y todos pierden. ¿Habrá llegado la hora de exigir responsabilidad a los gobernantes que viajan a Washington con lapiceras demasiado dóciles? ¿Existen los cipayos?

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