“Hoy la Corte Suprema busca reconocimiento y visibilidad”

“Hoy la Corte Suprema busca reconocimiento y visibilidad”

Por Daniel Gaguine

En su libro La Corte Suprema en escena, desarrolla un estudio sobre su funcionamiento, en el cual corre el velo de la imagen que tenía en los 90, hoy se encuentra en una búsqueda de mayor legitimidad.


Esta joven doctora en Ciencias Jurídicas por la Universidad de Cornell (Estados Unidos) se propuso llevar a cabo un estudio serio pero ameno sobre la diversidad de los actores en juego a la hora de hablar de la Corte, y el significado que la institución judicial tiene para ellos. Café de por medio, la investigadora del Conicet, nacida y criada en Tucumán, explica a NU su ejercicio de crítica, entre la distancia de los tecnicismos y la cotidianidad de las prácticas judiciales. ¿Qué concluyó? Entre otras cuestiones, que hacia adentro la Corte sigue representándose como la entendía Fayt, al modo de un almacén de ramos generales. Y que hacia afuera, en cambio, se la sigue viendo inaccesible.

–¿Cómo surge la posibilidad de hacer un libro sobre la Corte Suprema?

–Surge a partir de un proyecto de investigación, pensado para una tesis doctoral, a principios de 2009. El proyecto fue elaborado en 2005, un momento en el cual se observaba todo un movimiento que había a nivel parlamentario sobre las propuestas y nominaciones de nuevos jueces en la Corte. Todo eso, sumado al movimiento de audiencias públicas para la confirmación de nuevos jueces, como también toda una movida de las ONG, en coincidencia con el famoso decreto 222, del presidente Kirchner. Fue un momento especial, sumado también a una vivencia, que cuento en la introducción del libro, sobre lo que había sido la crisis de 2001-2002 y el reclamo a la Corte Suprema por la pesificación. Se cristaliza la crítica –que venía desde hacía rato– a la Corte Suprema, al tiempo que se hace muy visible la necesidad de cambio. Tomando esos datos y esta reflexión acerca de cómo había sido ese proceso, elaboro un proyecto de investigación. Hubo una idea de hacer un trabajo etnográfico sobre la Corte y ver el punto de vista de los actores-protagonistas. Darle una vuelta de tuerca respecto de los estudios que se venían haciendo sobre la Corte misma. En mi caso, trabajo más desde adentro, desde el seno de la Corte.

–Y esto lo plasmó en un lenguaje ameno.

–Sí, ese fue un gran esfuerzo. Hubo reescrituras, reediciones y un poco tratar de acercarlo pero manteniendo los núcleos temáticos.

–¿Cómo fue la metodología de la investigación?

–Se va realizando permanentemente. Hay muchas cosas que había pensado como más de laboratorio pero una vez que entrás en el terreno, ahí te cambia. Eso es lo interesante de la investigación empírica. Cómo la investigación se va modificando a partir de lo que se encuentra, los preconceptos, los prejuicios…

–¿Por qué define al libro como una reacción y una respuesta?

–Es una reacción no solo frente a la interpretación de la crisis sino a la forma del punto de vista de la academia. Una reacción frente a un modo de crítica en la cual hay una forma de decirle la verdad al poder. Tenemos que buscar otro modo de hacer crítica. Siempre tiene que estar el sentido crítico pero veamos por dónde lo agarramos. De una manera más sutil y con otro tipo de dispositivos y elementos para la crítica. No tan abiertos a partir del análisis de conductas o de prácticas que se manifiestan en el contenido de las difusiones, sino algo que tenga más que ver con la cotidianeidad de las prácticas judiciales.

–O sea, “critico esto y propongo esto”.

–Exacto. No lo hago tan programático. A ver, un público más jurídico preguntaría para qué sirve. La idea es no pensarlo con un objetivo programático sino tratar de conocer cómo se construye el derecho en el ámbito judicial.

–Me sorprendió gratamente el análisis de la palabra “burocracia”, tan mal vista en general, cuyo análisis usted acerca a la definición más weberiana.

–El abordaje está hecho desde un punto de vista académico. También tiene que ver el ámbito desde el cual voy construyendo el texto, para quiénes lo construyo. Al principio, está pensado para verlo ante pares, por lo que no habría necesidad de “limpiar” el concepto. Ahora, cuando lo proponés como un proyecto más amplio, hay que salir de esa torre de marfil que es la academia. Hay que ir más al llano y hacer entender que la burocracia es como un cuerpo profesional y colegiado que va transformando a los actores.

–Usted también fue protagonista del libro, porque hubo un expediente a su nombre.

–Sí. Protagonista a partir de un hecho que me tiene como participante de la investigación. Me veo involucrada en una situación afín a ciertos actores, quienes interactúan con la Corte. Esto se dio a partir de una necesidad y obligación de presentar unos formularios de consentimiento, un protocolo que se sigue en situaciones que involucran a personas. Al involucrar personas era necesario –porque representaba a la universidad en la que estaba estudiando– realizar esta presentación.

–¿Qué fue lo que más la sorprendió de la investigación?

–En primer lugar, lo del expediente fue muy significativo ya que me obligó a replantearme la estrategia metodológica. Me sorprendió esta forma de vincularme con la institución cuando esperaba otro tipo de contacto. Pero, en definitiva, esta situación me ubica en el lugar común y ordinario. Debo esperar que la reacción sea por escrita. Estoy presentándome a un cuerpo del Estado y la respuesta será por ese lado. Entonces, esto me sorprendió y traté de significarlo, metodológicamente hablando. Esta es otra forma de ingreso, paralelamente a que iban fluyendo los vínculos y los contactos. Esta fue la sorpresa que, si uno no lo plantea en términos metodológicos, lo tenemos más naturalizado. La idea era entender el vínculo que tienen los actores dentro de la Corte con los documentos que ellos mismos producen. Eso fue, para mí, el gran hallazgo de mi investigación. Hay muchas investigaciones que abordan la práctica judicial con su respectivo método antropológico. Para mí, fue en relación a la materialidad de la práctica judicial. Quise entender esa materialidad y los elementos que también hacen a la condición del conocimiento jurídico y también son instrumentos que afectan las subjetividades, provocando vínculos por su lado.

–¿Cree que la Corte recuperó la legitimidad que perdió en los 90?

–En el libro planteo un poco el esfuerzo de búsqueda de legitimidad pero no en términos políticos o sociológicos sino de reconocimiento. Lo tomo a partir del discurso de diversos actores. Hay una búsqueda de reconocimiento y visibilidad. En ese sentido, hay una mayor visibilidad de la Corte. Por eso, la idea de la Corte Suprema “en escena”. Un actor que busca también posicionarse frente al otro. La Corte ahora se manifiesta a través de prácticas que son más visibles para los demás. Sea el público en general o quienes concurran a una audiencia pública. En ese sentido, hay una clara diferencia frente a otra Corte que también se hizo visible pero por otros motivos.

–¿Cuál es el lugar de la Corte? ¿Es ese sitio inalcanzable o es el más cercano y aprehensible para el público en general?

–Es una pregunta compleja. La corte no se ubica en el plano del deber ser sino en el cómo. Es muy interesante cómo, dentro de los mismos protagonistas –y no me refiero solo a los jueces solamente–, tienen una percepción muy clara de entender el relato de sus prácticas cotidianas sobre que la Corte es un lugar al que accede todo el mundo. Llegan todo tipo de causas. De alguna forma, se reproduce esa metáfora que había dicho Carlos Fayt sobre la Corte como si fuera un almacén de ramos generales. Por otro lado, hacia afuera tiene esa visión de tribunal inalcanzable e inaccesible. El libro discurre en esa tensión. Trata de reflejar esa tensión entre el adentro y el afuera. La misma investigación iba desde adentro hacia afuera. Hay un momento en que el acceso a la Corte se restringió un poco cuando me notifican por el expediente. Salgo de la Corte para trabajar con quienes trabajan en la Corte, después vuelvo cuando se abre todo. Más que dónde debería ubicarse la Corte, lo que busca el libro es reflejar un poco sus propias contradicciones. Otra cosa que soslayo es este “ideal” de Corte Suprema, como un ideal de prácticas. Estamos hablando de un tribunal de acceso muy restringido. La idea es darle al lector elementos para que vaya formando su propio juicio pero desde otra mirada.

–¿La “familia judicial” sigue estando?

–El libro, de alguna forma, se hace eco de algún trabajo un poco más explícito en el uso de esta categoría, para analizarlo. Lo pongo en un lugar en que ya ha sido discutido por otros y por otros temas. No analizo en sí las formas de ingreso u otro tipo de vínculos. Sí lo utilizo como metáfora, de la misma manera que lo utilizan los mismos actores, para referirse al tamaño de la Corte, como si la Corte fuese una familia, con cierto dejo de nostalgia sobre cómo era. Hay también representaciones tanto del adentro y del afuera. Para algunos hay una pérdida de legitimidad de que la Corte va ampliando su competencia, ya que esto permite que ingresen más causas. Para otros, está la idea de que se pierde ese ámbito. La metáfora también se emplea en otros sentidos.

–Dijo que busca llevar la investigación por cuestiones más simbólicas. ¿Por eso tomó la refacción que se hizo del edificio de la Corte?

–Sí. Utilizo bastante la cuestión simbólica. El libro trae estos elementos. No lo presento en términos de descripción como si fueran rituales sino también como para ir tratando la idea de materialidad. Trabajo sobre la materialidad pero utilizo la cuestión simbólica para que ayude al lector a darse una idea de por qué ese espacio judicial es un ámbito de tensión que quiere reconfigurarse. Por muchos años hubo una imagen muy patente de que la Corte quiere restaurarse y se está forjando. A su vez, la idea de restauración significa un cambio pero también volver hacia su origen. ¿Hay renovación que también implica un debate ético? Hablando a nivel simbólico, cuando se realiza una protesta social, las vallas simbolizan el esfuerzo para mantener ese orden. Hay protestas que han sido naturalizadas por nuevos espacios judiciales que se están reconfigurando después de 2001-2002 pero mantienen su límite.

–Al día de hoy, más allá de que guste la Corte Suprema, no se critica a sus miembros como antaño, no se pone en duda a las personas que la componen.

–Quienes están ahora vienen precedidos por una muy buena reputación, que no pasaba antes con la “mayoría automática” y el contenido de sus decisiones. Estamos hablando de un producto y de personas. Me parece interesante este esfuerzo de jerarquizar la institución y ubicarla en un lugar diferente al que tenía antes. Lo que se hace visible son las personas. La dicotomía del individuo y la persona. Lo que se hace visible son los cuerpos. Pero coincido, más allá de alguna discusión, en que es muy buena.

–Consultada sobre cómo iba a seguir su lucha judicial, Susana Trimarco dijo que confiaba plenamente en la Corte Suprema. Este tipo de afirmaciones brindan un marco de confianza.

–Sí. Creo que significa una confianza que fue ganada en este tiempo. También hay algo curioso: cuando fue la crisis de 2001-2002, los propios actores decían “aun en el momento de mayor quiebre institucional, venían a la Corte”, como si fuese el último refugio. Me llamó mucho la atención y lo reflejo en términos de la interpretación que hacen los actores de la crisis. “Paso lo que pasó y aun venían acá.” Eso era lo curioso.

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