13 de Diciembre: homenaje a los héroes de siempre

13 de Diciembre: homenaje a los héroes de siempre

Hace apenas unos días se conmemoraron el asesinato de Dorrego y la Masacre de Margarita Belén. Paradojas de la historia.


Las guerras civiles que transcurrieron en la Argentina no se saldaron nunca sin sangre. Quizás esta ferocidad sea una herencia de la raza española. Lo seguro es que la crueldad nunca estuvo ausente en los combates, en especial cuando los que iban a morir se encontraban indefensos.

Existen muchos ejemplos de este aserto en la historia del país. Lo ocurrido el 30 de mayo de 1862 en Tama (La Rioja) fue aleccionador. A la firma del Tratado de La Banderita acude el General Ángel Vicente “Chacho” Peñaloza, trayendo con él a sus prisioneros del bando unitario, con el objetivo de intercambiarlos con sus soldados, apresados por los despiadados coroneles de Mitre Herminio Sandes, Ignacio Rivas y José Miguel Arredondo.

Peñaloza entregó sus prisioneros unitarios, que lo homenajearon a causa del buen trato que habían recibido y luego esperó por la devolución de los suyos. Ante el silencio de sus enemigos, Peñaloza entró en desesperación.

José Hernández, el autor del Martín Fierro y amigo del caudillo riojano lo relató crudamente. Peñaloza preguntó: Y bien…¿dónde están los míos?…¿por qué no me responden? ¿Qué?…¿será cierto lo que se ha dicho? ¿será verdad que todos han sido fusilados? Los jefes de Mitre se mantenían en silencio, humillados, los prisioneros habían sido fusilados sin piedad, como se persigue y mata a las fieras de los bosques: las mujeres habían sido arrebatadas por los invasores.

Margarita Belén, escenario de otra Banderita 

El 13 de diciembre de 1976, LT 5 Radio Chaco transmitió en la mañana un comunicado de la VII Brigada de Infantería: “…siendo aproximadamente las 4:45 horas del día 13 de diciembre una columna que transportaba detenidos subversivos hacia Formosa fue atacada por una banda armada en la Ruta Nacional N° 11, próximo a la localidad chaqueña de Margarita Belén. Tres delincuentes subversivos fueron abatidos en el enfrentamiento producido, logrando escapar los restante, aprovechando la confusión y la oscuridad”.

En realidad, lo que había ocurrido era bien distinto. En la  noche anterior -12 de diciembre- oficiales del ejército comenzaron a reunir a un grupo que estaba conformado por detenidos en la Unidad Penitenciaria N° 7 de Resistencia, por otros militantes que permanecían secuestrados en el pozo  clandestino de La Liguria y por algunos que estaban presos en la propia Alcaidía de la capital chaqueña.

En ese lugar fueron torturados salvajemente los hombres, tres de los cuales fueron emasculados y las mujeres, de las cuales tres fueron violadas. Algunos ni siquiera podían caminar sin arrastrar sus pies o sin la ayuda de sus compañeros. En la madrugada siguiente, 13 de diciembre, todos fueron llevados a camiones militares, que los llevarían “a Formosa”, pero a unos kilómetros de Resistencia, en el kilómetro 1.041 de la Ruta 11, cerca de Margarita Belén, todos los militantes fueron obligados a bajar a la ruta, adonde fueron fusilados.

En 2011, ocho militares de baja graduación fueron condenados a prisión perpetua por los infames sucesos. En 2013, otro de los militares, que estaba prófugo en el momento del juicio, también fue condenado.

Todos los fusilados pertenecían a la Juventud Peronista, a las Ligas Agrarias y a la organización Montoneros. Fueron ellos: Manuel Parodi Ocampo; Luis Arturo Fransen; Carlos Alberto Duarte; Carlos Terezecuk; Néstor Carlos Salas; Patricio Blas Tierno; Luis Angel Barco; Mario Cuevas; Fernando Gabriel Piérola; Carlos Alberto Zamudio; Luis Alberto Díaz; Roberto Horacio Yedro; Reynaldo Amalio Zapata Soñez; Ema Beatriz Cabral; Carlos Maria Caire; Julio Andrés Pereyra y Delicia González.

Hubo varios cuerpos sin identificar, porque la mayoría fueron enterrados en fosas comunes, mientras que otros fueron entregados a sus familiares. Hay otros cinco detenidos de los que no se tiene certeza que hayan sido fusilados esa noche, pero se presume que murieron en Margarita Belén. Son ellos Alcides Bosch, Dora Noriega, Eduardo Fernández, Ramón Luciano Diaz y Ramón Vargas. Todos estaban en la Alcaidía de Resistencia el 12 de diciembre y desde esa noche se perdieron sus rastros para siempre.

Más allá de los nueve oficiales subalternos condenados, las órdenes de la matanza  provinieron directamente del coronel Cristino Nicolaides, jefe de la Brigada de Infantería N° 7 y de la Subzona 23, que a su vez recibió directivas del comandante del II° Cuerpo de Ejército y luego entregador de las Islas Malvinas, Leopoldo Fortunato Galtieri. Los ejecutores de la sentencia fueron policías chaqueños al mando del comisario general Wenceslao Ceniquel y militares y civiles del Destacamento de Inteligencia 124, que comandaba el teniente coronel Armando Manuel Hornos.

 

La confesión

En la audiencia del Juicio a los comandantes de las Fuerzas Armadas realizada el cinco de agosto de 1985, el miembro de la Conadep Edwin Tissembaum presentó a los jueces la grabación del testimonio del parapolicial Eduardo Pío Ruiz Villasuso, que confesó en su lecho de muerte ante un escribano que esa noche de diciembre fueron asesinados a golpes en la Alcaidía de Resistencia 17 hombres y cuatro mujeres. Mencionó como autores de la bárbara agresión a los capitanes Bianchi y Rampulla, a los tenientes Luis Alberto Patetta y Aldo Martínez Segón, al subteniente Ernesto Jorge Simoni y a los auxiliares del Destacamento de Inteligencia 124 Edgardo Valussi y Edgardo Eugenio Vicente. También involucró al comisario general Carlos Thomas y a los sargentos Gabino Manader y José María Cardozo.

Este ignominioso fusilamiento sin proceso, sin legalidad, ni otra razón que el exterminio de militantes peronistas se condice con las estrategias que adoptaron algunos grupos económicos para optimizar sus negocios. Incluso, se evaluó que Cristino Nicolaides –un oscuro oficial que llegó a ser el último comandante en jefe del Ejército de la Dictadura que tomó el poder el 24 de marzo de 1976- ascendió en la consideración de sus pares y de alguna embajada a causa de su participación en la Masacre de Margarita Belén.

 

Peñaloza entregó sus prisioneros unitarios, que lo homenajearon a causa del buen trato que habían recibido y luego esperó por la devolución de los suyos. Ante el silencio de sus enemigos, Peñaloza entró en desesperación. José Hernández, el autor del Martín Fierro y amigo del caudillo riojano lo relató crudamente. Peñaloza preguntó: Y bien…¡donde están los míos?…¿por qué no me responden? ¿Qué?…¿será cierto lo que se ha dicho? ¿será verdad que todos han sido fusilados?

 

El crimen fue en Navarro  

En sus 41 años de vida –nació el 11 de junio de 1787 y fue fusilado de manera infame por su compañero de armas Juan Galo de Lavalle el 13 de diciembre de 1828-, el “Loco” Dorrego fue oficial de San Martín y Belgrano, gobernador de la Provincia de Buenos Aires y “padre de los pobres” en la Ciudad de Buenos Aires.

Quizás haya sido esta última condición la que desató el vendaval que lo llevó a la muerte.

Dorrego se manifestó siempre como un férreo opositor a los librecambistas –los liberales de entonces- de la ciudad en la que había nacido. El líder de éstos era Bernardino Rivadavia, que se había autoproclamado como presidente de las Provincias Unidad del Río de la Plata.

En 1826, cuando se discutió la nueva Constitución, don Bernardino suspendió arbitrariamente el derecho a votar de “los criados a sueldo, peones jornaleros y soldados de línea”, lo que encendió la ira de Dorrego.  

Elocuente como era, el antiguo oficial sanmartiniano echó rayos y centellas. “He aquí la aristocracia, la más terrible, porque es la aristocracia del dinero (…). Échese la vista sobre nuestro país pobre: véase qué proporción hay entre domésticos, asalariados y jornaleros y las demás clases, y se advertirá quiénes van a tomar parte en las elecciones. Excluyéndose las clases que se expresan en el artículo, es una pequeñísima parte del país, que tal vez no exceda de la vigésima parte (…) ¿Es posible esto en un país republicano?”.

Encarnando a caracterizado populista del Siglo 19, Dorrego le espetó a sus enemigos: “¿Es posible que los asalariados sean buenos para lo que es penoso y odioso en la sociedad, pero que no puedan tomar parte en las elecciones?”. Esto, porque el autor del úkase había argumentado que los trabajadores iban a votar de acuerdo al criterio de sus patrones.

Pero Dorrego no se quedó allí. “Yo digo que el que es capitalista no tiene independencia –espetó-, como tienen asuntos y negocios quedan más dependientes del Gobierno que nadie. A ésos es a quienes deberían ponerse trabas (…). Si se excluye a los jornaleros, domésticos, asalariados y empleados, ¿entonces quiénes quedarían? Un corto número de comerciantes y capitalistas”.

Tras estas palabras disfrazaron sus argumentos Segundo de Agüero, Juan Cruz Varela y Salvador María del Carril, para obligar al poco lúcido general Lavalle, la “Espada sin Cabeza”, tal como lo bautizó Esteban Echeverría, a poner a su antiguo compañero de armas frente al pelotón.

Para el recuerdo quedó una frase que le escribió Salvador María del Carril el 12 de diciembre, el día que Lavalle se debatía entre fusilar o no a Dorrego, tal como había sido acordado previamente. Del Carril culminó su carta recordándole al ciego general que “nada queda en la República para un hombre de corazón”, para desazón de los republicanos del Siglo XX.

El asesinato del Coronel que había ganado sus galones en el campo de batalla desató una serie de desórdenes que culminaron en 1829 con el arribo de Juan Manuel de Rosas al poder, que ejerció hasta 1832, en principio. Luego, ante una serie de nuevas discordias, volvió a ejercer la Gobernación entre 1835 y 1852, cuando fue derrocado por el segundo Golpe de Estado que hubo en Argentina. El primero, claro, había sido el que culminó con el fusilamiento de Dorrego.

En 1827, tras la suma de los desaciertos del supuesto prócer, Rivadavia fue depuesto de su cargo. La presión social, sus políticas de apoyo a los banqueros y a los lobbies proingleses produjeron una crisis humanitaria sin precedentes. 

Dorrego fue designado gobernador y, fiel a su carácter “populista”, promovió una ley de votación que permitía sufragar a los más pobres y otra de libertad de imprenta, que castigaba con fuertes multas a las publicaciones calumniosas e injuriosas.

La conspiración de los unitarios contra Dorrego se inició con la contratación de Lavalle como jefe del ejército destituyente. El 1° de diciembre, cuando se lanzó la insurrección, Dorrego se retiró hacia el interior de la provincia para reclutar las tropas que lo ayudaran a resistir. Entretanto, los unitarios celebraron una elección de gobernador en la que se votaba a viva voz, en el patio de una iglesia, custodiada por los soldados de Lavalle. El resultado estaba cantado y Lavalle, electo gobernador, salió a campear a su antiguo compañero de armas.

El 9 se encontraron en las cercanías de Navarro, adonde Dorrego fue derrotado y hecho prisionero.

Desde el primer momento, el coronel supo que no iba a salir con vida de allí. Cuando llegó la hora, pidió que lo vistieran con una chaqueta del ejército unitario y marchó en silencio hacia el final. Su amigo Gregorio Aráoz de Lamadrid se mantuvo a su lado hasta el final, aunque no se quedó a verlo morir. Le entregó su chaqueta de soldado para enfrentar al pelotón y segundos después todo había terminado.

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