En la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires cambió dramáticamente desde fin de año el tenor de las denuncias más comunes. Antes, los principales objetivos de las denuncias de los usuarios porteños eran las compañías telefónicas, las de celulares y las empresas privatizadas en general.
Pero a fines de diciembre, los bancos se convirtieron en el blanco de la bronca de los porteños. Para dar un ejemplo, un informe de la Defensoría del Pueblo porteña da cuenta que -desde el 28 de diciembre hasta ayer- recibieron 750 e-mails de usuarios de todo tipo de servicios, conteniendo algún tipo de queja o de denuncia.
El 85 por ciento de los denunciantes eran personas perjudicadas por el llamado "corralito". El 70 por ciento de ellos denunciaba su imposibilidad de retirar los fondos que habían quedado "cautivos" en los bancos. El 30 por ciento restante fueron usuarios de las tarjetas de crédito, que se quejaban de que sus saldos acumulados habían sido dolarizados, una situación que luego se fue revirtiendo, ante la reacción del Gobierno prohibiendo esa operatoria.
Los más afectados por el "corralito" fueron personas que habían depositado en el sistema sus indemnizaciones por despido o por retiros. La mayoría es gente que no tiene trabajo, por lo que estas medidas les impiden disponer de su único dinero para la subsistencia.
En este precario ránking de perjudicados por un desatino típicamente nacional, están ubicados los que poseen deudas de más de 100 mil dólares, que no serán pesificadas, por lo que se convirtieron de un día para el otro en las víctimas de un sistema en el que suponían que podían confiar.
Pero no sólo los adinerados -o no tan pobres- fueron damnificados. Mucha gente que necesitaba el dinero depositado para adquirir medicamentos o para realizar algún tratamiento médico se vio imposibilitada de cumplir con su objetivo.
Para finalizar el inventario de las desgracias de los porteños, una gran cantidad de personas denunció en estos días que en los bancos no se reciben ni Patacones ni LECOP, que son métodos de pago típicamente bancarizados. Estos bonos no son dinero, pero son -por decirlo así- letras de cambio similares a los pagarés o a los cheques. Claro que después de experimentar en carne propia su comportamiento, quizás los bancos hayan comenzado a desconfiar de los métodos "bancarizados".