Sindicalismo: coyuntura o futuro

Sindicalismo: coyuntura o futuro


“Toda victoria es relativa, toda derrota es transitoria”, frase acuñada por el Premio Nobel de Literatura Octavio Paz, fue quizás la única valiosa dicha por el líder camionero Hugo Moyano para sintetizar su discurso en el acto masivo convocado por su sindicato y otras organizaciones gremiales y sociales para defenderlo de denuncias judiciales y marcar reclamos al gobierno nacional. ¿A quien estuvo dirigida?

“No somos golpistas”, “no somos antidemocráticos” fueron las otras expresiones que antecedieron al encuadre pacifista que se autoimpuso inteligentemente el sector para evitar ser calificado de violento y diferenciarse de otros deseos más tajantes lanzados con ánimo desestabilizador por representantes del espacio kirchnerista.

La gran movilización de trabajadores e integrantes de movimientos sociales que ocupó una ancha franja geográfica porteña y paralizó el tránsito en el Microcentro durante casi todo el día, transcurrió sin episodios de confrontación pero con la clara consigna de defender a Moyano.

Mientras los dirigentes que lo precedieron en el uso de la palabra –Juan Carlos Shmidt y Carlos Acuña de la CGT, Sergio Palazzo de bancarios, Pablo Michelli y Hugo Yasky de las dos CTA- lanzaron discursos de confrontación con el gobierno y se entusiasmaron con el eventual inicio de una “unidad” sindical, Moyano comenzó el suyo diciendo, claramente: “esta movilización fue convocada por Camioneros”. Es decir, lo de la unidad es una entelequia.

Como era de esperarse, Moyano negó que la convocatoria estuviera ligada a una “defensa personal”, porque puede defenderse solo y, como dijo: “no tengo miedo de ir preso”. No obstante, la ausencia de dirigentes y sindicatos enrolados en la CGT, tan grandes como camioneros –como ferroviarios, transporte, metalúrgicos, comercio, Uatre, entre otros-, confirmó la sospecha de una convocatoria extra-sindical.

La movilización puso en evidencia las discrepancias internas en la central obrera donde el triunvirato constituido en conducción duró menos de un año. Los mismos  integrantes confiesan ahora que la fórmula no dio resultado cuando, en realidad, el problema no fue la conducción horizontalizada –más democrática- sino la desorientación de una de las ramas del peronismo que acusa el golpe de las derrotas electorales sufridas en 2015 y en 2017.

Esa desorientación no es puramente partidaria si se toma en cuenta que la debacle del peronismo deformado por el kirchnerismo es coincidente con un cambio de época en el mundo del trabajo y de la producción. Reducir la puja con el gobierno a cuestiones salariales, sociales o judiciales, es perder de vista la realidad planetaria y la transformación que trajo el siglo XXI, solo comparable a la revolución industrial de 1760.

El movimiento obrero argentino corre el riesgo de quedar cautivo de una encrucijada de difícil resolución si los máximos dirigentes de las centrales obreras continúan distrayéndose con cuestiones de coyuntura en vez de abocarse al problema crucial de resolver el nuevo rol del empleo y de las instituciones sindicales, en un escenario exigente en reformulaciones por el avasallante mundo tecnologizado e informatizado.

En casi todos los países del mundo el sindicalismo agoniza y retiene como afiliados a menos del 30 % de los trabajadores. En Argentina el fenómeno presenta el mismo índice, especialmente porque los dirigentes sindicales se ciñeron a los trabajadores en blanco, pasibles de retenciones sindicales y de obra social, y se desentendieron del enorme sector informal donde los trabajadores quedan a merced de salarios menores a los que fijan las paritarias y carecen de los mínimos resguardos sociales que disfrutan los trabajos legales.

Pareciera ser que el cambio de época coloca al sindicalismo en la disyuntiva de reformularse o desaparecer. No hay nuevos modelos sindicales en el mundo que reflejen un camino a seguir. La exhortación es a inventar nuevas formas, más atractivas y eficientes.

De esa misma mirada coyuntural debería escapar el gobierno de Cambiemos para reformular la matriz productiva del país y definir de una buena vez cuáles serían los productos de exportación con los cuales la Argentina podría obtener el ingreso de divisas necesarias para equilibrar paulatinamente la balanza comercial. Se trata, sencillamente, de decidir qué le conviene producir a la Argentina para armonizar los intercambios comerciales con el resto del mundo.

Ese importante cambio definiría qué empleos deberían privilegiarse y con ellos la capacitación de las nuevas generaciones, qué hacer con las producciones tradicionales y cómo modernizarlas, qué tipo de industrias nacionales tendrán futuro y  cómo debería organizarse el sistema de Pymes para insertarse en el comercio internacional y cobrar sentido. Hasta el momento, el peor problema que tiene Argentina es su nivel de competitividad. El país no crece desde 2009, está por debajo de 12 naciones latinoamericanas y para colmo la actividad privada está desvinculada de la corriente comercial internacional.

Nada de lo antedicho puede encararse si antes no se vence a la inflación, un virus inoculado en la Argentina por la última dictadura militar que sigue atentando contra el sistema autoinmune de la economía. El gobierno está luchando por reducir la inflación galopante acrecentada por el gobierno kirchnerista, y le cuesta más de la cuenta. Los sindicatos reclaman salarios con la vara de la inflación. Los comerciantes internos remarcan los precios ante cada suspiro y no ayudan a bajarla. La imperiosa necesidad de recuperar el autoabastecimiento en los servicios públicos obliga al aumento de las tarifas que además dan razones para aumentar los precios. En fin, el eterno círculo donde no se encuentran la gallina ni el huevo.

El cuadro es grave y no está para admitir frases célebres de victorias o derrotas, ni movilizaciones o paros sectoriales. En lugar de buscar frases de escritores foráneos alcanzaría con recordar que hubo alguien aquí, inolvidable por su inteligencia, que decía: “A esto lo arreglamos entre todos, o no lo arregla nadie”. No le dieron ningún premio Nobel.

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