Por primera vez triunfó el voto racional

Por primera vez triunfó el voto racional


De todas las elecciones realizadas desde que se recuperó la democracia en Argentina, la de ayer fue la primera en que el pueblo argentino fue capaz de emitir un voto racional, dejando a un lado las emociones que en otros momentos lo llevaron a emitir el voto bronca, el voto cuotas, el voto bolsillo, el voto grieta o el voto lástima.

Cuando todos los encuestadores y analistas improvisados tararearon durante semanas que los ciudadanos manifestarían en las urnas la “disconformidad” con la marcha de la economía, con los tarifazos, los impuestazos, el aumento de los precios y los “salarios de hambre”, ellos eligieron darle al gobierno la posibilidad de continuar con los cambios en todo sentido.

Este voto no fue el definitivo sino apenas un ensayo sobre lo que pasará en octubre, pero logró conmover los cimientos del país por la resonancia de una adhesión inesperada con ese nivel de impacto. La primera minoría que representa Cambiemos –nadie tiene hoy la mayoría- se apropió de una diferencia simbólica que le permitirá continuar con tranquilidad los dos años que le restan como gobierno.

El triunfo fue impensado para todos, menos para los máximos dirigentes de ese espacio virtualmente nuevo que salieron a conquistar el bastión bonaerense, donde según repitieron hasta el cansancio medios y periodistas, se daría “la madre de todas las batallas”. Ya es hora de abandonar los lugares comunes en el lenguaje político pues esa denominación proviene de la época del imperio persa y fue usada también por Napoleón Bonaparte, siempre respecto de confrontaciones bélicas.

Cambiemos empató técnicamente en Buenos Aires, donde se presumía que la ex presidente Cristina Fernández poseía un dominio indubitable, y ganó en otras provincias como Córdoba, La Pampa, Mendoza, Corrientes, Jujuy, Chaco, Santa Cruz, Entre Ríos y San Luis, así como en la ciudad de Buenos Aires donde el triunfo estaba cantado pero no por tantos votos.

Fue, verdaderamente, un “batacazo” electoral al que se llegó con el estilo de Cambiemos, silenciosamente, caminando cada rincón para hablar con la gente. Por cierto, Buenos Aires concentró la mayor atención por la cantidad de electores pero también porque allí había clavado su lanza el kirchnerismo residual, confiado en que las ayudas solidarias durante su gobierno mantendrían fresca la memoria de sus seguidores. Sin embargo, el resultado final –para el infarto- no fue tan claro ni contundente par a la nueva Unidad Ciudadana.

Los votos racionales de la víspera supusieron un enorme perdón concedido al gobierno y es de esperarse que éste tome nota. Conmueve corroborar que la gente haya decidido ratificar su voluntad electoral de 2015 después de haber padecido durante meses la inexperiencia de los funcionarios que los sometieron a tarifazos mal calculados, una inflación creciente e indomable durante un año y medio, aumentos desproporcionados de los precios en los artículos de primera necesidad, aumento de los transportes, los combustibles y los peajes, y paritarias limitadas, entre otras cosas.

En otras ocasiones esos factores fueron motivo de castigo electoral, esta vez no lo fue. Por el contrario, la ciudadanía extendió un crédito invalorable al gobierno e hizo caer el castigo en una media docena de gobernadores por otros motivos, más políticos que económicos.

Nadie imaginó que los hermanos Rodríguez Saá pudieran caer por casi 20 puntos frente a un candidato de Cambiemos, después de gobernar 44 años la provincia de San Luís. El gobernador cordobés Juan Schiaretti había enloquecido días antes de la elección y nadie sospechaba que la razón estaba en la inminente derrota que sufrió de forma catastrófica. Quién iba a pensar que Cambiemos triunfaría en Chaco, Corrientes y La Pampa, o que en Santa iba a relegar a un tercer lugar al socialismo gobernante. En Mendoza era más esperable por la alianza con el actual mandatario provincial, pero ningún analista anticipó que en Santa Cruz la alianza Cambiemos pudiera obtener semejante diferencia frente al kirchnerismo puro y gobernante.

La previa de la elección de medio término de la víspera tuvo una contundencia parecida al triunfo de Raúl Alfonsín en 1983. Es verdad lo que se suele descreer  de lo que puede hacer el  gobierno macrista. Ellos mismos lo dicen en sus publicidades. Lo de ayer, ya lo hicieron dos veces.

Tres figuras femeninas tuvieron un gran protagonismo en esta elección, dos de ellas con honor. Elisa Carrió se reivindicó electoralmente con una avalancha histórica de votos porteños al cabo de una campaña que disfrutó de cabo a rabo. María Eugenia Vidal se llevó los laureles asumiendo la campaña bonaerense para levantar el nivel de adhesiones de sus candidatos como si estuviera otra vez disputando la gobernación.

Fiel a su estilo y a su carácter, Cristina Fernández se mantuvo oculta incluso anoche, cuando esperaba los resultados de Buenos Aires. No salía a calmar a sus militantes porque esperaba que “cargaran los votos de La Matanza”. Esta excusa no es nueva. En 1983, el dirigente y empresario peronista Carlos Spadone hablaba con los periodistas y repetía a cada instante: “faltan los votos de La Matanza”.

El conteo de votos hasta la madrugada fue, efectivamente, para el infarto. El empate técnico con una diferencia de siete mil votos, sujeta a juicio del recuento que comenzará esta semana, ya puso entre paréntesis el liderazgo y el futuro político de la ex presidenta.

Mientras ello ocurría los medios extranjeros titulaban con “la muerte” del kirchnerismo, desde una objetividad que los argentinos no suelen tener. Sin embargo, y aún si ganara por un voto en la provincia de Buenos Aires, no podría exhibirlo como un triunfo político.

Cristina Fernández ayer no votó, ni en La Plata, la ciudad en que nació, ni en Santa Cruz –donde vive-, porque aludió falta de transporte aéreo, otra excusa sin fundamento. La ex presidente apela a argucias, como la que usó el 10 de diciembre de 2015 para no ponerle la banda presidencial a su sucesor, Mauricio Macri.

La elección del 13 de agosto fue una simple PASO que mostró una radiografía –no una foto- de la Argentina profunda donde la cultural electoral está cambiando, paradójicamente, paso a paso.

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