El complejo panorama del peronismo bonaerense

El complejo panorama del peronismo bonaerense


Martes al mediodía. La inminente reunión del PJ bonaerense más aliados inquietaba a algunos jóvenes caciques del Conurbano. Querían precisiones sobre la lista de invitados. Meses atrás, la irrupción inesperada y central de Máximo Kirchner había dejado a algunos peronistas con el sabor amargo de la trampa tendida. Por eso ahora, de un lado del teléfono, el jefe del partido a nivel provincial, Fernando Espinoza, buscaba tranquilizar a la tropa: “No, bolas, quedate tranquilo que [Amado] Boudou no viene”. El exvicepresidente DJ, con sus múltiples complicaciones judiciales, es una suerte de mancha venenosa para los intendentes que gestionan distritos y esperan seguir haciéndolo por varios años más.

Unas horas más tarde, Espinoza se anotaría otra promesa incumplida. En la sede porteña del sindicato de encargados de edificios, Boudou hacía su aparición estelar en el encuentro del PJ. Allí lo esperaban el ex intendente de La Matanza, su compañera-sucesora, Verónica Magario (anotada para la senaduría si Cristina no se sube a la postulación), y un grupo de kirchneristas no peronistas, como Martín Sabbatella, Gabriel Mariotto, Luis D’Elía, Leopoldo Moreau y siguen las firmas. Una poción K intragable para muchos.

La intentona de Espinoza y Máximo era darle mayor volumen a un grupo que ya venía amalgamando al PJ bonaerense más tradicional, a algunos intendentes ultra-K, como Jorge Ferraresi (Avellaneda) y Patricio Mussi (Berazategui), y a La Cámpora. Hasta ahí, un buen dique de contención y hasta polo de atracción para el incipiente armado de Florencio Randazzo. Aún con el hijo de Cristina y sus jóvenes adentro, cierto equilibrio prometido para el cierre de listas esperanzaba a algunos optimistas con que la oferta electoral no sería de un kirchnerismo puro y tan duro que espantara a buena parte de los votantes.

La presencia de Boudou & Cía. en el cónclave del martes devolvió a la realidad a varios intendentes. Por ADN, parece imposible que ese armado se aleje del modelo que reivindicaron durante doce años, aun cuando se hable de no usar la sigla del FpV. Detalle: en la escenografía, detrás de la mesa principal, un amplio telón coronaba la charla. ¿Qué decía? “Frente para la Victoria”.

La reunión, sus ausencias y sus polémicas derivaron a la mañana siguiente, ya miércoles, en un previsible cruce entre uno de los ultra-K, el siempre bien dispuesto a pelear D’Elía, y el intendente de Escobar, Ariel Sujarchuk. Según el alcalde, “Boudou, D’Elía y Mariotto generan rechazo en el peronismo”. Según el expiquetero, “a la que no quiere Sujarchuk es a Cristina”.

Este ida y vuelta en el PJ bonaerense deja en posición incómoda a muchos intendentes como Martín Insaurralde, de Lomas de Zamora, que se había anotado primero entre los promotores de Randazzo, después se fotografió con Máximo y ahora duda dónde anclar. La gran ambición del marido de Jésica Cirio es ser gobernador, y todas sus decisiones apuntarán a ese objetivo. El problema es el intermedio: como Cristina es la que más mide, no tendría problemas en colgar sus candidatos de esa boleta con tal de garantizarse el control de su Concejo Deliberante, un tema que entraría en riesgo con Randazzo y su hasta ahora moderada intención de voto. En cambio, si la elegida es Magario, más allá de cómo mida, le surge una competidora provincial para 2019.

Del lado del randazzismo miran todo con tres ojos. Por un lado, otean la campaña propia, con las fotosorpresas del ex ministro del Interior con personajes pero sin prensa; por otro, vigilan qué pasa en ese PJ bonaerense con el que quieren competir en la interna; una tercera mirada se la lleva el massismo, luego de que Randazzo avisara a su tropa que no piensa mezclarse en la pelea del Frente Renovador pero busca sacarle dirigentes a su ex compañero de Gabinete, como Alberto Fernández y Héctor Daer.

Párrafo aparte para este tercio: el ex ladero de Néstor Kirchner se anota para una diputación porteña, mientras hace lobby en los medios y busca sumarle nombres a su flamante jefe. El principal apuntado es Felipe Solá, que debe renovar banca y duda dónde hacerlo. También suena el joven Facundo Moyano. En el caso de Daer, el triunviro de la CGT ya venía trabajando con el peronismo (en el Frente Renovador aseguran que directamente hizo campaña por Daniel Scioli, pese a que Sergio Massa compitió contra él en 2015). Y el jefe de Sanidad puede ser un buen imán para consolidar lo que es, acaso, la pata más fuerte del randazzismo: los gremios. Desde los ferroviarios de Sergio Sasia hasta los taxistas de Omar Viviani.

Massa, mientras, trabaja a fondo en público y en privado. A la vista de todos, insiste en que mantendrá su alianza con Margarita Stolbizer y machaca con su idea de que la polarización es una construcción intencionada para ocultar los verdaderos problemas del país. Inconvenientes para los que él, claro, jura tener solución. Un ejemplo: su plan para bajar precios mientras la inflación sigue en naranja-rojo.

Detrás de bambalinas, el ex intendente de Tigre intenta evitar el fenómeno de las fugas que ya sufrió en 2015. La dirigente más fiel de su entorno, y quizá en la que más confía, Graciela Camaño, ya salió a minimizar las bajas de Alberto Fernández y Daer. Un enviado de Massa, el legislador Raúl Pérez, fue a hablar con Solá para contenerlo y ofrecerle la primera candidatura a diputado bonaerense.

Así de caliente y movido está el terreno en el peronismo bonaerense. El formal y el disidente. Típico de un PJ que perdió todo el poder de golpe. Y esto recién empieza.

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