Uno duda, el otro pega

Uno duda, el otro pega

A pesar de la marcha del último martes, la central obrera no se decide entre ser dialoguista o confrontativa.


“El sindicalismo peronista siempre tuvo dos guantes. Con uno acaricia y con el otro pega.” La vieja frase, en boca de un aún más viejo dirigente gremial que nunca llegó a salir en los diarios y está mejor así, sirve para resumir la historia de la lucha obrera en los últimos setenta años tan bien como la coyuntura de estos días. La CGT transita a tientas la mitad del mandato de Mauricio Macri, la reconfiguración del escenario electoral y una crisis laboral y económica inédita en la Argentina de 2003 hasta acá. Todo, con la espada de Damocles de una reforma laboral que podría cambiar para siempre al movimiento obrero tal como lo conocemos.

Mientras la cúpula cegetista duda, el Gobierno avanza: como represalia a la manifestación del martes pasado desplazó a dos funcionarios ligados a gremios importantes y le sacó a la central el control de las obras sociales.

El guante de piel se manifestó el martes en una marcha que, aunque masiva, tuvo una convocatoria menor a la de las últimas dos manifestaciones que encabezó la CGT: la generosa cosecha oficialista en las PASO y la renuencia de muchos gremios importantes a acompañar la medida terminaron adelgazando la concurrencia, que de todas formas fue de varias decenas de miles de personas. Hubo, también, una caída en la cantidad de asistentes “sueltos”, opositores silvestres que, acaso, esperaban más dureza y premura sindical contra el Gobierno.

Entre ese reclamo de profundización del conflicto, que se repite también en las bases gremiales de muchas fábricas, y el importante sector cegetista que prefiere siempre una salida negociada y amenaza con romper la unidad tan costosamente conseguida se debate el triunvirato actual. Desde la toma del atril en marzo de este año, Juan Carlos Schmid (Dragado y Balizamiento), Héctor Daer (Sanidad) y Carlos Acuña (Estaciones de Servicio) saben que están a crédito y que tarde o temprano una reestructuracion de la central los hará a un lado. El instinto de supervivencia juega un rol clave en la política cegetista.

El martes, en el palco, solamente habló Schmid. El hombre más afín al clan Moyano de los tres es también el más combativo, pero aun así solo atinó a patear la pelota para adelante y convocar a un Congreso Confederal el 25 de septiembre para discutir un plan de lucha. En teoría, allí se anunciará un nuevo paro nacional. En teoría, también, esa medida iba a anunciarse esta semana en el acto. El triunvirato prefirió ganar tiempo: un mes más de vida vale mucho. Esta vez no hubo en el público cantos exigiendo una fecha o tildando de cagones a los triunviros: la logística del acto estuvo mucho mejor organizada.

Junto con Schmid, sobre el escenario, estuvieron Acuña, Pablo Moyano (Camioneros), Omar Plaini (Canillitas), Rodolfo Daer (Alimentación), Sergio Palazzo (Bancaria) y el usualmente oficialista Andrés Rodríguez (UPCN). La convocatoria se engrosó con referentes de las dos CTA y de los movimientos sociales. Por su parte, Héctor Daer, el tercer secretario general, luego de fracasar en todos sus intentos por dar de baja la medida de fuerza, prefirió no subir al estrado y marchar junto a la columna de su gremio. Otros que tomaron la misma decisión fueron Antonio Caló y Francisco Gutiérrez (UOM). Las ausencias más notorias fueron las de los sindicatos de transporte público, claves a la hora de planear una huelga general. El guante de seda.

La pulseada desde ahora hasta el 25 de septiembre, día del Congreso Confederal, tendrá dos ejes: paro nacional sí o no y, en caso de que se decida hacerlo, si se convoca antes de las elecciones del 22 de octubre o si, como esta vez, esperarán a después de los comicios para hacer efectiva la medida de fuerza. Subterráneamente, se estará dando otra disputa por el control de la o las próxima(s) CGT, un juego en el que los anotados no pueden contarse con los dedos de una sola mano. Los Moyano, la Corriente Federal (referenciada en Palazzo), los Gordos y el MASA conducido por el taxista Omar Viviani, que no participó de la manifestación, creen que son los indicados para conducir la central en la segunda mitad del mandato de Macri.

El Gobierno, que podría sacar tajada de esas divisiones, tampoco ayuda: horas después de la marcha desplazó a los únicos dos funcionarios con banca sindical que ocupaban lugares importantes en el Poder Ejecutivo: el viceministro de Trabajo, Ezequiel Sabor, hombre del gastronómico Luis Barrionuevo, y el superintendente de Servicios de Salud (funcionario al frente del órgano que maneja la caja de las obras sociales), Luis Scervino, de máxima confianza con el secretario general de Obras Sanitarias, José Luis Lingeri, uno de los dirigentes de primera línea de la CGT más dialoguistas.

Por incompatibilidad ideológica o por prejuicio de clase, Cambiemos no puede capitalizar para sí esta división en el movimiento obrero y, en lugar de calmar las aguas, echa más leña al fuego. Una lectura excesivamente generosa de los resultados de las primarias, en línea con el libreto pensado para los medios, es la base sobre la que intentarán avanzar sobre el sindicalismo peronista, una de las “mafias” favoritas contra las que el asesor estrella Jaime Durán Barba le gusta reflejar al Gobierno.

La repercusión de estos movimientos aún está por verse. La inminente discusión de una reforma laboral cuyo borrador, que ya circula entre la cúpula cegetista, manifiesta la voluntad oficial de flexibilizar no solamente las condiciones de trabajo sino las de representación gremial, es otra nube oscura en el horizonte del panorama sindical argentino. En la Casa Rosada, donde interpretan como un triunfo contundente el resultado de las PASO e imaginan un mejor score en octubre, planean usar ese respaldo para avanzar antes de fin de año. Suponen que no tendrán mucha resistencia. En la CGT, por ahora, son todas dudas.

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