Peronismo bonaerense: cambiar para sobrevivir

Peronismo bonaerense: cambiar para sobrevivir

El cónclave de Costa del Este fue un éxito, pero no alcanza para construir una fuerza con futuro.


El peronismo sigue discutiendo su futuro, en esta era de desérticas adversidades, cuando todo a su alrededor le es hostil. En la reunión convocada por la nueva conducción en Costa del Este, para no desmentir este contexto, afloraron, a pesar del éxito de la asamblea, algunas discusiones que aún no se han saldado.

Si bien hace poco que Gustavo Menéndez fue designado como presidente del PJ bonaerense –asumió el 21 de diciembre–, hasta ahora ha cosechado más críticas que elogios, a pesar de que no ha excedido la función para la cual fue elegido.

Sus primeras reuniones –con Sergio Massa, con Rogelio Frigerio y con la gente de Florencio Randazzo– demostraron su decisión de encarar los aspectos más ríspidos que deberá enfrentar en el futuro inmediato, pero el estado deliberativo en el que se debate el peronismo le pasó una factura bastante cara.

Por lo pronto, las fotos posteriores a las reuniones de Menéndez provocaron que no asistieran a la cumbre de Costa del Este ni el randazzismo, ni un grupo de intendentes del interior que se reunió en Alberdi, ni los kirchneristas.

Los primeros, alegaron que “es necesario reconstruir la confianza, ya que en la última elección nos negaron la posibilidad de ir a las PASO y armaron una lista para ir por afuera del PJ”. Los segundos, por su parte, elaboraron un cuestionamiento mucho más primitivo pero más racional: cuestionaron a sus pares del Gran Buenos Aires por aprobar a fin del año pasado el pacto fiscal de Vidal. Los últimos están disconformes porque anticipan que la declaración “anticristinista” de Massa –dijo que lo separaba “un océano” de la exmandataria– tiene como objetivo quitarles espacio político, aunque disfrazaron su reprobación tras las fotos de Menéndez con sus entrevistados y la relación demasiado cercana de algunos intendentes con la gobernadora con la que deberán lidiar el año próximo.

De todos modos, las ausencias no fueron tan significativas como para que el PJ tema por su futuro por este lado. Al fin y al cabo, hubo varios kirchneristas en la reunión, así como unos pocos randazzistas y algún intendente rebelde. Quizás, en este sentido, las ausencias hayan sido más simbólicas que rupturistas, pero las alarmas quedaron encendidas.

Por contrapartida, se produjeron en el cónclave presencias inesperadas, como las de los sindicalistas Pablo Moyano y Roberto Baradel, que le darán cuerpo a la construcción de una agenda opositora que el PJ se ve en la necesidad de armar de ahora en más, teniendo en cuenta especialmente que deberán enfrentar a la candidata más fuerte que tiene Cambiemos por estos días.

Baradel se refirió a los “riesgos” de las reformas que se propone implementar la gobernadora María Eugenia Vidal en el Instituto de Previsión Social (IPS). Paralelamente, el líder del gremio docente más importante de la Provincia les agradeció a los intendentes que –ante la ausencia de financiamiento de la Nación– se hicieron cargo de reparar y realizar obras en las escuelas. Los jefes comunales se mostraron muy conformes con su intervención y comenzaron a mirarlo con menos desconfianza que antes.

Por su parte, el secretario de los camioneros en la Capital Federal, que en la semana había lanzado señales en pos de la unidad e incluido a Cristina Fernández de Kirchner entre sus posibles interlocutores, declaró que “el Gobierno viene por los convenios colectivos”, rematando que este “es momento de estar todos juntos”. Finalmente, Moyano destacó la necesidad de que la marcha a la que convocó su sindicato el 22 de febrero “sea lo más grande posible”.

Las presencias, de todos modos, también fueron emblemáticas. El poder está repartido entre los distintos intendentes que en 2016 conformaron el Pacto de San Antonio de Padua, que después se bifurcó en los grupos Esmeralda y Fénix. Los firmantes fueron entonces Gustavo Menéndez, Martín Insaurralde, Ariel Sujarchuk, Juan Zabaleta, Fernando Gray, Verónica Magario y Leonardo Nardini, entre otros.

En este confuso panorama, cruzado por tantas controversias sin sentido, se hizo sentir una vez más la falta de conducción que sufre el peronismo, sumido en una pelea de perros, todos contra todos, una situación anómala que convierte a cualquier potencial conductor del espacio en el enemigo de todos y en el blanco de los ataques del resto.

Este cuestionamiento a los “mariscales de la derrota” –una constante tras cualquier derrota del peronismo de todas las épocas– es una etapa que si no estuviera en vías de superación en los próximos seis meses, comprometería el futuro inmediato del partido político más grande de la Argentina y pondría en peligro su mirada sobre sí mismo, en cuanto que encarna la representación de los sectores populares.

“Es tiempo de construir una esperanza”

El documento que emitieron los dirigentes peronistas al final del cónclave constó de siete carillas. Bajo el muy papal título “Es tiempo de construir una esperanza”, no se priva de parafrasear al líder de la Iglesia católica ni de desplegar una serie de cuestionamientos al Gobierno, poniendo el eje sobre los tarifazos, la inflación, la reforma jubilatoria, la reforma laboral, cerrando con el broche de oro del megadecreto final de Macri, que pone en el candelero una supuesta reforma del Estado que perjudicará a los trabajadores, alegaron los peronistas.

“Le decimos no a la reforma laboral que beneficia únicamente al sector patronal y esconde un retroceso en materia de derechos, precarización y el empeoramiento general de las condiciones de trabajo”, rezaba en uno de sus párrafos el documento.

“Venían a ‘unir a todos los argentinos’ y promueven el odio, la división y la persecución política y judicial” declararon los referentes del peronismo bonaerense, para agregar luego: “Repudiamos las presiones sobre la Justicia para que avancen con mayor celeridad causas a políticos en función del partido al que pertenecen”.

Inmediatamente antes de las conclusiones, vinculadas con la difícil tarea de la “unidad”, los dirigentes convocaron a “privilegiar las coincidencias en la doctrina justicialista por sobre las diferencias coyunturales”.

Finalmente, asumiendo la defensa del Gobierno peronista que precedió a Mauricio Macri, los peronistas bonaerenses declararon para diferencias la opción que encarnan, que “Perón y Evita marcaron el camino. Demostraron que otra Argentina era posible. Con Néstor y Cristina vimos ese legado en el gobierno”.

Una herida absurda

A pesar del enorme esfuerza realizado en pos de que su propia heterogeneidad no se convierta en una fuerza centrífuga, los peronistas bonaerenses no han logrado alejarse lo suficiente de la kryptonita que los debilita: la diáspora.

De todos modos, las adversidades que sufren los hijos del general Perón no deben ser atribuidas exclusivamente a la derrota sufrida el 22 de noviembre de 2015. Existen causas endógenas y exógenas que sumieron al movimiento en la crisis.

La primera razón es anterior a esta última fecha. Las divergencias que hoy sumen al movimiento en la crisis surgieron ya durante el primer gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. De a poco se fueron desgranando del tronco madre algunos sectores –no individualidades– del peronismo, que fueron sumándose a las opciones antiperonistas que comenzaban a proliferar.

Llegó finalmente el momento en que los adversarios del peronismo engrosaron de tal manera a la oposición –tanto los que se sumaron a Cambiemos como los que fragmentaron al PJ generando proyectos políticos alternativos– que la masa crítica opositora se volvió poderosa o, al menos, con el poder suficiente como para derrotar a la opción electoral que encabezó Daniel Scioli.

Pero antes, ya en 2009, Francisco de Narváez había encendido sus propias luces de alarma cuando derrotó a la lista encabezada por el propio Néstor Kirchner. Luego, en 2013, 2015 y 2017, el peronismo volvió a perder en la provincia de Buenos Aires, obligándolo a dejar de lado la teoría que consagraba su invencibilidad en ese bastión.

Por estas razones, en estos días, el peronismo no lucha solo contra la figura más poderosa que surgió en su propia tierra, sino que se ve obligado a modificar su propia cultura para volver a ser lo que fue alguna vez. El cambio que deberá encarar será, por lo tanto, no solo político, sino de contenidos culturales.

No es una campaña electoral lo que está en juego, sino su propia existencia.

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