Pablo E. Chacón: la pluma indomable

Pablo E. Chacón: la pluma indomable

El periodista y escritor murió el lunes. Pero Pablo, sigue vivo y lo seguirá por siempre en el corazón de sus compañeros de NU que recordamos las horas compartidas. A modo de homenaje una de sus excelentes notas para este medio.


Sensible, inteligente, irreverente, paranoico, amarrete, irresponsable, culto, divertido, ácido y amargo a la vez. Pero, por sobre todas las cosas, un escritor brillante. Así era Pablo E. Chacón (la E con el punto era una obligación a la hora de poner su firma), quien falleció este lunes en Mar del Plata. Juntos atravesamos inolvidables cierres de madrugada, en una etapa tan delirante como creativa de esta revista, en la que Chacón, además de ser uno de los editores jefes, disparaba sus ideas a través de su columna “El Auto Inmune”, que iba en la retiración de la contratapa, donde tenía total libertad para dar rienda suelta a su aguda visión de la realidad y, también, a la creación de sus mundos paralelos.

En un momento en el que el correctismo político da paso a la represión social, en el que la única lógica válida parece ser la del amigo-enemigo, en el que el botoneo al pensamiento discordante está a la orden del día para su lapidación en las redes y en el que el progresismo empieza a parecerse peligrosamente, cada vez más, al fascismo, la pluma indomable de Pablo E. es una pérdida irreparable que duele.

Al amigo, en cambio, lo vamos a recordar siempre con alegría.

EL AUTO INMUNE

Si te dicen que caí

 

“Clov: ¿Significar? ¿Significar nosotros? ¡Esa sí que es buena!”

Samuel Beckett

 

Por Pablo E. Chacón

 

Si te dicen que caí. Decí que sí, que es cierto, y que también me levanté y que volví a caer. Y decí también que jamás me arrodillé, como jamás se arrodillaron otros cientos, miles, millones, anónimos como cualquiera.

Hay que renunciar a la idea de libertad para seguir desobedeciendo, para liberarse de sus cadenas, para detestar el ahora, lo que se aferra al ahora que ya es el pasado y para detestar eso que pretende conservar lo perdido. Hay que amar lo irreversible y ahondar la distancia entre el acontecimiento y el nombre de ese acontecimiento. Hay que odiar todo lo que prohíbe acceder a lo imprevisible y lo irreversible.

El pasado se levanta en cada ola del tiempo que avanza, pero la irresolución es una posibilidad más profunda que la libertad, el azar una disposición más ingeniosa que la táctica.

El futuro no distingue la sombra de las huellas del pasado. Así se extraña el polvo sobre las cajas de cartón, la herrumbre sobre los cuchillos, los clavos, los tornillos, la luna como una luz única, la selva, los animales espantosos de la selva, escuchar música mientras se despabilan las lámparas.

Si te dicen que caí, no lo ignorés, no existirá exacción de saber porque no existe saber y la evaluación es una conjetura para destinos manifiestos. No es una paradoja, es necesario pensar el punto: la victoria de lo invisible no brilla.

Si te dicen que caí.

Decí que a medida que el mundo envejecía, el mundo se alejaba en el tiempo, que África está en Buenos Aires y que a medida que el pasado se alejaba en el tiempo, más irremediable parecía su pérdida, que cuanto más irremediable parecía su pérdida, más inconsolable quedó el desamparado que conservaba en su corazón el recuerdo de los años felices y las mañanitas tristes.

Si te dicen que caí, decí que es una suerte perder lo que no está permitido amar.

Entonces occidente, sus hombres de negocios, el empresariado de prebenda, se puso a proteger la etnología. Las investigaciones de campo se convirtieron en pretextos nobles para conquistar todos los rincones del mundo (y las ciudades) que se resistían al uso de la moneda bancaria: para infestar de deseo los ojos de los hombres pobres a fin de hundirlos en un espejismo. La ayuda humanitaria acabó con la libertad, impuso a tribus y etnias los productos de la industria y el alcohol. Habiéndolos atrapado con el dinero, los condenó al crédito y a la humillación social.

El dinero tiene todo el tiempo del mundo –de ese tiempo se alimenta y de esa espera se espera todo, hasta la humillación social– porque tiene todo el tiempo que quiere para amenazar desde la oscuridad del alma con el pago de su deuda.

Dirán que eso es pura nostalgia de las lianas de Angkor, tendrán razón. Pero los regalos hacen esclavos como los látigos perros.

Si te dicen que caí, decí que Angkor está en el centro de Buenos Aires.

De ciertos hombres se dice que están perdidos. Eso suelen decir los mismos que distribuyen narcóticos mortíferos en la villa, la favela o la chabola para urdir la trama de la zona liberada y ejecutar sus licitaciones sin riesgo a nombre de los testaferros que en contadas ocasiones revientan como sapos, como sapos hinchados de humo, hipertensos los esclavos, clavados de cara al sol por un infarto masivo.

Si te dicen que caí.

Decí que estaba en el cine y que al rato empezó a formarse en el centro del estómago una especie de pesadez intolerable: que no lograba saber en qué ciudad estaba. Decí que salí del cine, que era de noche, que estaba desorientado por desorientaciones múltiples, diferentes, imprevisibles, interrupciones imprevistas de orientación. Decí que se hizo evidente que la mayor parte del tiempo lo había invertido en orientarme.

Decí simplemente que estaba desorientado, fuera de la ley. Y alerta: golpeado por estallidos, choques, llamadas que desde todas partes señalan, advierten, ordenan, regulan. Decí que estaba obligado a operaciones indispensables para mantener cierta equidistancia de mí –porque estaba fuera de mí y del mundo– que estaba donde siempre está.

Decí que había precisado de la perturbación de una droga gracias a la cual eso se detuvo como para percibir la acción incesante que ya cesaba. Esta revelación, sin embargo, no pertenecía a la serie de revelaciones capaces de convencer de inmediato, tal vez a causa de su violencia, que debería resultar sospechosa.

Decí que Nietzsche escribió que no hemos fabricado un mundo en el cual podamos vivir, suponiendo cuerpos, líneas, superficies, causas y efectos, el movimiento y el reposo, la forma y el contenido: ¡no habría hoy quien soportara vivir sin estos artículos de fe! Pero no por eso son algo demostrado. La vida no es un argumento; entre las premisas de la vida podría muy bien figurar el error.

Decí también que ni quien nada regularmente y a partir de los treinta se hace chequeos preventivos, es capaz de predecir, saturado de determinaciones, cuándo la existencia, de la noche a la mañana, es capaz de irrumpir.

Se ha topado uno con uno, y no se sabe qué hacer.

Si te dicen que caí.

 

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