Otra vez sopa: la vuelta al FMI, una apuesta con final incierto

Otra vez sopa: la vuelta al FMI, una apuesta con final incierto


El Gobierno nacional salió a detener la corrida disparando balas de plata. Primero abrió la canilla del Banco Central para satisfacer una demanda de dólares en estampida. Bang. Un día más tarde elevó casi un cincuenta por ciento las tasas de referencia. Bang. Después del fin de semana, obligó a los bancos a liquidar dos tercios de las divisas que guardaban. Bang. A la mañana siguiente, el Presidente mismo salió en una seudocadena nacional –la segunda en menos de veinte días– para anunciar que pediría un préstamo al FMI. Bang. Pero, como en el cuento de Monterroso, cuando despertó, el dólar todavía estaba allí. Y solo Mauricio Macri sabe, a ciencia cierta, cuántos proyectiles le quedan en el tambor. Lo que queda claro es que está dispuesto a seguir tirando.

En política, muchas veces es más importante tener la iniciativa que tener razón. Macri está convencido de que el camino que transita es el correcto, pero, en las últimas semanas, sumido en una crisis institucional severa, sintió que la iniciativa se le escapaba y decidió tomar cartas en el asunto. No lo desvela el precio del dólar, al que encuentra tan cómodo flotando alrededor de 23 como hace una semana cerca de veinte, sino que fue el vértigo y la sensación inédita de que la historia podía pasarlo por arriba, como a tantos antes que a él, lo que lo llevó a decidir que haría lo necesario para recuperar la manija de la situación. Solo en ese contexto puede entenderse la seguidilla de medidas que acumuló entre las últimas cuarenta y ocho horas de la semana pasada y las primeras cuarenta y ocho horas de esta.

El éxito de su arrojo aún está por verse. Difícilmente este proceso llegue a buen puerto en el largo plazo; la historia no provee de muchos ejemplos de países que hayan alcanzado el desarrollo siguiendo las recetas ortodoxas de los organismos internacionales. Sí hay casos de sobra donde sucedió lo contrario; los lectores no necesitarán una ayuda memoria. Es más factible creer que la movida anunciada el martes apunta a financiar un camino libre de sorpresas hasta las elecciones del año que viene, y después vemos qué onda. Se trata de un anhelo, en todo caso, optimista. Incluso si el mercado aceptara sus ofrendas, el plan Macri todavía no tiene ningún artículo que apunte a mejorar el bienestar social.

Desde el Gobierno nacional perjuran que el préstamo de un “nuevo” Fondo Monetario ayudará a solventar el ritmo de ajuste que ellos llaman “gradualismo”. No es lo que indican los antecedentes ni los comentarios de los funcionarios fondistas que evaluaron la performance argentina en los últimos meses, pidiendo moderación salarial, recortes en los gastos sociales, reforma previsional y una baja sensible del gasto primario. Tampoco invita al optimismo la situación actual de Grecia, el último de los países “salvados” por el FMI durante una crisis. Todo lleva a pensar que hay por delante varios meses de achique. La cuestión es que sin bienestar social se complican los planes oficialistas para 2019. Y sin 2019 el mercado se vuelve a poner nervioso. Y así sucesivamente.

El problema, así las cosas, no tiene una solución macroeconómica. El Gobierno puede seguir tirando balas de plata mientras le queden, pero si ninguna de las que usó hasta ahora dio en el blanco, el pronóstico es débil. Macri está obligado a encontrar una salida política. No sirve para nada tener la manija bien asida si no está dispuesto a usarla. La respuesta a este intríngulis no puede satisfacer solamente a la banca internacional y a la patria financiera, sino que debe traer alivio a las empresas argentinas, a las clases medias y bajas, a sus socios políticos. Cualquier solución que no apunte a preservar o ampliar su coalición y su base de sustento electoral, que no tenga como prioridad la salud de la economía real, solo tira el problema para más adelante. Quizás aguante hasta después de octubre del año que viene. Quizás explote mucho antes.

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