Massa y su tesis de la campaña permanente

Massa y su tesis de la campaña permanente

Por Eduardo Paladini

Con el triunfo de Macri consumado, y un Scioli dubitativo otra vez sobre cuándo y cómo desprenderse del lastre K, el exintendente de Tigre se fue convirtiendo en la novia por descarte del mandatario.


Es como si nunca hubiera abandonado la campaña. Hace apenas un año y medio, un poco más, acaso, Sergio Massa lideraba las encuestas presidenciales que consultaban a la gente sobre el eventual sucesor de Cristina Kirchner. El exjefe de Gabinete K se había ganado el lugar en buena ley: había sido él, y no otro, quien con su triunfo contundente en la provincia de Buenos Aires había enterrado cualquier delirio de continuidad de su exjefa. Lo que siguió después de aquella primavera estadística fue más bien tormentoso para el exintendente de Tigre. En algún momento se especuló hasta con que directamente podía desertar de la competencia. Sobrevivió. Y pese a los magullones que le quedaron de la(s) contienda(s), se ve que le gustó, porque ya piensa en la revancha. Algo así como la campaña eterna para 2019, con una escala en 2017.

El resultado final de aquella aventura en las urnas, vale recordarlo, terminó siendo más que decoroso: un tercer puesto arriba de los 20 puntos, superando los cinco millones de votos en octubre. Y lo curioso, en parte buscado, en parte fortuna, fue que Massa logró mantenerse en el centro del escenario político sin tener, ni por lejos, el peso que ostentaban entonces sus rivales Mauricio Macri y Daniel Scioli.

Después de la primera vuelta, previsibles, ambos finalistas salieron a buscar el apoyo del relegado del podio. Aun cuando está recontra probado que la decisión de la gente está cada vez menos atada al dedo de los dirigentes, cualquier palmadita para el balotaje era bienvenida. Para esa segunda vuelta, Massa dijo sin decir explícitamente. Fue particularmente duro con Scioli, con quien todavía hoy tiene un resquemor casi personal, y dejó tan claro que no quería continuidad que no hizo falta que blanqueara su preferencia por el líder del Pro. Otros compañeros suyos, como Roberto Lavagna, también expilar del modelo K, fueron más contundentes.

Con el triunfo de Macri consumado, y un Scioli dubitativo otra vez sobre cuándo y cómo desprenderse del lastre K que nunca lo dejó despegar, Massa se fue convirtiendo de a poco en la novia por descarte del flamante mandatario. Si bien de entrada, por convicción y/o especulación política, el jefe del Frente Renovador ya había hablado de una oposición responsable, el viaje a Davos compartido con Macri fue una muestra de cariño mutuo inesperada meses antes. Ocupó el lugar que Cambiemos había imaginado para Scioli. La llegada como suplente no impidió que la excursión viniera con bonus track: Massa no solamente formó parte de todas las fotos de alto nivel internacional que cosechó el Presidente, sino que este lo nombró, no inocentemente, como el futuro jefe del peronismo, una frase que por sí sola pateó el hormiguero del PJ.

Desde entonces (o quizá desde antes), Massa fue jugando por dos carriles políticos. Dentro y fuera de ese PJ que en público gusta denostar, al menos en su formato actual, con los residuos del kirchnerismo y algunos viejos caciques desprestigiados. Por un lado, el líder del Frente Renovador se acercó a dos figuras conocidas de ese espacio: el gobernador salteño, Juan Manuel Urtubey, y el extitular de la Anses y ahora diputado Diego Bossio, en una foto polémica en Pinamar, que marcó el principio de un fin. Después de aquella instantánea provocadora, Bossio, diputados que responden a Urtubey y otros varios más rompieron el hasta entonces homogéneo bloque del FpV en la Cámara baja. En ese ámbito, Massa pegó y salió.

Pero, en paralelo, consolidó su propio grupo parlamentario y lo mantuvo siempre cercano, sin mimetizarse, con el oficialismo. Protagonismo político y mediático garantizado. Así, Massa apareció terciando para que el Gobierno planteara al menos un esquema de cinco años para devolver el 15 por ciento de coparticipación que retiene a las provincias para financiar a la Anses.

En la intimidad, Massa reconoce cierto golpe de suerte: “Pensaba otro verano, con el kirchnerismo más protagonista y yo descansando. Pero los K se equivocan, en vez de confrontar su modelo, se van a las plazas”, casi que agradece el exintendente de Tigre. Y amplía: “Por lo del 15 por ciento que negociamos para aprobar el DNU de Macri que frenaba el traspaso de fondos, me llamaron como nueve gobernadores para agradecerme”.

Así como elogió el paso por Davos, donde calificó a Macri como la estrella del evento y agradeció la generosidad que tuvo para con él, un referente opositor, Massa cuestiona el arranque del Gobierno. Remarca cierto amateurismo y hasta escasa vocación de trabajo. Los números de su equipo económico sobre cómo puede terminar el año son fuertes. La mayoría para mal: caída del dos por ciento del PBI, 270 mil empleos menos, inflación arriba del 35 por ciento, dólar a 18,50. En el massismo cuestionan algunas prioridades que marcaron el arranque de la gestión Pro. Sobre todo, la quita de retenciones a las mineras. En el Frente Renovador no dan muchas vueltas sobre el porqué de la decisión: “Devolución de favores por el financiamiento de la campaña”.
En lo inmediato, Massa intentará seguir haciendo equilibrio en esa oposición responsable. Comprensivo y cerca de un Gobierno de buena imagen que recién comienza, pero siempre entrenado para pegar el zarpazo.

El calendario electoral marca dos fechas clave. Con la vista en la primera, en 2017, avanzó en su acuerdo con Margarita Stolbizer, rival en la presidencial. Ya se especula con una boleta conjunta en tierra bonaerense, Massa senador-Margarita diputada. En el Frente Renovador se entusiasman con un triunfo allí, otro en las legislativas cordobesas con José de la Sota y un papel digno en la Ciudad, aún sin figuras rutilantes. Después vendría la revancha, en 2019.
Dos elecciones, muchos planes. Uno atrás del otro. La campaña que para Massa nunca termina. o

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