Martín Miguel de Güemes: Invictus

Martín Miguel de Güemes: Invictus

Fue el espíritu de “la tierra en armas”. Lideró una guerra popular contra los invasores españoles, a los que les dejaba tierra arrasada.


Todo en la vida de Martín Miguel de Güemes fue una paradoja. A lo largo de sus breves 36 años defendió Buenos Aires de ambas invasiones inglesas y, ya vuelto a su Salta natal, fue el único militar sudamericano que resistió la reconquista que intentó la Corona española. La independencia de esta región le debe mucho al jefe de los gauchos salteños, ya que el poderoso ejército español triunfó en todas partes menos en ese oscuro rincón que hoy es la frontera entre la Argentina y Bolivia, una división política que en esos tiempos no existía.

Güemes nació en el seno de una acaudalada familia salteña, que se esmeró en brindarle una educación superior. Llegó a Buenos Aires muy joven para estudiar en el Colegio de San Carlos, donde afloró su vocación militar, que se había manifestado a sus 14 años, cuando se había enrolado en el regimiento de infantería de Salta.

Años después, aún en Buenos Aires, combatió en la primera invasión inglesa contra los “invencibles” soldados del Regimiento 71 de Highlanders, los feroces escoceses que aún no habían sido batidos en batalla, una omisión que salvaron los aguerridos porteños, a fuerza de rabia y coraje.

El 12 de agosto de 1806 –tras 47 días de ocupar Buenos Aires– se produjo la reconquista de la ciudad, cuando los tenderos catalanes que formaban el regimiento (milicias, más bien) de Miñones, los dragones porteños y de la Colonia del Sacramento, los Blandengues y los milicianos de Juan Martín de Pueyrredón atacaron a los ingleses y los obligaron a atrincherarse en el Fuerte, en donde su ilustrísima, el coronel William Carr Beresford, debió firmar una desdorosa capitulación.

Un abordaje a caballo

Ese día se produjo un hecho de armas que aún asombra a los historiadores militares. Una de las habituales bajantes del Río de la Plata dejó varada a unos pocos cientos de metros de la costa a la goleta inglesa Justina. Güemes, un joven alférez de 21 años, había sido comisionado por Pueyrredón para que patrullara la costa del río y advirtiera si los marinos desembarcaran fuerzas para auxiliar a Beresford en tierra.

En la niebla de la madrugada, el salteño –que había seleccionado a una tropa de gauchos para que lo acompañara– divisó los mástiles caídos de la nave y, preocupado, se puso a estudiar la situación. Vio que la nave estaba escorada, por lo que sus 26 cañones se encontraban inutilizados. De todos modos, a su bordo había veinte marineros y 100 fusileros, con un poder de fuego nada desdeñable.

El futuro héroe lucía un impecable uniforme, era rubio y se manejaba con gesto desafiante, por lo que sus milicianos desconfiaban de él. Pero en ese momento crucial nació el general Güemes: Repentinamente, se irguió sobre su tordillo, desenvainó su sable y decidió que iba a conocer al enemigo en la cubierta de la Justina, para lo que ordenó a sus milicianos atacar la nave al galope. Hasta hacía unos instantes, el joven era un “lechuguino”, como se murmuraban entre sí los quinteros y los gauchos que formaban su pelotón, pero al cargar sable en mano contra el enemigo se transformó en un soldado, el mismo que pocos años después martirizaría a las más aguerridas tropas españolas en América.

Juana Azurduy. Perdió su hacienda, a su marido y a casi todos sus hijos. Murió en la pobreza.

Los marinos ingleses observaron azorados cómo un pequeño grupo de indisciplinados quinteros y de gauchos se les iba encima a caballo. El combate fue corto y hubo muertos y heridos por ambas partes. Los duelos fueron a corta distancia, cara a cara, espada contra espada, chuza y boleadora. Los criollos hicieron gala de bravura hasta que los sajones, desbordados, solicitaron la rendición.

Solo quedó, entonces, poner a salvo a los heridos, maniatar a los prisioneros y llevarlos con ellos en ristra detrás de sus caballos hasta el Fuerte. Entonces, los improvisados milicianos, que, a falta de disciplina, lo único que tenían era su valentía, cambiaron su parecer sobre el “rubilindo” salteño, que se ganó el respeto de esos hombres rudos pero sabios.

Ese mismo día, Santiago de Liniers, el líder de la reconquista, al ver llegar a la extraña tropa, designó como su ayudante al ya subteniente Martín Miguel de Güemes y le auguró un profético: “¡Usted llegará lejos!”.

En 1808 falleció Gabriel de Güemes Montero, su padre, por lo que regresó a su provincia para hacerse cargo del patrimonio familiar. En 1810 se unió al movimiento independentista y actuó en Humahuaca, al frente de su regimiento de caballería. Participó en las batallas de Cotagaita y Suipacha, contra el ejército español, que intentaba llegar hasta el Río de la Plata para abortar la rebelión. En esa circunstancia se peleó con Juan José Castelli, jefe del Ejército del Norte, y regresó a Salta.

Tras la derrota de Huaqui en 1811, cubrió la retirada de Pueyrredón y del ejército, quedándose en la zona ocupada por el enemigo. Para ayudar a los que huían, comenzó a desarrollar la “guerra de recursos”, que después perfeccionaría. Su estrategia era la de atacar a las vanguardias o las retaguardias del enemigo y luego desaparecer de su vista, huyendo por senderos ocultos o guareciéndose en las rugosidades del terreno.

Después de que su amigo el general Manuel Belgrano, el nuevo jefe del Ejército del Norte, lo enviara en 1812 a Buenos Aires por un hecho de indisciplina –el mal carácter del salteño era proverbial– y participara del sitio de Montevideo, regresó en 1813 con una expedición de auxilio al Ejército del Norte, que fue derrotada por Joaquín de la Pezuela. Allí mismo comenzó a reclutar a los que serían más tarde “los Gauchos Infernales de Güemes”, los guerrilleros que hicieron la Guerra Gaucha desde Tarija hacia el sur. Desde Tarija hacia el norte se produjo la heroica Guerra de las Republiquetas (guerrillas), en la que combatieron, entre otros, Juana Azurduy y su esposo, Manuel Ascencio Padilla.

En enero de 1814 se produjo una nueva invasión de los persistentes españoles, que vivían la paradoja de derrotar a los ejércitos pero luego eran vencidos por las guerrillas. La Corona se adentró en territorio argentino, pero solo llegó hasta Jujuy. Güemes los hostigó hasta que decidieron regresar a sus guaridas en el Alto Perú, como se conocía a la actual Bolivia.

En 1815 ocurrieron dos episodios fundamentales: Güemes fue proclamado gobernador de Salta y, desde esa potestad, reorganizó todo el territorio para la defensa. El segundo fue la creación de los “Gauchos Infernales de Línea”, que sembraron el terror entre las tropas invasoras.

Güemes declaró a todos los salteños en estado de asamblea, lo que significaba que cada 20 o 30 vecinos se constituía una partida al mando de un oficial, que les daba instrucción militar. La caballería, formada por los gauchos salteños, era la unidad de elite de su tropa irregular. Los gauchos se movían por días enteros casi sin apearse de sus monturas, atacando a la infantería española, conformada por tropas de gran experiencia en combate. Era, entonces, la sorpresa su arma fundamental. Así entraban y salían del combate cuando las condiciones los favorecían y se daban a la fuga en cuanto estas cambiaban en favor del enemigo.

Mientras tanto, nuevamente fracasaba la tercera ofensiva argentina sobre el Alto Perú. El brigadier general José Rondeau fue derrotado en Sipe Sipe el 28 de noviembre de 1815 y esta victoria les dio alas a los españoles para volver a intentar la conquista del Río de la Plata. La situación era dramática y fue en esas adversas circunstancias cuando apareció el temple del general Martín Miguel de Güemes.

Su tropa de desarrapados venció una y otra vez a todos los ejércitos españoles, al mismo tiempo que José de San Martín preparaba en el oeste el Ejército de los Andes, que a la postre llegaría hasta Lima en su ímpetu libertador.

En noviembre de 1816 se produjo la inevitable invasión española. El brigadier Pedro Antonio de Olañeta ocupó Jujuy en enero de 1817, pero no pudo avanzar más allá, acosado por los guerrilleros de Güemes. Su colega, el general José de Canterac, repitió la ofensiva contra las provincias de Jujuy y Salta en 1819, con el mismo resultado que los anteriores intentos.

Paralelamente, se había reunido poco antes de la invasión de Olañeta el Congreso de Tucumán, en el que los argentinos habían declarado su independencia, lo que había redoblado las ansias españolas por reconquistar el territorio perdido. Por eso, San Martín designó a Güemes como jefe del Ejército de Observación del Perú.

En 1820, el general Juan Ramírez de Orozco, al frente de 6.500 hombres, regresó a la tierra de sus derrotas. Después de tomar Jujuy y Salta, nuevamente los exasperantes Gauchos Infernales acosaron de tal manera a sus tropas que debieron emprender nuevamente la retirada hacia sus bases en el Alto Perú.

En el ínterin, Güemes debió enfrentarse con el gobernador de Tucumán, Bernabé Aráoz, al que venció en 1821. Enseguida volvieron los perseverantes españoles, al mando del cuñado de Olañeta, Guillermo Marquiegui. Este ocupó fugazmente Jujuy, tras lo cual debió rendirse.

En esos momentos, apareció la traición. Entre la clase alta salteña reinaba el descontento a causa de las exigencias impositivas de Güemes. Fue la ocasión para que Olañeta, que había vivido en Salta durante muchos años, enviara al general José María Valdez, que tomó Salta el 7 de junio de 1821, con la colaboración de algunos naturales, como la familia Archondo.

Esa noche, Güemes iba saliendo de la ciudad, cuando una partida apostada en una esquina le disparó por la espalda. Sus gauchos se lo llevaron hasta la Cañada de la Horqueta, cerca de Salta. La herida no era mortal, pero Güemes era hemofílico, por lo que su herida no se cerró. Murió diez días después, en un catre a la intemperie, lejos del reconocimiento que merecía.

Martín Miguel de Güemes fue el último general argentino que murió por las heridas recibidas en combate. Jamás recibió ayuda desde Buenos Aires para que salvara a los porteños de una invasión que hubiera sido catastrófica para la naciente Argentina. Rechazó a seis aguerridos ejércitos españoles, que habían derrotado a Napoléon y habían derrotado a todos los ejércitos independentistas de toda América, y ejerció con astucia y buen tino la gobernación de Salta, alineando a toda la provincia tras el objetivo de impedir la invasión de los realistas, que pretendían ahogar la independencia argentina. Así salvó a la Patria.

“No ahorre sangre de gauchos”, dijo alguien

Los heroicos gauchos salteños de Güemes pagaron muy cara su militancia patriótica. Muchos de ellos murieron en desigual combate y otros más perdieron absolutamente todas sus pertenencias, que lo mismo eran muy escasas.

Todos ellos protagonizaron la Guerra Gaucha desde Tarija hacia el sur y la Guerra de las Republiquetas, desde Tarija hacia el norte. Todos ellos merecen un verdadero reconocimiento, que jamás les llegó hasta ahora. Solo Juana Azurduy recibió el homenaje del poeta e historiador Félix Luna y del compositor Ariel Ramírez, a los que se sumó la voz de Mercedes Sosa. El compositor chileno Sergio Ortega escribió una hermosa canción en homenaje a Manuel Ascencio Padilla, marido de Azurduy, que fue asesinado por los españoles en la propia Republiqueta de La Laguna en la que vivía. Padilla y Azurduy perdieron su hacienda, les mataron a todos sus hijos, menos a su hija menor, y él mismo fue pasado a degüello por un oscuro coronel español llamado Aguilera.

Nadie se acuerda hoy de ellos como se lo merecen. Vayan estas insuficientes líneas en reparación por tal olvido.

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