La nueva estrategia de Cristina

La nueva estrategia de Cristina

Como candidata o kingmaker, la expresidenta empezó a jugar en serio.


Un año después de haber sido derrotada por Esteban Bullrich y Gladys González en las elecciones bonaerenses, la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner parece haber dejado atrás esa circunstancia y hoy se prepara para ser protagonista en los comicios de 2019, ya sea como candidata o en el rol de kingmaker. En qué medida eso se debe a méritos propios o a falencias ajenas, tanto del oficialismo como de otros dirigentes opositores que no supieron cómo correrla del centro del escenario, es materia de discusión bizantina y acaso resulte irrelevante cuando se cuenten los votos.

Lo que nadie discute a esta altura es que la senadora tiene una estrategia y se viene cumpliendo paso a paso: en los últimos meses logró recomponer relaciones con muchos de los aliados que se habían alejado durante la última década, desde Alberto Fernández hasta el Movimiento Evita, pasando por Hugo Moyano. Además se acercó a otros que siempre habían sido refractarios a ella, como Pino Solanas o, antes, Alberto Rodríguez Saá. También generó quiebres en los bloques legislativos de sus principales adversarios dentro del peronismo, Sergio Massa y Miguel Pichetto, sin que eso afectara su capacidad de negociación con ellos, como pudo verse en la elección de miembros del Consejo de la Magistratura. Por su parte, contuvo los embates judiciales y mediáticos en su contra sin perder popularidad y hoy ya no hay ninguna encuesta que asegure que sería derrotada en un eventual balotaje, como hasta hace no tanto.

El año electoral ya empezó, y los focos vuelven a posarse sobre ella.

Ahora le dicen Frente Patriótico, porque Unidos y Organizados ya está gastado, pero el trabajo que viene realizando la senadora es justamente ese: unir a los sectores variopintos que conforman la oposición al Gobierno de Mauricio Macri y organizarlos en una propuesta electoral competitiva, de cara a octubre del año próximo.

“Dividirnos es un lujo que no nos podemos permitir”, dijo el lunes pasado en el marco de la Conferencia para el Pensamiento Crítico organizada por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso). Aunque la atención de la mayoría se desvió a su referencia a los pañuelos verdes y celestes que conviven en el seno de los espacios populares, la frase mencionada no solamente define mejor su estrategia sino que constituye la más importante autocrítica pública que haya hecho CFK a su gestión como conductora de un sector mayoritario (aunque menguante) del peronismo durante sus dos gobiernos y en los años que le siguieron.

Podría leerse casi como un mea culpa respecto de la derrota del año pasado, cuando decidió dejar fuera de su marco de alianzas al espacio que encabezaba Florencio Randazzo por no ir a unas internas en las que tenía más por ganar que por perder. Ahora el único límite será Macri, más allá de debates políticos, ideológicos o prácticos que se saldarán, eventualmente, en el marco del ejercicio del poder después de diciembre de 2019. De alguna forma, y salvando las diferencias abismales, la propuesta de la expresidenta no difiere tanto de la que hiciera hace cuatro años Macri al radicalismo y a Elisa Carrió, que derivó en la conformación de la alianza Cambiemos.

El principal desafío que tiene ahora por delante Fernández de Kirchner es terminar de cerrar el cerco que viene trazando alrededor del peronismo. La incorporación en la Mesa de Acción Política del Partido Justicialista de figuras como Héctor Daer, Hugo Moyano y Felipe Solá, insospechados de sí-cristinismo, fue la novedad más importante en este sentido en las últimas semanas.

Durante la última reunión de este órgano partidario también se tendieron públicamente invitaciones a Randazzo y a “los cuatro” dirigentes que conforman Alternativa Federal: Sergio Massa, Miguel Ángel Pichetto, Juan Schiaretti y Juan Manuel Urtubey. Por ahora hubo, solamente, amables declinaciones, pero la posición de ese espacio (que esta semana sumó al gobernador entrerriano, Gustavo Bordet) dista mucho de ser unánime y menos aún, monolítica.

Con el líder del Frente Renovador hay canales abiertos; recién lanzado oficialmente por la presidencia buscará consolidar su posición antes de decidir si su estrategia es competir por dentro o jugar por fuera. Por las dudas, CFK ya le mandó a decir que no habrá un veto sobre su cabeza si decidiera arrimarse al fogón.

En el caso de Schiaretti, en el PJ creen que hay una sobreactuación de antikirchnerismo, que apunta al fortalecimiento de su figura ante el esquivo (para ella) electorado cordobés, y que luego de buscar su reelección, en junio del año que viene, comenzará un viraje que terminará por acercarlo al armado mayoritario.

Pichetto es un hueso más duro de roer, pero ya abrió la puerta a una gran interna. Urtubey, entretanto, aparece todavía como el más lejano de ese pack.

De todas formas no puede soslayarse que la semana pasada, cuando hubo que definir el control del Consejo de la Magistratura, todos se taparon la nariz y consiguieron una unidad perfecta. Hasta los diputados salteños dieron sus votos para otorgarle un asiento al camporista Wado de Pedro, mientras que los de Nuevo Encuentro sumaron en la cuenta de Graciela Camaño. La propia Fernández de Kirchner participó de las negociaciones que sirvieron para entronizar a Pichetto entre los representantes del Senado.

Así, todos se llevaron un premio y hasta hubo resto para pagarle al gobernador de Santiago del Estero, Gerardo Zamora, que pasó de ser un aliado clave del Gobierno a una pieza importante del armado opositor.

Más inadvertida pasó la unanimidad en el rechazo al pedido de desafuero del bloque de Cambiemos contra la expresidenta por la causa que investiga el memorando con Irán: en una sesión forzada, el oficialismo solo pudo sentar a sus propios legisladores. Ni uno solo de los representantes de la bancada que encabeza el rionegrino ni ninguno de sus aliados aportaron para conseguir el cuórum.

Esto no significa que esos acuerdos vayan a replicarse de manera automática en el plano electoral, pero sí habla de los vasos comunicantes que existen y de cómo ante una amenaza común, como lo era la posibilidad de que el Gobierno alcanzara los dos tercios en el órgano que sanciona y promueve jueces, todos los peronismos hablaron el mismo idioma. En palabras de un senador que orbita equidistante entre CFK y Pichetto: “Al final, racionales somos todos”.

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