Los peores días del Presidente

Los peores días del Presidente

Análisis publicado en el semanario Noticias Urbanas Nº 594, publicado el 23 de febrero.


Sorprendentemente maquiavélicos. O sencillamente torpes. La sucesión de errores inesperados, marchas atrás forzadas y escándalos políticos del Gobierno de Mauricio Macri, en las peores semanas de su corta administración, reinstalaron como nunca antes la duda sobre capacidad y moralidad del Presidente para llevar adelante la gestión. Los traspiés fueron muchos y variados. El intento de sacar por DNU un proyecto (accidentes laborales) que tenía media sanción del Senado, la intención de hacer movible al sensible feriado del 24 de marzo, el mudo acuerdo por el Correo con el apellido Macri en ambos lados del mostrador y el imperdonable recálculo de la movilidad jubilatoria con perjuicio para los más perjudicados. Todo en menos de dos meses. Todo, con el previsible resultado de tener que rever las decisiones. ¿Presidente con sentido común, que sabe retroceder cuando se equivoca? ¿O Presidente inexperto (en el mejor de los casos), que hace apuestas riesgosas para ver si pasan y quedan?

El relato M, que a veces se encarna en palabras del propio Macri, recuerda su paso por Boca y la gestión porteña como ejemplos de lo que puede venir. En ambos casos se concluye con cierta simpleza que Macri empezó peor de lo que terminó. Aprendió. Hizo camino al andar.

El parangón suena, cuanto menos, liviano. El universo de un club, por más grande que se quiera considerar, e incluso el de la Ciudad, con sus tres millones de habitantes, pueden resultar un inestimable campo de aprendizaje, pero la repercusión de una administración nacional requiere de otro porcentaje de aciertos.

Con las salidas de Alfonso Prat-Gay de Hacienda y de Carlos Melconian del Banco Nación, en pleno arranque veraniego, Macri pareció querer dar una señal de fortaleza interna y marcar el sendero por el que correría el resto de su mandato. Un sendero que trazan él y un puñado de funcionarios y asesores muy cercanos. Aquel recambio, que hoy parece lejanísimo, planteó interrogantes sobre el eslogan del “mejor equipo en 50 años”. Se supone que aquellos dos dirigentes a los que el oficialismo elogió en público por su gestión se fueron, justamente, por no encajar con esa palabra, “equipo”. Pero tras las salidas y los traspiés enumerados al principio de la nota, los que afloraron fueron problemas de conjunto. Falta de filtros internos en un Gobierno que hace campaña y publicidad de gestión con su reunionismo y predisposición al diálogo abierto en pos del bien común.

Cuando las polémicas comenzaron a sucederse, una de las primeras reacciones del Gabinete fue dejar trascender que particularmente en esos hechos, como el Correo o la suba de las jubilaciones, algunos funcionarios habían salteado el protocolo de consultas. Esto eso, que los temas no habían sido debatidos lo suficiente, por caso, en la mesa de coordinación que comanda Macri e incluye a los principales ministros. Lo que nadie se atrevió siquiera a esbozar como hipótesis es hasta dónde había que masticar ciertas decisiones presidenciales. Porque más allá del esfuerzo privado y público de varios macristas en despegar a su jefe del tema más ríspido, como fue el Correo, quedó bastante claro que todas las definiciones tuvieron un OK del Presidente. Paradójico: así como Macri, en definitiva, fue quien se infringió daños a sí mismo, fue él mismo quien debió salir a poner el cuerpo para frenar los escándalos. Una carta que el Gobierno debió jugar como nunca antes, aunque con otros temas, como los Panamá Papers, también había apostado primero a esconder al Presidente y luego debió someterlo a la incomodidad de los micrófonos.

Este escenario con olas en contra para la Casa Rosada probablemente fuera otro si la economía transitara la mentada recuperación. Son muchos y coincidentes los antecedentes históricos que muestran cómo los argentinos se distraen de ciertos parámetros éticos cuando el bolsillo anda holgado. Pero en el campo económico, al Gobierno también le está costando mostrar con hechos palpables para el hombre de a pie una serie de datos teóricos que supuestamente ya marcarían un cambio de tendencia. El caso más emblemático: la inflación empezó a bajar a fines del año pasado, se planteó una meta de 17 por ciento para este, pero ahora convive con subas en tarifas, entre otras, que llegan a superar un 140 por ciento. Se ve poco como para creer.

El arranque turbulento de año, en definitiva, pareció adelantar una expectativa sobre los resultados de la gestión que, se suponía, serían auditados ya más cerca de la elección. Una parada en las urnas que probablemente ayudará a dilucidar de qué se trata: si de un grupo de estrategas o, simplemente, de otra banda de improvisados.

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