Liniers: héroe, traidor y soldado

Liniers: héroe, traidor y soldado

Por estos días se reabrió la casa en la que vivió, que por fortuna encontró un destino diferente a la de Rosas, que se encuentra muy cercana. NU estuvo allì.

Hay exposiciones, música e historia en su domicilio de Venezuela 469.

Jacques de Liniers, que en el viejo Virreinato del Río de la Plata adoptó el nombre castellanizado de Santiago Antonio María de Liniers y Bremond, fue un hombre que supo merodear los absolutos, que conoció sucesivamente el Cielo y el Infierno, la gloria y el descrédito.

Llegó a Buenos Aires, primero fugazmente, en mayo de 1776, como segundo capitán del bergantín Hoope, para partir de nuevo hacia una misión en Europa, donde ya se encontraba en el año 1779. Allí combatió contra los ingleses a bordo del navío San Vicente en el sitio de Mahón y en la reconquista de la isla de Menorca.

En 1783 se casó en Málaga con Juana Úrsula de Menvielle, con quien tuvo un hijo. En 1788 volvió al Río de la Plata para liderar una flota de cañoneras, pero enviudó en 1790. El duelo, de todos modos, fue breve. El 3 de agosto de 1791 se casó con María Martina de Sarratea, hija del militar y diplomático Manuel de Sarratea, que formó parte de la Primera Junta y del Primer Triunvirato y fue luego el enemigo más acérrimo de José Gervasio Artigas. Con doña María Martina tuvo después ocho hijos más.

El 5 de noviembre de 1802, Liniers fue designado gobernador interino de las Misiones de Guaraníes y Tapes, que abarcaba los territorios de las actuales provincias de Corrientes (solo el norte) y Misiones. Permaneció allí por casi dos años, regresando a Buenos Aires en octubre de 1804.

A fines de este año fue designado por el virrey Rafael de Sobremonte como jefe de la misión naval de Buenos Aires, pero más tarde fue trasladado a la Ensenada de Barragán, desde donde vio pasar, el 25 de junio de 1806, a la flota inglesa que invadió Buenos Aires al día siguiente. Como Sobremonte le ordenó regresar a la ciudad y no atacar a los ingleses, Liniers, al volver, se conectó con Martín de Álzaga, que estaba organizando la resistencia a la invasión.

El aura inglesa quedó impresa en la memoria de los argentinos, cuando el único objetivo de su fuerza invasora se cumplió. Ante la exigencia de William Carr Beresford, que fue apoyada calurosamente por algunos vendepatrias locales, el virrey Sobremonte, que se había llevado los caudales de la colonia, debió entregárselos a los usurpadores. Estos los enviaron rápidamente a Londres, adonde fueron transportados entre ovaciones hasta una de sus casas de usura llamadas “bancos”.

Después de algunas vicisitudes, el 12 de agosto de 1806, las fuerzas al mando de Liniers llegaron a Buenos Aires con la sudestada, pasando con sus frágiles embarcaciones entre medio de las naves inglesas, que no los vieron pasar a causa de una espesa neblina.

Los combates fueron intensos pero breves, y al cabo de ocho días el coronel Beresford firmó la capitulación. En estos combates, el invencible Regimiento 71 “Highlanders” mordió el polvo de la derrota por primera y única vez en su historia.

Debajo de sus banderas, que flamean ahora en la santa paz de la Iglesia de Santo Domingo, se puede leer la inscripción: “Del escarmiento del inglés, memoria, y de Liniers en Buenos Aires, gloria”.

Convertido en héroe, Liniers no se negó a los homenajes. Un Cabildo Abierto lo convirtió en gobernador militar de Buenos Aires, en reemplazo del marqués Rafael de Sobremonte, que si bien no fue destituido en ese mismo acto, quedó marginado de sus funciones.

Aquí comenzaron sus desventuras. Su trato con el prisionero Beresford fue juzgado como demasiado cordial, una circunstancia que se vio agravada cuando le permitió quedarse en una finca en Luján (y no en una prisión), de donde fue liberado por los traidores Saturnino Rodríguez Peña, que era secretario de Liniers, y Manuel Aniceto Padilla, que convencieron a sus custodios de que el francés lo quería en Buenos Aires. Los conspiradores fueron beneficiados por el gobierno británico con una pensión de trescientas libras anuales, que cobraron hasta el día de su muerte.

Este suceso fue una mancha en la trayectoria de Liniers y denunció la excesiva cercanía del noble francés con los invasores británicos. De todos modos, en la convicción de que los ingleses iban a volver, Liniers se dedicó a organizar una fuerza militar para enfrentar esa posibilidad. Entre las medidas que tomó, decidió la creación de los regimientos de Patricios y Arribeños.

El 16 de enero, una gran fuerza de tareas británica desembarcó en Montevideo, preanunciando una nueva invasión a Buenos Aires. Sobremonte, que aún permanecía en la zona, intentó enfrentarlos cuatro días después, pero fue derrotado fácilmente por las fuerzas al mando del almirante Home Popham.

El 10 de febrero, una junta de guerra destituyó al virrey Sobremonte y designó a Liniers jefe militar. El 30 de junio, la Real Audiencia designó al francés como virrey interino.

El ejército inglés desembarcó en la Ensenada de Barragán el 28 de junio y avanzó hacia Buenos Aires. El 3 de julio, el ejército que comandaba Liniers interceptó al enemigo en Miserere, pero allí salieron triunfantes los ingleses, que al día siguiente le pusieron sitio a la futura capital argentina.

Sorprendentemente, tras intimar a los rioplatenses a que se rindieran, el teniente general John Whitelocke, que había sido designado jefe de la expedición en Londres, les dio tres días para que pensaran en su oferta. Este plazo permitió a los sitiados armar una estrategia, reorganizar las fuerzas que habían sido dispersadas y para “leer” el detallado pliego enviado por los ingleses con sus condiciones para la rendición criolla.

La respuesta fue lacónica, pero contundente. Se les contestó a los hijos de Albión que en Buenos Aires había “tropas bastantes, animosas y mandadas por jefes llenos de deseo de morir por la defensa de la patria; y que esta es la hora de manifestar su patriotismo”.

Los combates fueron calle por calle, casa por casa y, a veces, cara a cara. Whitelocke perdió en ellos a casi la mitad de sus hombres, entre muertos y prisioneros. El 7 de julio, los ingleses capitularon y entre las condiciones que debieron aceptar estuvo el abandono de la plaza de Montevideo, desde donde habían lanzado el ataque contra la ciudad.

Al año siguiente, Fernando VII confirmó a Liniers en su cargo de virrey, pero su relación con los porteños estaba deteriorada. Fue acusado por nepotismo, cohecho y peculado. Además se le cuestionaron sus amoríos con una nativa de la Isla de Mauricio, de origen francés de apellido Perichon, que fue motejada despectivamente como La Perichona.

En agosto de 1808 llegó al Río de la Plata el marqués de Sassenay, enviado de Napoleón, que buscaba apoyo para el nuevo rey de España, José Bonaparte. En público, Liniers se negó a sus pretensiones, pero luego lo recibió en privado y abogó para que el Río de la Plata permaneciese neutral en la guerra de la independencia que se libraba en España.

Entre sus enemigos en el Río de la Plata se encontraba el alcalde porteño, Martín de Álzaga, y el gobernador de Montevideo, el general Francisco de Elío. En un momento dado, solo las milicias lo apoyaban, por lo que los fondos públicos para pagar sus salarios eran la prioridad de Liniers.

El 11 de enero de 1809, por una cédula de la Real Audiencia, le otorgó el título de Conde de Buenos Aires, para horror del Cabildo, que se puso férreamente a la medida. Ante su protesta, el Condado de Buenos Aires fue trocado a Condado de la Lealtad y así mutó el título del francés.

Mientras Fernando VII estaba prisionero, la desconfianza hacia Liniers aumentaba, por lo que la Junta Suprema Central designó en su reemplazo a Baltasar Hidalgo de Cisneros. Este ordenó el traslado del francés a Mendoza, pero Liniers compró una estancia cerca de Alta Gracia (Córdoba) y se mudó allí. En 1810, cuando preparaba su viaje a España, se produjo la Revolución de Mayo. Liniers intentó oponerse al movimiento, pero fue apresado cuando preparaba una fuerza de 1.500 hombres para luchar contra la Primera Junta.

Cuando llegó a Córdoba la Primera Expedición Auxiliadora al Alto Perú al mando de Francisco Ortiz de Ocampo, las tropas de Liniers desertaron en masa y se unieron a su enemigo. Liniers y sus amigos huyeron hacia el norte, pero él fue apresado cerca de Chañar.

Ocampo era amigo de Liniers, por lo que se negó a ejecutar la orden que había recibido de “arcabucear” al francés. En cambio, lo envió a Buenos Aires. El miembro de la Primera Junta Juan José Castelli fue enviado a interceptar su camino para que no llegara a la ciudad en la que era considerado un héroe. Castelli los alcanzó cerca del Monte de los Papagayos y el 26 de agosto, junto con sus compañeros Juan Gutiérres de la Concha, Victorino Rodríguez y Joaquín Moreno, este francés aventurero, héroe de la resistencia, soldado al servicio de España y simpatizante de las ideas de la Revolución Francesa fue fusilado por un pelotón al mando del coronel Domingo French.

Entre 1807 y 1809, Liniers residió en su casa ubicada en la Bajada de los Dominicos, hoy calle Venezuela 469, que heredó de su suegro Manuel de Sarratea. Allí se produjo la firma de la capitulación de los ingleses, que tan caro le costó a John Whitelocke cuando regresó a Londres y que resultó en la última morada del francés en Buenos Aires.

Allí se lo homenajea en estos días a este hombre contradictorio y brillante, que supo ser un buen soldado, un hombre leal a la Corona española cuando lo más conveniente era “convertirse” en revolucionario y que en sus últimos momentos posiblemente haya vuelto en el recuerdo a la lejana ciudad de Niort, en la occidental provincia francesa de Poitou, a cuya más antigua nobleza pertenecía su familia.

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