Liderazgos compartidos para una Argentina en crisis

Liderazgos compartidos para una Argentina en crisis

Ni Alberto Fernández ni Mauricio Macri son los jefes de sus coaliciones. Al menos, no mandan ni ordenan.


A  diferencia de lo que marca la historia política de los últimos 200 años, en la Argentina actual no existen –a nivel nacional- liderazgos excluyentes. La prueba es que los dos frentes políticos mayoritarios poseen liderazgos compartidos. Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner ejercen una conducción colegiada por el lado del Frente de Todos y Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta, encaran su accionar político en condiciones similares en Juntos por el Cambio.

Es necesario aclarar, además, que esta circunstancia acontece por fuera de la voluntad de los actores a los que nos referimos. Más consciente fue la decisión de Cristina Fernández de Kirchner, que eligió entre el abanico de opciones que se le presentaban a su antiguo jefe de Gabinete. Lo hizo después del triunfo de sus opositores en 2015. La diferencia es que en esta ocasión la derrotada no fue ella, sino Daniel Scioli. Es más, alguna encuesta arrojó como resultado que no hubiera sido derrotada por Cambiemos.

El caso de Macri y Rodríguez Larreta es diferente. La similitud reside en que el segundo también fue jefe de Gabinete del primero. El actual jefe de Gobierno porteño surgió como conductor de la alianza que hoy está en la oposición, tras la derrota en las urnas de su coalición, Cambiemos, un hecho que tiene en común con Alberto Fernández, que también vivió una derrota para llegar a compartir hoy la conducción de su fuerza política.

La síntesis política entre los frentes en cuestión no ha cristalizado, como ocurría en otros tiempos, en conducciones unipersonales, teniendo en cuenta especialmente el sello que dejaron en la historia argentina del Siglo 20 el radical Hipólito Yrigoyen y el padre del Justicialismo, Juan Domingo Perón. En el Siglo 19, entretanto, también existieron dos líderes absolutos que marcaron dos épocas diferentes: Juan Manuel de Rosas y Bartolomé Mitre.

Una interpretación adicional -para desarrollar en otra ocasión- es que de los cuatro, tres de ellos podrían ser ubicados en la línea “populista” que representan hoy Fernández y Fernández, en tanto que sólo Mitre podría ser ubicado en la línea “liberal-republicana” que hoy encarnan Macri y Rodríguez Larreta.

Juntos por el Cambio: la cercanía y la lejanía

Volviendo al presente, es extraña la situación de la Unión Cívica Radical, que le otorga carnadura e inserción territorial a Cambiemos, pero sus dirigentes viven presos de sus diferencias y no de sus coincidencias, lo que hace imposible que logren una síntesis política que los lleve a existir como un partido con posibilidades de disputar el poder.

El Pro, mientras tanto, está hecho a imagen y semejanza de Mauricio Macri. El Pro es Macri. Ése es el cielo y el infierno del partido. Bajo su conducción llegaron al poder en 2015 y en cuatro años se consumieron como una antorcha, víctimas de sus propias prácticas palaciegas y de sus contradicciones a la hora de llevar adelante una política económica, que excluyó a demasiados argentinos.

En estos momentos existe un evidente conflicto entre el demiurgo Pro y su sucesor –en todo sentido, en la ciudad y en la nación-, Horacio Rodríguez Larreta. El conflicto radica en que Macri no se fue, no se resignó. Sigue allí después de la derrota y seguirá en el mismo lugar por algún tiempo, a menos que la FIFA le encargue otras misiones y deba migrar hacia Zürich en forma definitiva. 

El jefe de Gobierno porteño, que no se decide a serlo de su partido, lo mismo no puede irse a armar su propia opción, porque perdería más de lo que ganaría. Tampoco Macri puede echarlo, porque le ocurriría lo mismo.

El electorado cautivo de la oposición es más proclive a la línea dura que encarna Macri. Por ello, ninguno de ambos puede descartar al otro en su armado político. Larreta tiene sus raíces en el electorado que vota contra el peronismo, pero no es tan popular entre los Pro puros. Él se asienta entre los que a veces pueden votar a otras opciones. Macri, en cambio, se basa entre los votantes que sólo quieren Pro y nada más que Pro. Que comparten la filosofía política de ese partido, construido –recordamos- a su imagen y semejanza.

Esta involuntaria –y quizás contradictoria- convivencia es como un matrimonio mal avenido, pero acostumbrado a una cotidianeidad en común. Juntos, pero algo separados. Peleando, pero lo suficientemente cerca como para seguir confrontando.

Hasta ahora, Larreta mostró su capacidad para gobernar, pero la construcción política le exigirá un nervio que puede ser que posea, pero que aún no apareció. Para ser el jefe debería dejar atrás a su líder y factótum. Enfrentarlo sin romper la relación exigirá de la intermediación de terceros y, si Macri siguiera firmando cartas como la que publicó hace unos días en un matutino porteño, le facilitará mucho la tarea.

Larreta, en su relación con Fernández, que alterna entre la calidez y la frialdad, está hoy más cerca del lugar en el que se toman las decisiones que Patricia Bullrich y Mauricio Macri que, por el contrario, están muy lejos del poder.

 

Muchos caciques territoriales peronistas no consideran ni a Alberto ni a Cristina como un/una peronista, ni como uno/a de ellos. De todos modos, tampoco pueden reemplazarlos. Esta dificultosa convivencia genera, necesariamente, conflictos que no llegarán a la ruptura. Nadie está dispuesto a desarmar la estructura que los llevó al poder.

 

Frente de Todos

Antes que nada, es necesario aclarar una cosa. Alberto Fernández no es el líder del peronismo. Tampoco lo es Cristina. ¿Y entonces?

El peronismo, si bien está conformado por hombres “que llevan en su mochila el bastón de mariscal”, no tiene conducción unificada tampoco. Sus dirigentes más importantes son los coroneles, pero entre ellos, hasta hoy, no surgió ningún general. Los gobernadores son los jefes territoriales, pero no incursionan en el área federal, no salen de su provincia para lanzarse a la arena nacional. Tampoco existen hoy intendentes –los pequeños jefes territoriales- que se proyecten. Eso sí, son una cofradía y sólo se muestran los dientes cuando pelean la coparticipación.

El último jefe que tuvo el peronismo fue Néstor Kirchner, que tenía un proyecto presidencial que en sus planes iba a cristalizarse en 2007, pero se adelantó un período con la crisis de 2001.

Su heredera y viuda, Cristina Fernández, se convirtió, por la fuerza de su propio talento y capacidad, en la única peronista que podía llevar al peronismo a la victoria, pero que no era capaz de liderarlo. Quizás no esté realmente interesada en hacerlo, porque sin ser su jefa ni su líder ni su conductora, fue el cerebro del Frente de Todos, que llevó al peronismo a ganar de nuevo una elección, casi un año atrás.

Existía una teoría que decía que el peronismo sin CFK no ganaba y CFK, sin el peronismo, tampoco. Entonces, ambos sectores se unieron y le ganaron a Cambiemos, dándole categoría de verdad a ese esquema, que era hasta entonces sólo una hipótesis.

Hoy, Alberto Fernández conduce el Gobierno, pero no tiene volumen político más allá de la Casa Rosada. De todos modos, esto significa bastante, hoy en día. Pero no es suficiente, no le da la carnadura necesaria, para encarar algunas tareas que tiene que enfrentar su Gobierno.

El 17 de octubre (ver nota aparte), el peronismo le va a facilitar la tarea al brindarle un escenario –que quizás sea el Salón Felipe Vallese, de la CGT- para hablarle a su pueblo y a su propia fuerza política, nucleada en el Frente de Todos. De esta manera, la dirigencia peronista espera convertirlo en el líder que precisan para esta etapa.

De todos modos, por su propio peso electoral y la capacidad de pensar estratégicamente, Cristina conserva un rol importante en el esquema de Gobierno, define algunos temas y tiene a su gente compartiendo las tareas de gobierno.

La Síntesis 

Muchos caciques territoriales peronistas no consideran ni a Alberto ni a Cristina como un/una peronista, ni como uno/a de ellos. De todos modos, tampoco pueden reemplazarlos. Esta dificultosa convivencia genera, necesariamente, conflictos que no llegarán a la ruptura. Nadie está dispuesto a desarmar la estructura que los llevó al poder.

En la oposición, entretanto, cunde aún la frustración y la confusión por una derrota que consideraban casi imposible en 2019. La reconstrucción demandará aún muchos esfuerzos, porque el desastre económico que dejaron detrás los alejará del poder por algún tiempo. Sólo el blindaje mediático, que disimuló los desmanes que realizó Mauricio Macri en la economía y sus errores en la política -aún mayores-, impidió una catástrofe electoral el año pasado.

El escenario argentino no se asemeja al paraíso, de todos modos, porque la pandemia del Covid-19 profundizó la devastación económica. Por esta razón, la oposición y el oficialismo deberán encarar ímprobas tareas en el futuro cercano. No es tiempo de internas egoístas, ni de zancadillas irresponsables.

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