Las villas porteñas, en números

Las villas porteñas, en números

Un estudio del Indec porteño reveló detalles sobre cómo viven y se conforman las villas porteñas. Sólo el 45 por ciento de quienes las habitan nacieron en Capital. El 37 por ciento vive hacinado.


La Dirección General de Estadística y Censos de la ciudad reveló que sólo el 45 por ciento de los habitantes de las villas porteñas nació en la Capital. Otro 33,7 por ciento es oriundo de países limítrofes y el 4,6 por ciento del Perú. En tanto que un 16,7 por ciento proviene de diversos distritos del país. De los habitantes nacidos en Buenos Aires, el 80 por ciento tiene menos de 20 años.

Incluso el promedio etáreo en villas es bajo. Se sitúa en los 24 años, mientras que para toda la ciudad ronda los 40.

Por otra parte, las mujeres que viven en asentamientos tienen un promedio de 4,3 hijos, mientras que el promedio porteño es de dos.

Asimismo, el informe difundido por el diario La Nación destaca las diferencias entre el tamaño de las familias y el hacinamiento en el que viven estas personas.

Una familia porteña promedio cuenta con 2,5 miembros, cuando las conformadas en villas alcanza los 6. Lo que genera que el 37 por ciento de ellos deban compartir un cuarto con más de una persona.

“La mitad es una población autóctona que ya lleva tres generaciones, y que perfila hasta un «modo villero» de vivir la ciudad. En el grupo, arraigan moralidades sustentadas en identidades colectivas por medio de religiosidades, estéticas musicales, fidelidades deportivas dotadas de códigos, lenguajes, normas y valores propios”, reflexionó el historiador Jorge Ossona, investigador de la Universidad de Buenos.

Coincidió con él Mazzeo, que es profesora de la cátedra de Demografía Social de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA: “Hay varias generaciones que probablemente hayan nacido y crecido en las villas: el 36% de los habitantes es menor de 20 años y porteño”.

Según Ossona, “un elemento distintivo de la pobreza es la juvenilidad procedente de sus hogares numerosos en hijos. Las razones no necesariamente residan en la ignorancia de métodos anticonceptivos. Si una familia es fuerte, debe ser numerosa para honrar su prestigio. Constituye una suerte de “riqueza” no material, sino más bien humana y afectiva.

“Además -explicó- las mujeres primerizas suelen aceptar los embarazos de buena gana porque son una fuente de respetabilidad en ámbitos muy patriarcales y, por lo tanto, proclives a despreciar a la mujer como sujeto débil al que, no obstante, los jefes deben proteger porque allí estriba su honor.”

El informe de Mazzeo destaca la deserción temprana de los adolescentes del sistema educativo. Mientras la asistencia escolar de los chicos de entre 5 y 14 años varía entre el 94 y el 97%, en el segmento de entre 15 y 17 años ya cae al 79 por ciento. “Esto redundará en la mayor vulnerabilidad de estos jóvenes en su posicionamiento en el mercado de trabajo”, señaló la especialista.

En efecto, la precariedad laboral es más acentuada entre los habitantes de asentamientos, y el sexo femenino es particularmente afectado por este fenómeno. Sólo el 37,1% de las mujeres está ocupado; el 55,8% permanece inactivo (no tiene empleo ni lo busca) y el 7,1%, desocupado (busca trabajo, pero no consigue).

Entre los hombres, el 48,8% trabaja, mientras que otro 5,9% busca empleo pero no lo encuentra; 45,3% está inactivo.

El informe, preparado para la Dirección General de Estadística y Censos porteña, señala que 92% de los varones que trabajan lo hacen como mano de obra operativa y no calificada, con gran presencia en los rubros de la industria y la construcción.

Entre las mujeres, la proporción se eleva al 94 por ciento. De las trabajadoras, el 28% integra el servicio doméstico y un 15% realiza tareas de limpieza no doméstica.

El tipo de inserción laboral, sumado al tamaño de los hogares, se refleja en el ingreso per cápita familiar, uno de los indicadores de bienestar. El 78% de las familias en villas integran el quintil más pobre; disponían de menos de 235 dólares mensuales por miembro al cambio oficial en el momento del relevamiento.

“La exclusión vincula la situación laboral y de ingreso con determinadas condiciones de vida y del hábitat”, sintetizó María Carla Rodríguez, investigadora en Estudios Urbanos del Instituto Gino Germani de la UBA.

Otro dato que llama la atención es el peso relativo de la población en villas sobre el total de la Capital, que pasó del 3,9% en 2001 al 6,4% en la actualidad.

“Entre 2001 y 2010 se dieron algunas mejoras en el mercado laboral, en los salarios reales y en la ayuda social, por lo que el aumento del porcentaje de hogares en villas no respondería a una situación de empobrecimiento social generalizado”, consideró Leonardo Gasparini, director del Centro de Estudios Distributivos Laborales y Sociales de la Universidad de La Plata. Y agregó: “Dos posibles razones podrían ser: la dificultad para traducir las mejoras de empleo e ingresos en progreso habitacional, y las dificultades en el manejo del espacio urbano, en el que coexisten un espacio de viviendas formales regulado que casi no crece y un espacio informal no regulado que crece a tasas altas”.

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