Las palabras de un arzobispo porteño sobre el mensaje del Papa Francisco

Las palabras de un arzobispo porteño sobre el mensaje del Papa Francisco

El Sumo Pontífice planteó este año abordar la cuestión de “Migrantes y Refugiados: hombres y mujeres que buscan la paz”.

Papa Francisco y el arzobispo Mario Poli

En una nueva Jornada Mundial de la Paz, el Papa Francisco propuso como cada año nuevo, reflexionar sobre distintas cuestiones. En este caso, en el 2018 planteó “Migrantes y Refugiados: hombres y mujeres que buscan la paz”.

El nuevo obispo auxiliar en villas para el cardenal y arzobispo porteño, Mario Poli, emitió un comunicado acerca de las palabras del Sumo Pontífice:

Lo que les comparto hoy es como ha resonado en mí, este mensaje del Santo Padre, pero sobre todo quisiera invitarlos a que uds lo lean. Es necesario y hace mucho bien leer a Francisco sin glosa. Y si me permiten una sugerencia lean el
mensaje de esta jornada, poniéndolo en diálogo con la homilía que él pronunció en la Nochebuena que acabamos de celebrar.

En nuestro mundo hay más de 250 millones de migrantes, de los que 22, 5 millones son refugiados. Pero detrás de estos impresionantes números hay rostros e historias, cuya carga de sufrimiento, las hace especialmente sagradas.

Detengamos por un momento la mirada en una familia que repentinamente por un capricho de un hombre, que quería mostrar su poder, tuvo que migrar forzadamente. “Por decreto del emperador, María y José se vieron obligados a marchar. Tuvieron que dejar su gente, su casa, su tierra y ponerse en camino para ser censados. Una travesía nada cómoda ni fácil para una joven pareja en situación de dar a luz: estaban obligados a dejar su tierra. En su corazón iban llenos de esperanza y de futuro por el niño que vendría; sus pasos en cambio iban cargados de las incertidumbres y peligros propios de aquellos que tienen que dejar su hogar. Y luego se tuvieron que enfrentar quizás a lo más difícil: llegar a Belén y experimentar que era una tierra que no los esperaba, una tierra en la que para ellos no había lugar.

En los pasos de José y María se esconden tantos pasos. Vemos las huellas de familias enteras que hoy se ven obligadas a marchar. Vemos las huellas de millones de personas que no eligen irse sino que son obligados a separarse de los suyos, que
son expulsados de su tierra. En muchos de los casos esa marcha está cargada de esperanza, cargada de futuro; en muchos otros, esa marcha tiene solo un nombre: sobrevivencia.”

Si miramos el contexto internacional hay un creciente deseo de levantar muros en lugar de tender puentes entre los pueblos. En el texto de la Jornada de la Paz, Francisco afirma: “En muchos países de destino se ha difundido ampliamente una retórica que enfatiza los riesgos para la seguridad nacional o el coste de la  acogida de los que llegan, despreciando así la dignidad humana que se les ha de reconocer a todos, en cuanto que son hijos e hijas de Dios. Los que fomentan el miedo hacia los migrantes, en ocasiones con fines políticos, en lugar de construir la paz siembran violencia, discriminación racial y xenofobia, que son fuente de gran preocupación para todos aquellos que se toman en serio la protección de cada ser humano”.

Y una autora europea nos trae una realidad fuertemente presente en el viejo continente, dice así: “Es imposible no comparar la acogida entusiasta y hospitalaria con que se recibe a los extranjeros que vienen como turistas con el rechazo inmisericorde a la oleada de extranjeros pobres. Se les cierran las puertas, se levantan alambradas y murallas, se impide el traspaso de las fronteras… No molesta el extranjero por el hecho de serlo, molesta, eso sí, que sean pobres, que vengan a complicar la vida a los que, mal que bien, nos vamos defendiendo, que no traigan al parecer recursos, sino problemas”.

Nuestro Papa siguiendo el Evangelio de Jesús es amigo de lo concreto, de acciones que se hacen carne. Por eso dice: “Somos conscientes de que no es suficiente sentir en nuestro corazón el sufrimiento de los demás. Habrá que trabajar mucho antes de que nuestros hermanos y hermanas puedan empezar de nuevo a vivir en paz, en un hogar seguro”4. Es así que propone una estrategia de acciones resumidas en cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar. De este modo, se tiende un puente de misericordia para que los refugiados, los inmigrantes y las víctimas de trata de seres humanos, puedan alcanzar la paz que buscan.

Ahora bien, si pasamos a la realidad de nuestra patria, dolorosamente escuchamos a veces que son muchos los extranjeros que viven aquí y que pareciera que vienen a quitarnos lo poco que tenemos. Algunos los consideran como una amenaza. Se estigmatiza al inmigrante, identificándolo muchas veces con el delito, responsabilizándolo del problema de la droga, la inseguridad y de distintos aspectos negativos de la sociedad. Y esto es replicado en determinados momentos hasta el
hartazgo por los medios masivos de comunicación. En realidad los extranjeros que habitan nuestro suelo no llegan al 5% de la
población, tengamos presente que hace cien años, los extranjeros representaban el 30% de la población. Pero precisamente por eso “si algo no ha de resultar ‘extraño’ a nuestra sensibilidad es precisamente el extranjero. Estamos en un pueblo que a lo largo de su historia ha incorporado continuamente a extranjeros, que aportaron valores de sus propias culturas”.

Los inmigrantes no llegan con las manos vacías. Llegan con sus manos llenas de experiencias, vivencias, historias y culturas que no hacen más que enriquecernos como personas y como sociedad. Incluso los jóvenes que vienen a estudiar nos aportan también sus conocimientos y nos aportan el deseo de querer progresar, de querer vivir con dignidad. Los migrantes aportan una fuerza económica insustituible y dignificadora: el trabajo. La construcción de nuestras casas, la ropa que usamos,
las frutas y verduras que consumimos, incluso el cuidado de nuestros enfermos y de nuestros mayores. Todo está relacionado al trabajo de inmigrantes que nos ofrecen su cuidado y dedicación.

Acoger, proteger, promover e integrar es un desafío renovado que tenemos hoy en nuestra querida patria. Si lo logramos creceremos como nación y disfrutaremos el don precioso de la Paz.

Pidamos a Dios su bendición para ser hombres y mujeres instrumentos de su paz. “Que el Señor nos bendiga y nos proteja, que el Señor haga brillar su rostro sobre nosotros y nos muestre su gracia, que el Señor nos descubra su rostro y nos conceda la paz”

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