La primera bala

La primera bala

Aunque Vidal es la funcionaria con mejor imagen política y hasta ahora parecía ser impermeable a toda protesta o conflictos gremiales, sus vacaciones durante las inundaciones fueron su primera bala.


El teflón (como se lo conoce al politetrafluoroetileno por su nombre comercial) es una sustancia en la que los átomos de hidrógeno fueron sustituidos por átomos de flúor. La propiedad principal del teflón es que no reacciona con otras sustancias químicas excepto en casos muy particulares, gracias a la protección, precisamente, del flúor. De hecho, tiene un muy bajo coeficiente de rozamiento y goza de un alto nivel de impermeabilidad.

A veces, en el submundo político argentino, a algunos dirigentes se los califica así cuando nada parece hacerles mella. “Scioli es de teflón”, decían muchos macristas en tono resignado durante la campaña, especialmente cuando analizaban sus lamentables resultados de gestión administrando el primer Estado argentino, comparándolos con sus sorprendentes números positivos.

Un caso similar es el de la nueva gobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal. En sus trece primeros meses de gobierno, su imagen pública (la más alta del país) parecía de teflón. Ni los constantes conflictos gremiales con docentes y médicos, ni la toma de deuda externa ni el clima general de ajuste económico modificaron su estatus de primera figura en el paladar político del electorado. Hasta ahora, ella viene siendo de teflón.

Sin embargo, en este primer mes del año, una primera bala parece haber perforado su aura. Inesperadamente, no fue un asunto de gestión sino una mera situación de oportunidad: sus vacaciones en el Caribe mexicano coincidentes con las inundaciones y los incendios en la Provincia (las primeras en el norte y los segundos en el centro).

Paradoja del destino: una situación similar le pasó al en ese entonces jefe de Gabinete porteño, Horacio Rodríguez Larreta, que estaba en el noreste brasileño justo cuando hubo feroces tormentas que provocaron la muerte de cinco habitantes de villas porteñas en la víspera de la inundación trágica de La Plata, allá por marzo de 2013. Pero en esa oportunidad, la ausencia de Larreta –y de Mauricio Macri, pero él estaba en la nacional Villa La Angostura–posicionó a la vicejefa porteña al dar la cara en esas hostiles jornadas. De hecho, su buena performance ante los medios y en la resolución de la situación la empujó en las encuestas en forma ascendente, despertando el recelo de su padrino político desde el Grupo Sophia, recuerdan vidalistas de la primera hora.

Hoy, cuatro años después, la coyuntura es muy distinta. Vidal es la mujer más poderosa del país y no cuenta con figuras en su gabinete que puedan llenar el hueco mediático y simbólico que ella ocupa. En una sociedad que todavía percibe los viajes al exterior como un signo de opulencia –aunque los números demuestren que es un prejuicio demodé–, la estadía de la gobernadora en Playa del Carmen cuando miles de bonaerenses sufrían con el agua hasta la cintura se convirtió, tal vez, en su primer traspié ante la opinión pública.

Aunque el vicegobernador Daniel Salvador y varios ministros se hicieron presentes en la zona de conflicto, la ausencia de Vidal no pasó inadvertida. No solo para los medios y los dirigentes opositores –algunos de los cuales amplificaron el hecho hasta el ridículo, como el ex jefe de Gabinete Aníbal Fernández–, sino también para algunos ciudadanos de a pie, que hicieron notar su enojo a través de las redes sociales, llamados a radios y posteos en la prensa.

Si bien no fue algo masivo ni representaría un punto de inflexión, sí es el primer hecho que cristaliza que la exposición de un cargo tan importante y a la vera de una campaña electoral en la que hay tanto en juego no le permiten margen de error ni pasos en falso a Vidal, más allá del derecho de un dirigente político a descansar.

En sus primeras declaraciones públicas al regresar del Caribe, Vidal defendió sus vacaciones: “Fueron seis días de descanso con mis hijos después de un año muy difícil, con muchos cambios para ellos y para mí; con dificultades y habiendo pasado situaciones de mucha dificultad personal”, en alusión a su divorcio del intendente de Morón, Ramiro Tagliaferro.

Además, en su explicación, Vidal volvió, hábil, a tocar la tecla cuya nota resuena en los oídos de su electorado como la mejor razón para seguir respaldándola: “Las inundaciones no se resuelven en un día. Cuando llegamos, había 39 colchones en un depósito para emergencias. Hoy hay más de 60 mil”. La contraposición con la paupérrima gestión sciolista sigue siendo la mejor defensa del vidalismo.

La gobernadora es también la presidenta del Pro bonaerense y será en los hechos la jefa de la campaña (nadie cree que la lapicera provincial vaya a estar en otras manos que no sean las de Vidal y Macri). Por ello, esta semana se reunió discretamente con el presidente de la Cámara de Diputados de la Nación, Emilio Monzó, con quien mantuvo una relación tirante por momentos, aunque hubo acercamientos en el último trimestre.

Monzó y su sector –proclive a captar dirigentes del PJ– no gozaron ni mucho menos con los dichos públicos del ministro de Gobierno bonaerense, Joaquín de la Torre, cuando dijo que “no está” en su espíritu “salir a cazar intendentes”. No tanto porque esa afirmación sea verdad –el vidalismo es el sector que más impulsa sumar peronistas– sino porque abre una grieta mediática y envía señales ambiguas a los pejotistas cortejados. Como colofón, Vidal y Monzó harán, seguramente, lo que supieron hacer en 2015: dejar la tirantez a un lado para salir a ganar la batalla electoral.

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