La máxima de Einstein se traduce en una Nueva Constitución

La máxima de Einstein se traduce en una Nueva Constitución


Si buscas resultados diferentes no hagas siempre lo mismo, reflexionó alguna vez Albert Einstein.

Parece casi obvia la frase pero es muy difícil de lograr sobre todo para los adictos a determinadas conductas. La Argentina es un país que presenta síntomas complicados en su comportamiento desde el poder y en lo social, con su pueblo dividido desde la misma creación como Nación autónoma de la monarquía española.

No haré ni loco un revisionismo histórico, por lo extenso, porque no me siento capacitado y en última instancia porque casi todos aquellos los que leerán esta columna saben de qué estoy hablando.

Ni siquiera revisar el pasado reciente, el alfonsinismo y las eras menemistas y kirchneristas, con breves interregnos entre ellas, la que chocó y la que nos puso de nuevo en pista.

No vale la pena. Sí tener memoria. Sí leer la historia.

Por eso Einstein. Porque somos adictos a repetir errores.

Si ganar una elección en este país, que ya tiene buena parte de su futuro (riquezas) hipotecado, es más importante que unir al mismo detrás de un acuerdo nacional estratégico que nos saque del ciclo no virtuoso en el que estamos empantanados y 30 por ciento de pobres, nuestro destino parece estar echado.

Triste. Un país que tiene – o tenía- casi todo para ser clave en la región, pero rara vez supo cómo administrarlo, protegerlo, potenciarlo y mostrarlo para entrar en el concierto de las naciones del mundo en el lugar que nos correspondía. Pero las malas elecciones y los resultados están a la vista.

Pocas veces miramos al resto del planeta en 360 para defender nuestra soberanía, para tener una postura propia ante lo que hoy se discute, para ser parte del mundo y sus decisiones en cada etapa y en cada lugar en el que hay que estar y no ser sólo un apéndice privilegiado de un continente que así y todo crece a los saltos no por nosotros.

Pocas veces nos sentamos a mesas, en reuniones bilaterales, regionales  o en organismos multilaterales, sabiendo qué nos conviene, que no nos conviene y qué habrá que discutir hasta encontrarle la salida. Como se sientan los países serios.

Ellos se dan cuenta, nosotros ¿no?

En el mundo de hoy hay que ganarse la voz y el voto con convicciones claras, ningún país tiene un lugar regalado por otros. Es más ya hay cuestiones globales que no dependen de uno, y ni siquiera de las potencias, temas complejos que cambian día a día y están en una dinámica distinta incluso entre ellas. Alianzas que crujen y nuevos ejes que avanzan -con discrepancias en su seno- pero avanzan.  Las guerras comerciales nacen como hongos, son cada vez más profundas así como las políticas. Los grandes juegan para ganar.  

La Argentina quiere tener amigos “de onda”, ridículo. Los cincuenta mil millones del FMI no entran en la categoría amigo. Sí un respaldo del G 7 para una etapa en la que hay que devolverles dinero y para llegar al 2019 con oxígeno. Hay veces que ya ni los intereses comunes alcanzan. A pesar de ello -o quizás por ello- se puede ceder algo para determinado fin y se puede jugar fuerte para otro, pero lo importante es estar preparado para ello, con información, planificación, y en el marco de los objetivos estratégicos del Estado, esos que sólo sufren cambios ante cambios mayores  o situaciones de inestabilidad planetaria.

Si en el mundo no movemos la aguja, y solo nos miran para saquearnos -con socios locales- o para lo que les conviene, si nos damos el lujo de comprar conflictos que no son nuestros (a veces sin darnos cuenta), si encima somos incumplidores seriales -nos convenga o no- de todo lo que firmamos en cualquiera de los gobiernos modernos, el mundo no nos prestará, ya no plata, ni siquiera la más mínima atención a nuestras necesidades más básicas.

Y eso que somos Argentina, con todo lo que ella implica.

Y en épocas de Mundial de fútbol, donde todos nos ponemos la celeste y blanca y gritamos como si hubiéramos recuperado en este junio las Malvinas, aprovechemos para reflexionar cómo podemos romper la grieta que ya nos separa hace tiempo, que nos divide ante cada decisión de manera casi suicida, esa unión nacional imprescindible precisa un camino que nos contenga hasta llegar, sino a todos por lo menos a las grandes mayorías. Necesita de una Nueva Constituyente Argentina, que fije nuevos conceptos, los objetivos como Nación, ideas y caminos de desarrollo más inclusivas para todos, qie incorpore nuestras mejores mentes, tecnologías modernas, metodología de acceso al conocimiento y convicciones (luego leyes) que sustenten políticas de Estado con cualquier gobierno, sacrificios más parejos socialmente y ser más honestos tanto dentro como fuera del poder.

Debemos trazar una raya y construir a partir de ella una sociedad que sea capaz de sostener un crecimiento que haga de la Argentina, que le brinde con certeza jurídica nuevas soluciones a los nuevos problemas y que empiece a revertir la intolerable realidad actual. Queremos soñar en grande y debemos promover para las generaciones futuras ese destino que si cambiamos a tiempo, es posible.

Sale el último tren, 1994  ya es insuficiente. El ticket hoy es la inteligencia, creele a Einstein.

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