La grieta caliente

La grieta caliente

"Esta elección (por las legislativas de octubre) es más importante que la anterior, porque es cuando la gente debe confirmar si quiere un cambio", explica Vidal en un almuerzo con colaboradores.


Verano. Almuerzo de María Eugenia Vidal con algunos colaboradores y periodistas en el ya mítico piso 19 de la sede porteña del Banco Provincia. Pleno microcentro. Durante casi una hora, la gobernadora mantiene un tono amable pero firme. Hasta que empieza a hablar de la campaña electoral y el clima se calienta, no por la temperatura externa. “¿Y vos qué querés? ¿Querés cambiar o querés volver al pasado, a la pobreza, a la corrupción…?”, Vidal lo dice mirando a la cara a uno de los comensales. Pero no le está hablando directamente a él. Está interpelando en el aire a los eventuales votantes. Y completa su razonamiento: “Esta elección (por las legislativas de octubre) es más importante que la anterior, porque es cuando la gente debe confirmar si quiere un cambio”.

La charla ocurrió hace ya varias semanas, pero muestra las claras intenciones del Gobierno de centrar la campaña en la polarización. Más allá de nombres, la mejor fórmula que encontró hasta ahora el macrismo para tomar votos prestados y ser el mascarón de proa de un muro anti-K. Al borde de la campaña del miedo: “¿Vos qué querés? ¿Querés volver al pasado?”.

La novedad en estos días es la profundización del modelo. De este modelo. Que, paradójicamente, fue un invento electoral del kirchnerismo, que supuso que el rechazo al fantasma privatizador y neoliberal de Mauricio Macri sería la llave para seguir en el poder. Como en el yudo, Cambiemos terminó apoderándose de la fuerza del enemigo.

Más allá del bonito enunciado de la unión de los argentinos, el oficialismo ya no disimula que se siente a gusto y estimula la pelea cara a cara con el kirchnerismo duro, el único que sobrevivió. “Háganse cargo”, embistió con nuevo look el jefe de Gabinete, Marcos Peña, en el Congreso contra los diputados del FpV que lo criticaban. Una “movilización sin colectivos ni choripán”, quedó al borde del Inadi el propio presidente Macri para celebrar la masiva marcha del último sábado. Y luego subió la apuesta desde un lugar cuanto menos contradictorio, cuando puso como objetivo el fin de las “mafias sindicales”, entre otras, mientras lo escuchaban dos gerontes del gremialismo oficial (Gerardo Martínez, de la Uocra, y José Luis Lingeri, de Obras Sanitarias). Minutos más tarde, Macri se mostraría con el presidente de Boca, su delfín Daniel Angelici, al que algunos aliados propios, como Elisa Carrió, tildan justamente de “mafioso”. Delicias de la política.

Pero la profundización de la grieta o polarización, más allá de lo discursivo, tiene bases más bien numéricas y prácticas. Si las encuestas que tiene el oficialismo mantienen partido en tres el escenario (un sector macrista, uno kirchnerista y uno intermedio), en el Gobierno suponen cada vez con más convicción que ese tercio independiente estaría más cerca de votar por el “sí, se puede” que por el “vamos a volver”. Lo que seguro estaría reflejando la calle, sobre todo desde el apoyo táctico al oficialismo, es que opera en los manifestantes un sentimiento de rechazo al otro más que de convicción ideológica propia. Odio anti-Macri vs. Odio anti-Cristina.

Hace poco menos de dos años, esa particularidad le sirvió al líder del Pro para ganarle por poco a Scioli. Con una salvedad: hasta entonces, por su estilo, el motonauta podía contener a un sector del peronismo más moderado. Hoy pareciera que, aun insistiendo con su figura, solamente capitalizaría el voto K duro. ¿Y el resto del peronismo? Es acaso la gran incógnita de la elección. Los más de cinco millones de sufragios que sacó Sergio Massa en la primera vuelta presidencial parecen difíciles de retener para el jefe de los renovadores. Y el amague de Florencio Randazzo, candidato pejotista moderado, por ahora no pasa de eso, un amague.

La polarización juega a enterrar esas posibles terceras vías, que acaso puedan resurgir cuando el grueso de los votantes se harte de la grieta y escape hacia otra avenida. No parece el momento.

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