Lousteau: La dignidad y la plata

Lousteau: La dignidad y la plata

Por Fernando Riva Zucchelli


Hay un viejo dicho entre los empresarios que dice que tras una negociación uno se puede quedar con la dignidad o con la plata. Es muy rara la ocasión en la que un jugador se puede quedar con ambos logros. Casi un imposible.

“La dignidad”, en términos políticos, refiere a una postura que potencia, tras la puja, las posibilidades del que la obtiene y la ostenta. Muchas veces para preservar la dignidad, que en términos políticos podría traducirse en las convicciones, se debe resignar algo –una determinada ambición política, por ejemplo–. Eso es algo que suele remarcarse entre la gente y los medios, y que suele darse por sentado como la consecuencia de una negociación. “Quedarse con la plata”, en la jerga del poder, equivale, en cambio, a haber logrado su fin de cualquier manera, aunque eso no implique cuestiones ilícitas, sino más bien de conciencia. En consecuencia, también se da por hecho en el juego que ha perdido su dignidad.

¿A qué viene todo esto?

Premisa 1: La Embajada de la Argentina en los Estados Unidos es un lugar de enorme relevancia y de alineación automática con el Presidente de la Nación, Mauricio Macri. La sintonía debe ser muy fina ya que desde ese país se decide buena parte de las movidas del mundo a la vez que, como todos sabemos, es anfitrión de la sede de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y otros organismos del orden mundial establecido.

Premisa 2: Es imposible que una persona que ocupa un cargo de esta jerarquía estratégica se presente ante la sociedad como potencial opositor al Gobierno que está representando en Washington. Su nivel de acuerdo no puede ser parcial ni poco coincidente como para plantearse una duda de semejante envergadura.

Conclusión: Ese nivel de duda sería intolerable en tan alto nivel. Salvo que esa duda no existiera y solamente se explicitara para lograr acaparar aún más votos para el proyecto gobernante desde otro lugar. Aunque la foto con Sergio Massa, entre otros hechos, sugiera otra cosa.

Sencillamente, Martín Lousteau –obviamente, de él hablamos– es el típico ser sobrenatural que, manteniendo varios platitos girando a la vez, con esos dedos largos que posee, y pontificando desde arriba del banquito, en este caso estadounidense, va y viene, como ya lo hizo en la campaña electoral porteña, con un discurso ambiguo que ahora, definitivamente, quedó sepultado ante la realidad del día a día, en la que aceptó de buen grado y sin condiciones gestionar para Macri desde Washington.

Cambiemos es la coalición gobernante integrada mayoritariamente por el Pro, junto con la Coalición Cívica y la UCR. Lousteau, más allá de haber arañado el triunfo en el balotaje porteño, debería sincerar su postura de aquí en más con el electorado, con su fuerza política, con sus aliados, porque a la luz tenue en la que se mueve nunca queda claro quién es quién en su cabeza.

Lousteau –y volvemos al principio– se quedó con la dignidad y con la plata.

Martín: Los porteños de buena voluntad te pedimos una definición rápida. Si vas a hacer oposición en los períodos electorales te pedimos que también la hagas en los años de plancha, o sea este. Y si vas a continuar siendo oficialista, como hoy estás ejerciendo a pleno en la sede del Imperio, no juegues más con nadie en Buenos Aires, contribuí en silencio desde tu trinchera dorada y, en tres añitos, volvé a jugar (a cara descubierta) en la interna de Cambiemos.

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