La ajustada victoria de Cristina tapona la renovación

La ajustada victoria de Cristina tapona la renovación

Un eventual triunfo de la expresidenta en octubre dejará, sin duda, un lastre a futuro, que funcionará como un tapón para la renovación del peronismo.


La historia cuenta que entre el siglo IV y el siglo III antes de Cristo, Pirro, rey de Epiro, logró una victoria sobre los romanos con la muerte de miles de sus hombres. Cuando vio el resultado y contempló el campo de batalla, Pirro reflexionó: “Otra victoria como esta y volveré solo a casa”.

De esa leyenda proviene un término muy utilizado en la política, el de la “victoria pírrica”. Se llama así a los triunfos que suponen más pérdidas de las deseadas y abren incógnitas sobre lo que vendrá. La situación del peronismo, con Cristina Kirchner como estandarte, podría encajar perfectamente con este razonamiento. Un eventual triunfo de la expresidenta en octubre dejará, sin duda, un lastre a futuro, que funcionará como un tapón para la demorada renovación del peronismo.

La cuenta nacional de las PASO del 13 de agosto ubicó al kirchnerismo como la fuerza más potente dentro de un PJ dividido en tres: pero no llegó al 20 por ciento y quedó a más de 15 puntos de Cambiemos a nivel nacional. Detrás aparece el peronismo más tradicional, el que representan los gobernadores (y hasta Florencio Randazzo podría inscribirse allí), y última expresión resultó el descendente Sergio Massa.

Una cuenta simple dirá que si esas tres expresiones hubiesen competido juntas, y la gente hubiese mantenido su apoyo allí, habrían superado cómodamente al oficialismo. En la provincia de Buenos Aires, la matemática sorprende aún más. Solamente entre Cristina y Randazzo sumados superaban el 40 por ciento y dejaban lejos los 30 y pico de Bullrich. Ni hablar si al combo PJ se agregaban los 15 puntos de Massa.

Está claro que un sector del electorado massista, por caso, saldría espantado si en la boleta aparece la expresidenta. Pero también parece una hipótesis firme que plantea que hoy no hay fuerza a nivel nacional que junte tantos adeptos como el peronismo.

En ese contexto, sin embargo, Cristina podría significar victoria para hoy y derrota para mañana. El fenómeno ya lo han explicado largamente los encuestadores. El kirchnerismo se convirtió, básicamente, en una potencia del Gran Buenos Aires. En las primarias también obtuvo victorias importantes en Santa Fe (la más complicada de revalidar en octubre), Río Negro, Tierra del Fuego, Formosa y Chubut. Poco pensando en una vuelta para 2019 pero demasiado como para imaginar una retirada que allane la llegada de caras nuevas.

Por su lógica centralista, y por su peso real en las urnas, nada hace pensar que Cristina vaya a bajarse hoy de la discusión por la presidencial que llegará en dos años. Por un tema político y por un tema judicial. A medida que avanzan las causas en su contra y crece el fantasma de la prisión, la exmandataria necesita cada vez más el paraguas de su hábitat natural.

Pero la presencia de Cristina divide. Las pruebas están en el presente (con Massa y Randazzo afuera, como estandartes), pero también se sumarán otras en el futuro.

Los gobernadores peronistas más moderados ya avisaron que buscarán reflejar su sintonía con bloque afines en Diputados y en el Senado. Explícitamente alejados de los K. El objetivo es simple: generar una masa dura para negociar con un Gobierno que, se descuenta, verá engrosar su presencia en el Congreso pero, sin mayorías, necesitará de aliados. La cuenta preliminar que hacen los mandatarios del PJ habla de un grupo de 40 legisladores en la Cámara baja (sobre 257) y 20 en la alta (sobre 72). En el primer caso, habría una ampliación del actual bloque justicialista. En el segundo, una partición de la mayoritaria bancada del FPV-PJ que conduce Miguel Pichetto. El veterano rionegrino ya avisó que aceptaría comandar un grupo de senadores moderados, en contraposición del sector que se vaya con Cristina.

Esta pequeña señal de fortaleza de los gobernadores, de todos modos, no se condice con algunos resultados defectuosos en las primarias. Los más resonantes: las derrotas de Juan Schiaretti en Córdoba, Carlos Verna en La Pampa y Alberto Rodríguez Saá en San Luis. El primero, por caso, venía moviéndose como jefe virtual de la relanzada liga de gobernadores. La misma noche de la derrota, otros mandatarios victoriosos del PJ se relamían por la caída del cordobés y recordaban que en el partido manda el que gana. Algunos de esos memoriosos fueron el tucumano Juan Manzur, el riojano Sergio Casas y el salteño Juan Manuel Urtubey.

El caso de Urtubey es particular: hace años que avisó que quiere ir por la Presidencia. Apenas perdió Daniel Scioli (a quien apoyó) hizo un rápido desmarque del modelo que gobernó por 12 años y buscó mostrarse como la renovación. Su camino es estrecho: va por su tercer mandato en la provincia y ya no tiene reelección. Pero sus colegas del PJ aún no lo ven como un líder natural e incluso le reprochan su buena sintonía con Mauricio Macri. El Presidente ya fue media docena de veces de visita a Salta.

Los otros peronistas no K ilusionados con la Presidencia tuvieron un traspié electoral demasiado profundo en el presente como para pensar en el futuro. El mencionado Schiaretti –el ex árbitro Baldassi lo goleó en Córdoba–; Massa, que viene en caída desde 2013, y el debutante Randazzo, con un flojito cinco y pico por ciento de votos.

En estas aguas revueltas se mueve hoy el peronismo. Y nada indica que el futuro traiga calma en el corto plazo. Sobre todo si al frente de la ola sigue surfeando Cristina, una capitana que no deja crecer a sus marineros y les augura un horizonte con tormentas.

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