El despertar de la bestia

El despertar de la bestia

¿Qué pasó en un lapso tan corto? Primero, la reforma previsional, un ajuste disfrazado sobre el sueldo de los jubilados; luego, el tarifazo vendido como gradualismo, y, por último, la corrida con el dólar.


Alguna vez, en la previa de la campaña de 2015, y cuando aún conservaba un lugar privilegiado en las encuestas, a Sergio Massa se lo comparó con Carlos Menem. Con el Menem del 88/89. Era un modo particular de elogiarlo. Su olfato, su capacidad para empatizar con la gente, su voracidad de construcción. A esa definición se la resumía con una clásica definición del rubro: “Como Menem (también como Kirchner), Massa es un animal político”. El recorrido del exintendente de Tigre es conocido. Y fue descendente. Muy descendente. Después de ser el principal candidato para suceder a Cristina pasó a un flojo tercer puesto en la última elección legislativa bonaerense. Cayó más de 30 puntos en la provincia más grande del país en solo cuatro años. Sin embargo, en este otoño veraniego, el animal, que había prometido hibernar hasta después del Mundial de Fútbol, esa cita que suele regular todos los tiempos en países como la Argentina, empezó a desperezarse. Lo traicionó su instinto. Massa huele sangre en la herida que abrió la crisis cambiaria en el Gobierno de Mauricio Macri.

El cuentito del líder del Frente Renovador es solo un capítulo de la historia que muestra otra vez al peronismo preparándose para volver al poder. O al menos soñando con una chance que hace solo unos meses parecía utópica. Ese recorrido fue más vertiginoso que la caída de Massa. En noviembre, después de ganar las elecciones en las principales provincias del país y sumando como nadie a nivel nacional, la triple apuesta de Cambiemos parecía asegurada: reelección en Nación (Macri), Provincia (María Eugenia Vidal) y Ciudad (Horacio Rodríguez Larreta). ¿Qué pasó en un lapso tan corto? Primero, la reforma previsional, un ajuste disfrazado sobre el sueldo de los jubilados; luego, el tarifazo vendido como gradualismo, y, por último, la corrida con el dólar, que aquí asusta y condiciona conductas aun de los que nunca en su vida vieron a Washington en un billete.

Cada una de esas malas noticias fue socavando la imagen de Macri y su manera de administrar. Y en las últimas semanas, como una (mala) onda expansiva también empezó a pegar en el aura de Vidal. Hay bronca y fastidio en el Conurbano, el bastión de cualquier elección nacional. Y esos golpes en el oficialismo despertaron a sus rivales. Es cierto que, por ahora, ninguno logra capitalizar en particular ese bajón. Se mantiene la paradoja de la grieta: aunque caiga Macri, no crece Cristina. Tampoco lo hace de modo claro ningún otro referente kirchnerista, ni el mencionado Massa, ni otro peronista blando, y menos todavía una variante distinta, como algún referente progresista o de la izquierda. Pero, aunque sea de modo tímido, varios empiezan a pedir un cambio al cambio. Atención: así empezó la debacle del kirchnerismo, que primero soñó con aprovechar Massa y, acaso porque su ADN también había tenido componentes K, terminó cooptando Macri.

En un punto, el oficialismo corre hoy con una pequeña ventaja. Ninguna de las opciones opositoras huele a nuevo. El país, desde 2001, ya giró varias veces sobre sí mismo y los pasajeros de la calesita, con matices, en la conducción o como acompañantes, participaron de los distintos procesos. Pero acaso a Macri y Cambiemos también puede traicionarlos el pasado. El retorno al FMI, en algunas capas de la sociedad, y dejando de lado a las más ideologizadas o ultraantimacristas, levantó un tufillo incómodo. Feo. ¿No será otra vez la misma historia?

En ese mar revuelto, uno de los movimientos más interesantes lo hicieron el peronismo federal y el massismo. Esa reunión fundacional algo escuálida de Gualeguaychú terminó formando un foco de poder. Por ahora legislativo. Lo que no es poco, con un Gobierno con minorías parlamentarias. De esa nueva alianza peronista, sin figuras irritantes como Boudou, D’Elía, la propia Cristina o incluso Kicillof, salió, por ejemplo, el proyecto opositor para moderar la suba de tarifas.

Detrás de esa construcción está ese otro foco de poder, ahora tal vez con más mito que fuerza real, que son los gobernadores peronistas. ¿Puede salir de ahí la figura que encabece una fórmula presidencial? Vienen con defecto de origen. El más conocido y con el horizonte allanado ya que no tiene reelección, el salteño Juan Manuel Urtubey, sufrió una inesperada y dura derrota el año pasado. Y se sabe lo cruel que es el peronismo con los perdedores. La misma mochila podría caberle a Massa y hasta a Florencio Randazzo, otro con aspiraciones nacionales pero paupérrimo antecedente bonaerense.

Por ahora, son los primeros aprontes. Pero la bestia peronista ya no está dormida.

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