La unión de dos líderes

La unión de dos líderes

Por Laura Di Marco

La designación del dirigente porteño Eduardo Valdés como flamante embajador ante el Vaticano resume la transformación del vínculo entre la Presidenta y el Papa. La historia del acercamiento.


El miércoles 29 de octubre, el Senado votó sobre tablas el pliego del dirigente peronista Eduardo Valdés como nuevo embajador argentino ante la Santa Sede, en reemplazo de Juan Pablo Cafiero.

El trámite, que se concretó con la velocidad de un rayo, cerró así un largo periplo en el que Jorge Bergoglio, histórico “enemigo” de Néstor y Cristina durante gran parte de la era K, devino en el papa Francisco y en uno de los principales sostenes políticos y espirituales de la Presidenta: un giro que hubiera sonado a ciencia ficción en vida del santacruceño.

Es que desde que Bergoglio se convirtió en papa, Valdés, dirigente peronista y exjefe de Gabinete de la Cancillería, fue un mensajero eficaz entre Balcarce 50 y Roma.

Y no solo eso. Se transformó también en un símbolo de las nuevas épocas y en un síntoma de la transformación de una relación que se tradujo en cuatro encuentros de Cristina a solas con el Papa: el último, con los integrantes de La Cámpora.

Claro que Cristina no fue la única beneficiaria de este vínculo renovado: la reforma del Código Civil y Comercial lleva, de algún modo, la rúbrica de Francisco. Sobre todo en la inclusión del artículo que establece el inicio de la vida desde la concepción, bloqueando así la posibilidad de despenalizar el aborto.

“No puedo ser hipócrita –afirmó esta semana el flamante embajador–. [El aborto] es un tema que a la Iglesia le interesa sobremanera. Pero digamos que la Presidenta es una militante del ‘no al aborto’. Por eso tengo la duda de qué fue primero, si el huevo o la gallina.”

El giro

El 13 de marzo de 2013 fue un día negro para la Presidenta: que Bergoglio se transformara en papa rozaba la pesadilla. De allí que, durante las 48 horas que siguieron a la elección de Francisco, el oficialismo se transformó en un caos. Y, según contaría más tarde el actual agregado económico de la embajada argentina en Italia, Guillermo Moreno, el oficialismo estuvo punto de quebrarse. Es que, a pesar de la guerra abierta entre Néstor Kirchner y el arzobispo, Moreno nunca había dejado de frecuentar a Bergoglio: su amigo y excompañero de militancia en la agrupación Guardia de Hierro.

Por un lado estaba el peronismo clásico, que no tenía dudas: se mostraba exultante con el nuevo papa. Por otro, el kirchnerismo duro, el progresismo no peronista y la izquierda aliada al Gobierno, que repudiaban la nominación.

En el bando anti-Bergoglio descollaban el piquetero Luis D’Elía; La Cámpora –siempre fiel a sus padres políticos–; las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo; el secretario Carlos Zannini; Carlos Kunkel; Agustín Rossi; la entonces ministra Nilda Garré; el entonces jefe de Gabinete Juan Manuel Abal Medina, y el periodista Horacio Verbitsky, obligado referente intelectual del grupo.

Al día siguiente de la elección, el jueves 14, Luis D’Elía declaró por Twitter: “Francisco I es el nuevo intento del Imperio por destruir la unidad sudamericana”, mientras que la titular de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, remarcaba que al nuevo papa nunca lo habían “escuchado hablar” de sus nietos “ni de los desaparecidos”. Luego, todos girarían junto con Cristina.

Juan Cabandié fue víctima de aquella desorientación inicial.

El Pro había presentado en la Legislatura porteña un proyecto para saludar la designación del jesuita. Una movida que al referente de La Cámpora lo tomó por sorpresa, acostumbrado como estaba a la mala relación entre sus jefes políticos y el cardenal. Confundido y sin información concreta sobre lo que estaba pasando, optó por la opción más conservadora y preventivamente retiró a sus diputados de la sesión.

La oposición se hizo un festín enviando a los medios fotos de la bancada vacía del kirchnerismo, mientras el resto de los diputados –en sintonía con la sociedad– saludaban la buena nueva.

En el Congreso, el panorama no era demasiado diferente: las diputadas Juliana Di Tullio y Diana Conti, cristinistas y agnósticas a ultranza –Di Tullio es autora de un proyecto para despenalizar el aborto– quedaron sin habla.

La visión que entonces tenía el kirchnerismo duro sobre Bergoglio estaba decisivamente influida por Verbitsky. Primaban las sucesivas denuncias del periodista sobre la supuesta complicidad del jesuita en el secuestro de dos sacerdotes de su congregación durante la dictadura. Una versión que, sin embargo, había sido desmentida por la Justicia, a través de un fallo definitivo en la causa ESMA. El dictamen había desacreditado la acusación de Verbitsky por falta de pruebas. Sin embargo, Cristina seguía sosteniendo la versión, que también era la de Kirchner.

Pero había algo que no le cerraba: en tanto católica, no terminaba de sentirse cómoda con esa guerra que no sentía propia.

En esos días frenéticos, en los que, como dice Moreno, el kirchnerismo estuvo a punto de partirse, la gestión del presidente de Ecuador, Rafael Correa, cristiano y de izquierda, fue decisiva en el giro de Cristina.

“Pero, Cristina, piensa políticamente: ahora lo han designado papa, lo que significa que acaba de ser nombrado el argentino más importante de todos los tiempos. ¿A qué presidente le conviene estar enfrentado con el papa de su propio país?”, desafió el ecuatoriano en una charla telefónica con la argentina, en los días posteriores a la entronización de Bergoglio.

De todos modos, Cristina ya había decidido que asistiría a la misa de inauguración de su pontificado, que tendría lugar el martes 19 de marzo, en el Vaticano.

Mientras tanto, en aquellas horas desesperadas, Valdés y Moreno urdieron una jugada inteligente para desactivar al sector progre anti-Bergoglio. Jugada que hoy deja ver sus frutos.

A Valdés se le ocurrió sumar a la comitiva argentina a la exjueza y exdefensora del Pueblo porteño Alicia Oliveira, referente indiscutida de los derechos humanos y amiga inseparable de Bergoglio. Por aquellos días, Oliveira había defendido al Papa frente a los embates de Verbitsky y del kirchnerismo duro, que ponía en duda su rol durante la dictadura. Bergoglio, en tanto, había encontrado otros apoyos importantes, como el de Leonardo Boff, el emblemático referente de la Teología de la Liberación, y el del Premio Nobel de la Paz argentino, Adolfo Pérez Esquivel.

En aquel contexto, ir a Roma con Oliveira era una señal muy fuerte en favor de Francisco y una estocada directa al corazón de Verbitsky.

Mientras tanto, el ala pro-Bergoglio usaba ante Cristina un argumento similar al de Correa: se trataba de salir del juego local para ecumenizar a la Argentina.

De pronto, el tablero había cambiado.

El confesor

En el último año y medio, el papa Francisco pasó de “enemigo” ideológico a aliado estratégico. También se transformó en el confesor de la Presidenta.

Es que el primer almuerzo a solas, en la residencia de Santa Marta, el mediodía del lunes 18, lo cambió todo. Sucedió 24 horas antes de la ceremonia en la que Bergoglio se transformaría, ante los ojos del mundo, en Francisco.

Peronistas de estrecho vínculo con el nuevo papa –Moreno estaba entre ellos– le habían asegurado a Cristina, antes de viajar, que Bergoglio no la iba a traicionar. Y que si ella lo dejaba, hasta la iba a ayudar. Todo ese background la hizo viajar convencida de que ella podía “conducir” a Bergoglio. En cambio, salió llorando de Santa Marta. Bergoglio tocó en ella una fibra que la desarmó emocionalmente.

“Estuvieron dos horas y media a solas, mientras nosotros esperábamos afuera. Algo totalmente infrecuente en las audiencias de un papa con un jefe de Estado. Y nadie sabe a ciencia cierta de qué hablaron aquel mediodía. Pero sí puedo decir que Cristina salió totalmente diferente. De lo que dijo después se deduce que también jugó en ella la admiración al que llegó. La admiración al que conduce”, aseguró un kirchnerista que participó en la comitiva del primer viaje al Vaticano.

La impronta del alineamiento y la disciplina ante quien conduce o ante quien “llegó” a lo más alto del poder es fuerte entre los integrantes de un movimiento que fue creado por un militar.

Durante el año que siguió y hasta el primer aniversario del pontificado de Francisco, la relación entre ambos se profundizó y el intercambio de apoyos se hizo evidente. El 20 de septiembre de 2014 se concretó el cuarto encuentro entre ambos.

Gestos políticos

El Papa no solo les pide “cuidar a Cristina” a todos y a cada uno de los políticos y empresarios argentinos que pasan por el Vaticano sino que hizo gestos muy concretos: aún no recibió a Sergio Massa ni a Hugo Moyano, los dos máximos enemigos de Cristina. Gesto fuerte, teniendo en cuenta que el Papa prácticamente no le negó una foto a ningún presidenciable ni dirigente de peso, sea del color que fuere.

Por su parte, su victoria política más tangible fue haber logrado bloquear la reforma del Código Civil, que el sector progresista del Gobierno venía fogoneando y que, según el Papa, contrariaba la bioética católica. Ocurre que Bergoglio tenía miedo de que, justo en su propio país, se avanzara hacia la despenalización del aborto, lo que sería una hecatombe mundial para el cristianismo.

En sintonía, Cristina, que en sus discursos empezó a hablar mucho más del Evangelio, nombró al frente de la Secretaría antidrogas (Sedronar) a uno de sus curas preferidos, el santacruceño Juan Carlos Molina.

Finalmente, el reemplazo de Cafiero por Valdés, quien a fines de los noventa había sido uno de los fundadores de la agrupación La Corriente Peronista –con la que los Kirchner desembarcaron en Capital Federal– parece haber sumado el último ladrillo a un relación clave, justo en el tiempo de descuento de la era K.

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