¿A la Argentina le hacía falta peronismo?

¿A la Argentina le hacía falta peronismo?

Deberán enfrentar una serie de terribles dificultades, que parecieran haber sido instaladas por un genio del mal.


Siempre es lo mismo. Cuando termina una era presidencial, la tendencia es a realizar un balance de la acción del Gobierno que pasó, que necesariamente alternará entre las luces y las sombras. Mientras tanto, el nuevo inquilino de la Casa Rosada espera tranquilo, sabedor de que es el depositario de las esperanzas, lo que convoca en principio a la prudencia a algunos comunicadores y deviene por un tiempo en un hombre sin pasado, al cual aún nadie le reclama nada.

Si hasta en Intratables, los panelistas e invitados más furiosamente antiperonistas –la mayoría- se mostraron “esperanzados” con Alberto Fernández, lo que motivó que Fabián Doman le susurrara irónicamente en el oído a Diego Brancatelli: “acostumbrate a que desde ahora, todo el periodismo gorila es albertofernandista”, incrédulo aún ante la excesiva -y artificial- complacencia que lo rodeaba.

Esto no será siempre así, pues cuando los problemas asedien al nuevo presidente –y esto ocurrirá pronto-, la esperanza se convertirá en urgencia y hasta quizás en desagrado, si todavía no hubieran sido resueltos algunos de los problemas más acuciantes de tantos argentinos necesitados. Allí se verá.

 

El día de la epifanía
El primer día de Fernández dejó además mucha tela para cortar. Su primer gesto del día: llegó al Congreso manejando su propio auto. El segundo: se hizo cargo de conducir la silla de ruedas de la videpresidenta de la Nación, Gabriela Michetti, rumbo al estrado del recinto, en donde se realizó la ceremonia de traspaso de los símbolos presidenciales. Una derivación insospechada: los tres números de la chapa del auto del nuevo presidente –el 769- salieron sorteados en la Quiniela, otorgándole la suerte a los avispados que lo jugaron sin saberlo…o a los más rápidos, que lo apostaron sabiéndolo. ¿Una fortuna excesiva o una premonición?

La ceremonia de asunción fue rápida y furiosa. Cuando los Fernández arribaron al estrado, llegó Macri con cara de desorientado, firmó el acta, le puso la banda a su sucesor y se retiró enseguida, después de un cálido abrazo con Alberto y de tener que disimular ante un frío gesto de Cristina, que casi ni lo miró cuando le estrechó la mano. Otro signo del día: Macri llegó en helicóptero y se fue en auto, como tantos muchos otros.

 

La calle
Entretanto, del lado de afuera del palacio, el Pueblo se apropiaba de la fiesta. Los cánticos, los abrazos constantes y unas extrañas danzas que se apoderaban repentinamente de los cuerpos reflejaban una pesarosa  alegría, que era el tono que predominaba en las calles. Alegría por el presente y el futuro esperanzador, pero pesar por cuatro años en los que desde la política se los azotó sin descanso.

Un capítulo aparte mereció la magnitud de la convocatoria, similar en masividad a las más caras movilizaciones peronistas que hicieron historia, como en los días de las asunciones de Héctor J. Cámpora y el  General Perón. Más de un millón de argentinos, muchos de ellos de manera organizada, otros en forma individual, se hicieron presentes este martes en la Plaza de los Dos Congresos y en la Plaza de Mayo, sitios que fueron multitudinariamente ocupados desde el atardecer del lunes.

Paralelamente, en las calles había mucho intercambio comercial, un ítem favorecido por el carácter policlasista del peronismo, que honra una máxima no escrita que reza: el que puede, ayuda comprándoles a otros, más necesitados, lo que éstos producen. Aparecieron así, de la nada, panes dulces con las imágenes de Néstor Kirchner, Cristina, Perón y Evita; puestos de choripanes, ésos sin los cuales un acto peronista no es un acto (además de su carácter irresistible, porque ese humo de choripán lleva de las narices hasta al concurrente más reacio); remeras, afiches, gorros, sombreros, productos alimenticios de todo tipo, desde el clásico chipá paraguayo hasta unas maravillosas y muy itálicas bolas de fraile, que les mataron (literalmente) el hambre (y el hígado, ya que son fritas) a muchos de los presentes.

 

Un discurso memorable
En el Palacio, mientras tanto, seguía la ceremonia del cambio de época. En ese ínterin, Alberto pronunció en el Congreso un discurso que quedará en los oídos de muchos argentinos. El presidente, ya en ejercicio de sus funciones, convocó a la unidad, prometió poner en marcha la Justicia Social, que es una de las banderas más preciadas del peronismo y abogó por superar algunas contradicciones que desde algunos lugares de poder fueron lanzadas como si fueran verdades absolutas y no son más que falacias sin contenido.

Lo primero que prometió Fernández –y con mucho énfásis- fue que “vamos a poner la Argentina de pie”, por lo que “convoco a la unidad”, expresó, porque “llegó la hora de abrazarnos” para “superar el muro del rencor”.

Proponiendo una modificación radical a las políticas de seguridad, el presidente propuso: “basta de gatillo fácil”, para plantear su “nunca más al terrorismo de Estado”, aludiendo a “la doctrina Chocobar”, que ya no tendrá lugar durante su período de gobierno.

El núcleo principal de la coyuntura es, para el presidente electo, el regreso de las políticas reivindicatorias para con los excluidos. En ese sentido, planteó como primera definición que “el hambre es un insulto para los argentinos”, por lo que “hay que empezar por los últimos”. Definió que lo que recibió de manos del gobierno de Mauricio Macri “es una catástrofe social”, porque “sin pan no hay democracia, ni libertad”. Finalmente, prometió que en su gobierno “los únicos privilegiados serán los pobres”, parafraseando al General Perón, que planteó hace muchos años que en su país los únicos privilegiados serían los niños.

En el mismo sentido, Fernández ubicó a su gobierno en el sendero de la lucha contra la opresión femenina. “Ni una menos debe ser una bandera de toda la sociedad y de todos los poderes de la república. Es el deber del Estado reducir drásticamente la violencia contra las mujeres hasta su total erradicación”, definió, desatando una ovación en el recinto y en las calles, adonde su discurso era seguido por las pantallas instaladas para ese fin.

Finalmente, advirtió que el Gobierno de Cambiemos “nos dejó un país arruinado” y endeudado y que en ese sentido, “para pagar hay que crecer”, por lo que confirmó lo anunciado en la campaña con respecto a la renegociación de la deuda tomada con el FMI y con los bancos extranjeros, que es aún mayor que esta última.

Otra de las medidas que causó revuelo fue cuando anunció que “vamos a intervenir la AFI”, que maneja ingentes sumas de dinero que son destinadas a fines inconfesables. En esta dirección, el presidente definió de manera tajante que “los fondos reservados van al hambre”.

 

En la Casa Rosada (y sus alrededores)
Una vez finalizada la ceremonia de jura de la fórmula presidencial, fue el momento del traslado hasta la Casa Rosada, a la que sus nuevos ocupantes arribaron alrededor de las 14:00. Fernández almorzó allí con su hijo, su esposa y sus hermanos, mientras que ahí afuera, a unos pocos metros, la música se hacía escuchar en la Plaza.

Pasaron por el escenario Eruca Sativa, el grupo cordobés liderado por la gran Lula Bertoldi; La Bersuit; Juanse Gutiérrez, que tocó el emblemático Rock del Gato (?); Iván Noble, que volvió a reunir a Los Caballeros de La Quema; la portentosa Malena D’Alessio (una D’Alessio buena, queda dicho), que subió al escenario a rapear convocada por Juanchi Baleirón, de Los Pericos; Fena Della Maggiora; Los Tipitos; El Kuelgue y el eterno Litto Nebbia, que no se cansa de derramar talento después de haber sido el pionero de la música popular argentina del último medio siglo.

Todos ellos fueron convocados por los míticos Javier Grossman e Ignacio Saavedra, dueños además del Centro Cultural C, adonde el Frente de Todos instaló su búnker tanto el 11 de agosto como el 27 de octubre.

Allí abajo, en tanto, todo era fiesta. Alrededor de las 15:00, este cronista concretó el delirio de adentrarse en la Plaza. Allí, todo era alegría y multitud. Tanto, que en un momento, mientras trataba de detenerse en alguna parte para escribir algunas impresiones sobre lo que veía, un hombre se molestó a su lado por los apretujones constantes a los que se veía sometido. Quien esto escribe debió recordarle que no se encontraba en un mitín del Partido Libertario, al que una concentración en una cabina de teléfonos públicos le queda grande, sino que estaba en medio de una concentración peronista, que nació del tumulto masivo y que vuelve -74 años después- pequeños a los espacios más enormes.

En esas horas, Fernández les tomó juramento a los ministros que conforman su gabinete. En el mismo tono festivo que se respiraba afuera del palacio, Fernández puso en funciones a sus 21 ministros, a tres secretarios y al Procurador del Tesoro, que espera que reflejen la unidad que consiguió el peronismo en esta elección, que fue muy difícil de conseguir.

Molesto porque se le desacomodaba la banda presidencial, Fernández zanjó la situación con humor: “es que no suelo usarla”, acotó. La ceremonia se desarrolló en el Museo del Bicentenario, erigido sobre la antigua Aduana Taylor, que fue recuperada en la época de Cristina, que ofició de guía a su tocayo Fernández, mientras ambos arribaban al lugar.

Fernández comenzó por su alter ego, Santiago Cafiero y luego continuó con el resto de les ministres, de les cuales Vilma Ibarra y Elizabeth Gómez Alcorta juraron con sus pañuelos verdes amarrados a sus muñecas. Martín Guzmán, entretanto, se adelantó a Felipe Solá para jurar, pero Alberto Fernández le advirtió: todavía no, Martín, ¿querés jurar de canciller?”, entre risas. En otro momento, la flamante ministra de Justicia Marcela Losardo, emocionada, volvió a su asiento sin firmar el acta, momento que aprovechó Fernández para reprocharle que “se va sin dejar la firma, eso me da miedo”.

Tras esta nimiedad protocolar, llegó el turno de los discursos y la retirada. Fernández inauguró su estadía en la Residencia Presidencial de Olivos invitando a sus familiares y colaboradores más íntimos –sumaron unas 30 personas- a un asado en el lugar, pero no se quedó a dormir.

El día miércoles asistió a la jura del gobernador bonaerense, Axel Kicillof y luego se fue a Santa Fe para presenciar la asunción del mando del nuevo gobernador, Omar Perotti.

La nueva era se inició, en principio, marcada por el pasado. El futuro promete nuevos desafíos, en los cuales no van a estar ausentes las dificultades. Más de un millón de personas obligan a tomar un rumbo que no podrá ser modificado fácilmente. Lo contrario desataría un conflicto de imprevisibles consecuencias, todas ellas de extremada gravedad.

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