Una elección que no alcanza para leer el futuro nacional

Una elección que no alcanza para leer el futuro nacional


Como en una compulsa deportiva (en algún punto la carrera electoral lo es), podría concluirse que Mauricio Macri obtuvo el domingo pasado un buen triunfo en el torneo local, no definitivo, y acaso menos espectacular de lo que supuso el mismo día de la competencia. Su incidencia en la copa nacional, la que importa de verdad, aún está por verse.

La vorágine de la pelea para llegar a la Casa Rosada y la falta de triunfos previos le quitaron brillo a una muy buena victoria de Horacio Rodríguez Larreta. Hace apenas unos meses no se discutía si el jefe de Gabinete podía ganar en primera vuelta y regalarle un empujón inédito e histórico a su líder; se dudaba de su capacidad para vencer en la interna a la (hasta entonces) imbatible Gabriela Michetti. Reconocían su incansable voluntarismo laboral, mientras se mofaban, incluso internamente, de su falta de carisma. Crueldades de la política: ahora que mostró lo que podía dar en la Ciudad, a su alrededor se preocupan por lo que ocurre en el resto del país.

Los 45,5 puntos que obtuvo Larreta días atrás fueron superados apenas por el Macri que compartió fórmula con María Eugenia Vidal hace cuatro años (sacaron algo más de 47 por ciento). Y se igualan, ya que solamente los separan un par de décimas, con la performance del mismo Macri en pareja con Michetti en 2007. El jefe de Gabinete, como sus antecesores, fue arrasador también en la diferencia que le sacó al segundo: 20 puntos. Entonces, cabe preguntarse por qué había más mesura que euforia en el festejo amarillo de Costa Salguero. Probablemente porque el Pro haya imaginado para esta altura del año un anabólico electoral que no aparece y le desinfla algunos músculos.

Cuando se fue diagramando la agenda de elecciones, el macrismo daba casi por hecho que podría transitar esta altura del año con dos gobernadores propios electos y un par de aliados más, desplazando a caciques del peronismo. Hoy está a mitad de camino. En Santa Fe, donde se contaba un triunfo amarillo, sobre todo después de que en las primarias su candidato, Miguel del Sel, había sacado más votos que sus rivales del Frente Progresista juntos, el sueño terminó en pesadilla: por unos 1.500 votos, el socialismo mantuvo el poder.

Una victoria en Santa Fe no hubiese sido solamente importante por el peso del distrito, sino por lo que simbolizaba un festejo con Del Sel. Si el Pro hace de la palabra “cambio” su eslogan preferido, ¿qué mejor que la consagración de un humorista famoso derrotando a un tradicional y parco político socialista? Difícil encontrar en el menú político actual una señal de cambio más fuerte que esa. El traspié, aunque por poco y dejando una base de votos muy atractiva para la elección nacional, fue un golpe que al macrismo le costó asimilar.

La Ciudad de Buenos Aires también empieza a dejar un sabor agridulce. Un triunfo en primera vuelta, como se animaron a vaticinar los propios macristas desde la mañana hasta cerrados los comicios a partir de diversos bocas de urna, hubiese sido quizá el plus que no se consiguió en Santa Fe. Si, como se descuenta, Larreta gana en el balotaje, estará, en el mejor de los casos, igualando la performance de sus antecesores. En 2007, cuando había alcanzado un porcentaje similar y fue a la segunda vuelta, el binomio Macri-Michetti ganó por 60 a 40 por ciento. Hoy parece difícil que la dupla del jefe de Gabinete con Diego Santilli amplíe esa brecha.

Pero, además, un triunfo “tradicional” del Pro deja interrogantes sobre la voluntad de cambio que el macrismo asegura encontrar en la gente, a partir de sus recorridas y encuestas. Desde 2007, el Pro es un oficialismo más. En las ocho elecciones provinciales previas a las PASO, en seis ganó la misma fuerza política en el poder: el MPN en Neuquén, el PJ delasotista en Córdoba, el PJ kirchnerista en La Rioja y Salta, el socialismo en Santa Fe y el macrismo (por ahora) en la Ciudad de Buenos Aires. Solamente hubo variantes en Mendoza, donde volvió el radicalismo, que viene alternándose con el PJ, y en Tierra del Fuego, donde se fue una gobernadora aliada K para que entre una K auténtica.

Una mirada opuesta y opositora, a nivel nacional, podría concluir que si bien vienen triunfando los oficialismos, al kirchnerismo puro le fue mal en los principales distritos: quedó tercero en la Ciudad de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe. Y la oposición vinculada a Cambiemos (el frente del Pro, la UCR y la CC) hizo una buena elección en estos dos últimos casos, pese a no ganar. Ahora bien: ¿quién garantiza que una parte de los votos de Schiaretti en Córdoba o de Lifschitz en Santa Fe no terminen en la fórmula que encabeza Daniel Scioli?

El panorama, cuanto menos, está abierto. Sobre todo por las incógnitas que rodean a la provincia de Buenos Aires, donde se concentra nada menos que el 40 por ciento del padrón real y nadie tiene certezas de lo que puede pasar. Por primera vez en mucho tiempo habrá una interna real allí, entre Aníbal Fernández y Julián Domínguez, y es impredecible el “daño” que puede provocar la dupla Sergio Massa-Felipe Solá.

Con este escenario, quien pretenda hacer una lectura definitiva a partir del resultado porteño, cuanto menos estará mintiendo.

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