Nuevo liderazgo

Nuevo liderazgo


El gobierno de Mauricio Macri eligió el camino más difícil para desplegar su gestión: 1º) evita aludir al pésimo estado en que recibió las cuentas de la nación para no reiterar el remanido discurso de echarle la culpa al anterior. 2º) aspira a mostrar un nuevo estilo de liderazgo que se contraste totalmente con el tradicional, personalista, carismático y autoritario. 3º) elige un tipo de comunicación con características del siglo XXI con el propósito de desterrar las estridentes y falaces manifestaciones del anterior relato kirchnerista. 4º) quiere decir la verdad en contraposición a un lema político que la eludió sistemáticamente porque “supone” que conduce a la desilusión del pueblo. 5º) anhela comunicar hechos concretos con un lenguaje “normal” y escasamente repetitivo a una opinión pública saturada de realidades que rayan con lo novelesco. 6º) otorga una saludable independencia a los medios de comunicación para que reflejen “la verdad” en un marco de pautas publicitarias restringidas porque es prioritario frenar el gasto público. 7º) No busca enemigos, quiere consensos.

Desde el punto de vista de un observador lo menos subjetivo posible se interpreta que el ramillete de cambios propuesto debería contrastar a simple vista con experiencias gubernamentales anteriores. La opinión pública registra esos cambios, las personas físicas (los electores) se dan cuenta que ya no están expuestos a la dictadura grandilocuente de los discursos de Cristina Fernández ni a un relato mentiroso sostenido desde 2007 hasta el presente. Sin embargo, la presentación pública de esos cambios del gobierno de Macri no brilla en el actual escenario político.

La mayoría de los argentinos sabía que el país, tal como estuvo funcionando hasta el 10 de diciembre pasado, no tenía futuro. Tenía un franco conocimiento del deterioro que estuvo causando la inflación durante 12 años con el sólo propósito de inventar una felicidad ficticia. La sociedad argentina vio antes del traspaso de mando que su salario ya no le rendía como sí ocurría en 2005, cuando Néstor Kirchner demostró que los podía levantar. Los sectores bajos subsidiados sabían que un día se iba a cortar ese desmadre, y los sectores medios también eran conscientes de que las tarifas de los servicios públicos constituían una falacia que no podía sostenerse por mucho más tiempo.

Si la sociedad sabía todo eso era lógico pensar que resultaba innecesario volver a decírselo todos los días, como sostenía el asesor de imagen Ricardo Durand Barba. Si la sociedad estaba tan cansada de un estilo de liderazgo que creció en las orillas de una grieta fabricada para su propia subsistencia, con mostrarle una nueva forma de liderar hubiera sido suficiente. Si el hartazgo de las cadenas nacionales y el relato maniqueo del kirchnerismo era real las nuevas formas de comunicar hubieran calzado como anillo a un dedo. Si los medios de comunicación hubieran estado verdaderamente hartos de la grieta no estarían mandando mensajes opositores para que se activen las pautas publicitarias y, esta vez, los millones caigan del otro lado de la grieta.

Está claro que Macri no quiere presidir un gobierno ideológico, ni de derecha ni progresista. Su discurso es revelador respecto de que quiere encaminar la administración por las rutas del orden y la racionalidad, evitando fundamentalmente el salvajismo político y el despilfarro que caracterizó al gobierno anterior. No estaría nada mal para los argentinos que por un tiempo, al menos un gobernante haga simplemente las cosas bien, sin demasiadas argumentaciones ideológicas. Lo que no se puede es gobernar sin políticas definidas, claras.

La comunicación del siglo XXI es uno de los cambios anhelados del gobierno. No es posible creer –como dicen análisis dominicales- que dirigentes de generaciones jóvenes como las que integran el actual gobierno asienten sus objetivos solamente en las herramientas de la última tecnología. Al observador poco subjetivo no lo convencen los análisis que señalan la “escasa” importancia que el gobierno le da a los mensajes. Es otra manera de comunicar el mensaje, que no apela a la repetición ni a la propaganda para instalar un relato mediante ideas-fuerza.

N o obstante, es legítimo dudar del grado de efectividad de esta nueva forma de comunicación, sobre todo por las fuertes sacudidas retóricas a que estuvo expuesta la sociedad argentina durante doce años.

Las sociedades se guían. Las guía quien fue elegido para interpretarlos y defenderles sus intereses. El discurso, la comunicación, es la única forma de mantener ese vínculo profundo con los ciudadanos. Y si se tomó la decisión de trasmitir las acciones de gobierno de otro modo, nuevo, moderno y para nada autoritario, hay que explicarlo cuantas veces sean necesarias y desde distintos ángulos.

En el fárrago de conflictos que provoca la inestabilidad económica y también la necesidad de la búsqueda de consensos cada vez más frecuente, la comunicación oficial se pierde debajo de los hechos que se instalan en la cotidianeidad de los medios. El gobierno kirchnerista comunicaba por acción y reacción, así sus objetivos permanecían por más tiempo en la superficie del conocimiento público. Eran más vivos, no más inteligentes. Hacían más ruido, no más cosas. Provocaban, desafiaban, mentían en la cara, jamás retrocedían, siempre tenían la razón en todo, y el relato se sostenía con una iniciativa inventada cada día. La que habían tirado ayer, la tapaban con una nueva, hoy.

Ser más civilizados, más sinceros, más serios, después de aquella experiencia surrealista es difícil de lograr aunque se tenga razón. El kirchnerismo podía –porque nadie se lo reclamaba o no había fuerza para ello- no explicar qué dejó de hacer con el sistema energético para que de un día para otro padezcamos miles de cortes de electricidad y tengamos que importar energía.

Pero el actual gobierno no puede aplicar tarifazos en esa área sin explicar cómo va a hacer para recuperar el autoabastecimiento. El kirchernismo pudo subsidiar el transporte público sin explicarle nada a nadie porque nadie iba a quejarse por pagar menos de lo que debía para sustentar genuinamente la red nacional. El actual gobierno no puede aumentar las tarifas en los boletos, manteniendo subsidiados a algunos sectores, sin explicar cómo y hasta cuando el precio del transporte se mantendrá en los nuevos valores y cómo alcanzará la eficiencia buscada. Es lo que le toca.

Salir de la crisis supone establecer planes y plazos. La intensa experiencia argentina en estas cuestiones ya pide que quien gobierna anticipe su compromiso para resolver los problemas en tiempo y en forma. La comunicación oficial es imprescindible para crear nuevas expectativas en la sociedad en base a la sinceridad de los tiempos que demandará cada uno de los cambios por realizar de modo que al decir la verdad construya un crédito que sólo se logra con confianza.

Macri, seguramente, va a persistir en el nuevo liderazgo, más democrático, muy poco agresivo, participativo. La sociedad argentina ya lo recibe como un bálsamo aunque pretenda más definiciones. Macri habla siempre de la verdad y la confianza, pero aún esas afirmaciones –por sí solas- son insuficientes para generar una masa de credibilidad importante. Debe construirla.

Macri no quiere enemigos, prefiere buscar los consensos, pero ésa es una tarea continua, permanente, que comenzó bien en el inicio de su gestión pero resultó fugaz. Para que los consensos duren es necesario estructurar los nuevos vínculos.

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