La virtud de los excesos

La virtud de los excesos


Si el kirchnerismo no se hubiera excedido tanto las reglas de contratación para la obra pública, en las que siempre rigió la coima, seguirían intactas. En algunos países, ese porcentaje por tráfico de influencias no supera el 3%, pero en Argentina el retorno llegó a expresar cualquier precio, 20, 30 o 50%.

En la Cámara Argentina de la Construcción suele escucharse que los constructores se reconocen siempre como “oficialistas”, por elección y conveniencia. Conocen como nadie las formalidades –y las informalidades- de las licitaciones públicas. Por eso aceptan que forman parte de una “patria contratista” que nunca muere.

Es usual en la CAC cambiar la presidencia ante cada cambio de gobierno nacional. Asume aquel constructor que tiene sus contactos bien aceitados con los funcionarios de turno. Eso sucedió en 2003, cuando Carlos Wagner, dueño de la empresa Esuco –más chica que las demás-, fue electo presidente de la cámara por su reconocido vínculo con Néstor Kirchner en Santa Cruz.

La existencia de la corrupción no es precisamente una primicia. Pero a la vista de todos está que en la era del kirchnerismo fue llevada a la enésima potencia de la manera más burda. Néstor Kirchner inauguró la modalidad de trasladar el dinero material en bolsos que frecuentemente salían, nada más y nada menos, de la Casa Rosada. Su secretaria y amante Miriam Quiroga así lo reveló públicamente. Luego el arrepentido Fariña dio cuenta del método detalladamente.

Las ollas que comenzaron a destaparse hace varios años atrás por las diputadas Elisa Carrió y Margarita Stolbizer se visibilizan ahora, no tanto por los avances en la justicia como por la torpeza de los mismos ex funcionarios tratando de ocultar los millones robados o exhibiendo nuevas mansiones en distintos lugares del país. Los nuevos ricos nunca dejarán de ostentar porque necesitan que los demás se enteren del flamante estatus al que llegaron.

Aunque no lo parezca todos los excesos tienen una virtud, la de desnudar las maniobras, ponerlas en escena para que todo el mundo las vea y asuma que la transgresión a las reglas más elementales del Estado trae importantes perjuicios a la sociedad.

El exceso de reclamar coimas a los contratistas por porcentajes inigualables en resto del mundo constituyó en sí mismo un sistema de corrupción que de haber continuado el signo político del anterior gobierno hubiera seguido ejecutándose.

El imponderable de la derrota electoral puso en evidencia la usurpación de fondos públicos en beneficio de funcionarios y gobernantes.

Hoy el exceso se ve, se mira por televisión, porque el ladrón asustado comete errores. También porque se escucha a otros dirigentes del palo cometer furcios inexplicables, como Luis D´Elía al reconocer públicamente que “la corrupción es estructural en este partido”.

No escapan del exceso periodistas K que suscriben acerca de que “la corrupción –aunque se crea lo contrario- democratiza de forma espeluznante”, como dijo Hernán Brienza. Tampoco elude el exceso el diputado Héctor Recalde al tratar de tranquilizar a la diezmada tropa kirchnerista en la cámara baja diciendo que “si la Iglesia pudo resistir curas pedófilos, nosotros vamos a resistir a un par de corruptos”.

Quienes se exceden, paradójicamente tratan de encuadrar la grotesca maniobra del ex secretario de Obras Públicas, José López, en un “hecho aislado”, algo que podría creerse de no haber sucedido después de la detención del constructor Lázaro Báez –alguien que nunca fue de la CAC y recibió el 80% de las licitaciones- tras el espectáculo del recuento de billetes de todos los colores en la agencia “La Rosadita”.

El exceso kirchnerista es sistémico. Se excedieron también los militantes kirchneristas al adueñarse de las calles, al juzgar en la plaza pública a periodistas que señalaban los desmadres, al imaginar y condenar a enemigos para sostener el relato oficial, al marginar a la clase media por razones ideológicas cuestionables, al correr de sus lugares a trabajadores del Estado con el fin de colocar allí a miembros de La Cámpora, al usar los fondos de Fabricaciones Militares con fines que nada tenían que ver con ese organismo, al confundir la cultura popular con las realizaciones de un grupo de artistas excluyendo a los que no adherían al gobierno, al condicionar a los gobernadores con los fondos coparticipables y la obra pública.

Una última noticia da cuenta de otro exceso cometido en 2009, cuando el ex presidente Néstor Kirchner quiso apropiarse de los bienes del general Juan Domingo Perón, a través de la intercesión del fallecido obispo Di Monte, habitante del convento donde José López revoleó los bolsos con dólares, quien en persona le propuso a Mario Rotundo –custodio de esos valores- se los entregue a cambio de un retorno de 70 millones de pesos. No tienen límites.

La virtud de los excesos se encuentra en la posibilidad de que la sociedad y las instituciones, con la boca abierta ante tales avasallamientos, busquen las formas de terminar con ellos, tomando conciencia acerca de la delgada línea que separa la función pública de la apropiación de los dineros públicos en beneficio personal o grupal.

Esa virtud anima a reflexionar sobre los comportamientos políticos y sociales, individuales y familiares, y a consolidarlos en el sentido de restablecer un sistema de convivencia que imponga desde su origen el cuestionamiento a la falta moral, de abajo hacia arriba, para neutralizar el efecto demoledor del modelo de la inmoralidad que parece haber tomado las capas de las dirigencias superiores.

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